viernes, noviembre 02, 2007

Felix Arbolí, Las nuevas barcas de Caronte

viernes 2 de noviembre de 2007
Las nuevas barcas de Caronte
Félix Arbolí
H ACE unas noches tuve la oportunidad de ver un documental sobre la amarga realidad de la inmigración descontrolada y desesperada en pateras y cayucos donde la muerte un tiene asiento reservado en cada viaje. El documental, me impactó sobremanera. Era un auténtico testimonio de la miseria y la desesperación de unos seres marginados incluso en su propio país y un reproche sin rebuscados guiños a la indiferencia, el egoísmo y la brutalidad de la raza humana hacia sus semejantes. Un alegato duro y sincero expuesto sin pretensiones artísticas, florituras cinematográficas, encuadres artificiosos, ni alardes perfeccionistas con pretensiones a un futuro premio. La realidad, expuesta sin alteraciones y tapujos, ni truculencias y forzadas emociones. Con la suficiente dosis para llegarnos al corazón y sentirnos despreciables. Es conveniente y hasta loable el empeño televisivo en ofrecernos estas escenas reales y por ello más dramáticas en su visión y más abrumadoras en sus posteriores reflexiones, ya que a veces perdemos la sensibilidad y nos creemos únicos acreedores a todos los derechos y ningunas obligaciones, porque el color de nuestra piel o el origen de nuestro nacimiento nos hacen creernos diferentes. Todos hemos nacido de una mujer, nuestra madre, y según las leyes divinas y humanas, todos somos iguales y debemos tener las mismas oportunidades y privilegios. El que en muchas ocasiones ignoremos estas normas y nos hagamos sordos al clamor y el llanto de los desheredados de la Tierra, no debe eximirnos de nuestros deberes y compromisos. Me he sentido bastante incómodo, realmente mal, viendo sufrir a esos seres desvalidos e indefensos ante la adversidad que les domina desde el mismo momento de su nacimiento y me he considerado responsable y hasta con cierto complejo de culpabilidad presenciar, aunque fuera a través de la pantalla de mi televisor, esas estremecedoras escenas donde unos seres de distinto color y atemorizada mirada se hacinaban en esas débiles embarcaciones, si se las puede llamar así, con la posible esperanza de llegar a un mundo mejor donde esperar ilusionados su futuro. He visto en sus ojos suplicantes y temerosos el grito desgarrador de la desesperación, el hambre y el dolor, y me he sentido sucio y avergonzado por mi dormida conciencia y falta de sensibilidad hacia esas personas que nacen marcados con el trágico destino de la miseria. Una dura situación que les hace pensar en la muerte como si se tratara de la ansiada liberación a tanto sufrimiento. Me he dado perfecta cuenta de lo mucho que nos estamos perdiendo ante esa falta de solidaridad de la que tanto hablamos y no practicamos, aunque sea un tema presente y acusador en el día a día de la actualidad, y al que la mayoría ni queremos ver ni oír porque es más cómodo no sentirnos involucrados. ¿Por qué esa diferencia tan abismal entre nuestro mundo de comodidades, caprichos y abundancia y la falta total de lo más indispensable en el de estas personas? He visto madres dolientes, de miradas perdidas, y ojos secos ante tanta lagrima derramada, sosteniendo en los brazos sin fuerzas a sus bebes mocosos y asustados, enganchados a sus flácidos y vacíos pechos esperando el milagro de la leche, esa desconocida. Niños sin sonrisas ni apenas permanecer en pie por la imposibilidad de gastar unas energías que ya tienen totalmente agotadas y hombres de mirada dura y carnes enjutas, huesos pegados a la piel por tanto sufrimiento soportado, que viven ausentes de la vida, muertos con almas, porque no han tenido ocasión de conocer el efecto de la generosidad y el bonito gesto de una sonrisa de comprensión en su entorno. En la patera del documental, se ofrecía el testimonio gráfico de la realidad de unas vidas donde hombres, mujeres y niños, los viejos quedaron esperando la muerte en la vaciedad de sus existencias, se amontonaban dispuestos a acabar tragados por la mar, antes de permanecer en ese infierno donde la existencia carece de ilusiones y el futuro de esperanzas. Era un cuadro truculento y embarazoso imposible de contemplar sin dejar escapar una lágrima, sentir estremecimiento y olvidar en eses momento los prejuicios que una actualidad basada en la decepcionante aptitud de algunos descerebrados nos ha hecho sentir sobre el inmigrante. Todo su mundo, sus pertenencias, sus sueños en un presente y futuro mejores, incluso la confianza en la solidaridad del prójimo que los va a recibir, navega en esa débil y sobrecargada barca de Caronte, surcando el proceloso Atlántico, donde como en el antiguo Estigia, al carecer del óbolo los pasajeros, no se les permite llegar a su destino y quedan sumergidos en las profundidades de esa masa líquida y salada, enorme y enfurecida por todo cuanto pueda perturbarla, se empeña en cobrar su tributo a base de las vidas de esos osados y forzados navegantes. Como ha pasado recientemente, de los cerca de sesenta desesperados pasajeros que emprendieron ese arriesgado viaje solo uno de ellos, precisamente el patrón y organizador de esa trágica aventura, tuvo la suerte de ser rescatado con vida. Los demás, uno por uno, arrojados por sus propios compañeros de “crucero”, han ido encontrando en las profundidades del océano no se sabe si el final de un drama o el inicio de una nueva vida mejor que la perdida. Espeluznante y muy triste. Incomprensible que en la tranquilidad confortable de mi butaca del salón pueda asistir a esta patética y horrible realidad, como si se tratara de una historia imaginaria o el argumento de una ficción dramática. Y más sorprendente que haya continuado mi cena, y acariciando a mi “chuhuahua”, que está malita por cierto, cómodamente instalada en su cojín, mientras en mi retina quedaban fijas esas caras de hambre y sufrimientos de seres llevados en volandas, junto a los cadáveres que desembarcaban y colocaban sobre la arena de la playa donde eran cubiertos con el desagradable y brillante papel amarillo para ocultar la muerte de sus rostros y a esos niños de distintas edades que lloraban asustados en los brazos de enfermeras y hasta guardias civiles que olvidaban el reglamento o lo cumplían con excesivo celo, y se dedicaban a labores humanitarias hacia esos seres a los que leyes y autoridades llaman ilegales. ¡Dios, que años perdidos inútilmente sin haber hecho algo útil a la humanidad necesitada!. ¡Cuantos denarios de los que me has dado invertidos en absurdas frivolidades, mientras ese prójimo de mirada suplicante, se muere cruelmente ante el egoísmo y la indeferencia de los que disponemos de lo necesario y gozamos de lo superfluo!. Sé que entre los que embarcan en esta imprevista aventura marinera, se hallan los que vienen ávidos de revancha, con miradas donde ocultan sus rencores y nada buenas intenciones para con el país donde intentan penetrar y establecerse. Son los fanatizados por aquellos que no tienen necesidad de cambiar de aire, ni sufrir amargas experiencias, pues donde viven y desde donde lanzan a sus crédulas huestes, disponen de todo cuanto precisan para llevar una vida de comodidad y de lujo. Son los líderes y reyes que viven con un lujo excesivo, mientras su pueblo padece las más duras calamidades. Pero no les exigen derechos y obligaciones a éstos déspotas engañosos, únicos culpables de su tragedia, sino a sus anfitriones, que nada tenemos que ver con su deplorable estado y manera de vivir. Aquí si demuestran coraje e indolencia para rebelarse y enfrentarse contra todos, como si fuéramos responsables de la indignidad con que les tratan en sus países respectivos. Y por la intransigencia y fobia de éstos, que llegan en las pateras impulsados por los insensibilizados torturadores de su mente, buscando empeños y ambicionando metas que no podemos ni debemos tolerar, pagan los que vienen de buena fe, sin otro ánimo e ilusión que encontrar el paraíso perdido. La triste realidad es que a base de altercados con la fuerza pública, provocaciones con la intransigencia de sus velos y exigencias de unos derechos que deben ganarse con la adaptación a nuestras costumbres y el respeto a nuestras tradiciones y creencias, han logrado hacernos insensibles e intolerantes para todos cuantos nos llegan de ese Continente donde el radicalismo islámico se encuentra tan ampliamente establecido y aceptado.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4231

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