martes, febrero 26, 2008

Ignacio Camacho, Ciudadano Bardem

martes 26 de febrero de 2008
Ciudadano Bardem
POR IGNACIO CAMACHO
NI siquiera desde un sectarismo tan acendrado como el que él mismo a menudo practica se le puede negar a Javier Bardem el enorme talento actoral del que es propietario ni el esfuerzo de superación con que ha pulido sus cualidades a lo largo de una excelente y progresiva carrera. Magnético, corajudo, tenaz y brillante, Bardem ha cuajado en un intérprete tan sólido como versátil que no ha escapado al ojo clínico del cine norteamericano, esa denostada industria a la que tantos artistas y cineastas españoles critican con remilgos, prejuicios y asquitos hasta que logran integrarse en su alienante engranaje. El Oscar que desde ayer decora su trayectoria no es una casualidad ni un regalo: se lo ha ganado y lo merece tanto como el aplauso que muchos compatriotas le niegan hoy debido a sus viscerales posturas políticas.
Lo que hay que pedirle a este indiscutible actorazo tras la palmaria bendición de Hollywood es que no limite la admiración de la que es acreedor entre sus conciudadanos despreciando o insultando a quienes no piensan como él. Bardem está en su derecho de ser socialista, comunista o cantonalista cartagenero, si le viene en gana, pero no en el de despreciar con altanera intolerancia a quienes se sitúan en diferente espectro ideológico. Convirtiéndose en mástil de una bandera sectaria se hace un flaco favor a sí mismo y recorta los perfiles de grandeza de su propia figura. Este tipo podría resultar un motivo de orgullo nacional -la palabra «España» sonó sin complejos dos veces en su breve discurso de agradecimiento del premio- en vez de un icono de banderías trincherizas, pero parece haber elegido el camino divisionista al faltarle el respeto a casi medio país que también tiene el derecho de aplaudirle. Todos los matices que es capaz de imprimir a un papel, por complejo que sea, se echan en falta cuando toma la palabra para defender a trompazos su legítima causa política. Lo que no deja de ser una forma de restringir su talento.
Son numerosas las estrellas del deporte o el espectáculo que acotan su excelencia al ámbito en que han logrado destacar, comportándose fuera de él como ciudadanos vulgares, nada interesantes o simplemente aficionados a sacar los pies del tiesto en frecuentes ejercicios de desubicado histrionismo. A Javier Bardem le ha dado por impostar un rol de agitador demagógico que lastima su admiración social y alimenta dudas sobre su verdadera inteligencia. Tampoco pasa nada: un buen actor, un eximio actor, no tiene por qué destacar como ejemplar ciudadano, y de hecho a menudo ocurre lo contrario, aunque en Estados Unidos se den significativos casos de liderazgo moral y político entre gente de la farándula. Pero nadie se imagina a un Robert Redford, por poner un ejemplo incontestable de referencia y compromiso, entrando como caballo en cacharrería en la escena pública para insultar al adversario con el tono camorrista de un personaje de cine negro. Claro que a lo mejor ésa es precisamente la cuestión: que nuestro autocomplaciente y sobrevalorado cine ha logrado alumbrar un Bardem, pero todavía no tiene un Robert Redford. Y que Bardem, el magnífico Bardem, tampoco es precisamente Robert Redford. Nos tendremos que conformar.

http://www.abc.es/20080226/opinion-firmas/ciudadano-bardem_200802260248.html

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