viernes 28 de septiembre de 2007
El engaño del recibo eléctrico Primo González
En los últimos días se ha hablado hasta la saciedad de cuestiones presupuestarias, de la gestión del dinero público, con ocasión de la presentación de los Presupuestos del Estado para el año entrante, terreno en el que la favorable situación del ciclo económico nos permite una confortable situación de superávit. Entra más dinero del que se gasta y, por fortuna, en el año 2008 es muy probable que así siga siendo, ya que es de suponer que la economía crezca en alguna medida (Solbes ya reconocía ayer que quizás a finales del año 2008 el ritmo de crecimiento del PIB lo haga por debajo del 3%, que sigue siendo una cifra alejada de la crisis) y que las locuras electorales se queden en anécdotas más que en atentados contra la estabilidad presupuestaria.
Pero hay otros equilibrios en donde las cifras no están resultando tratadas con tanto rigor como en el terreno presupuestario. En particular, el déficit de la tarifa eléctrica es uno de esos territorios en los que la política le ha podido a la buena administración. Desde hace ya unos cuantos años (el asunto se arrastra desde tiempo atrás, con anteriores gobiernos), los españoles pagamos por la electricidad menos de lo que cuesta. Resultado de este desfase es un déficit cada vez mayor, ya que los incrementos de las tarifas no se corresponden con los aumentos de costes sino con lo políticamente admisible en cada momento.
No sucede lo mismo con otros aspectos de la energía, como los derivados del petróleo, en donde no hay tarifas “políticas”, sino pura y llanamente un precio al que se llega después de aplicar la correspondiente escalada de costes y márgenes de la industria, partiendo de un precio inicial, que es el del petróleo. Como es bien sabido, el precio del petróleo no ha mostrado tolerancia alguna con lo políticamente deseable, de forma que los derivados del petróleo han ido castigando los bolsillos de los ciudadanos cada vez con mayor ahínco. Lo único que nos ha salvado de una mayor factura es la fortaleza del euro, ya que la escalada del precio del crudo queda muy mitigada para quienes vivimos bajo el paraguas del euro. Son cosas derivadas de la libertad del tipo de cambio, en donde la Europa de la Unión Monetaria juega en esta temporada con cierta ventaja.
El déficit de las tarifas eléctricas, que algún día habrá que pagar, asciende ya a 8.000 millones de euros. Es decir, una cifra equivalente a medio año de superávit presupuestario, para tener una idea aproximada de su dimensión, aunque nada tenga que ver una cosa con la otra. La razón por la que se ha ido generando este déficit es porque no se están repercutiendo desde hace tiempo los costes de la electricidad a los consumidores de la misma, aunque ello tiene dos vertientes: la de las empresas como consumidoras, que sí están pagando los costes reales con mayor o menor puntualidad, y la de las economías domésticas, hacia las cuales los gobiernos últimos han decidido tenderles un manto de protección para que no se vean en la necesidad de afrontar la realidad.
Detrás de esta demora en reconocer los costes reales de la electricidad hay una evidente voluntad política, expresada hace unos pocos meses en la decisión del Gobierno de que las tarifas de la electricidad no iban a subir más que la inflación. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? El coste de las cosas, cuando son en todo o en parte de importación, no depende de nuestros deseos ni de nuestros objetivos de inflación sino de decisiones que no están a nuestro alcance y que no hay más remedio que asumir. O tenemos energía o no la tenemos. Y si la queremos hay que pagar lo que cuesta. Lo contrario es poner diques que tarde o temprano serán desbordados por la realidad, con costes muy superiores, ya que las decisiones tomadas a destiempo siempre acarrean sobrecoste.
Dicen los expertos que la primera premisa para tener una política energética eficiente es contar con unos precios ajustados a los costes, ya que en caso contrario el consumo energético se comporta de forma distorsionada. Con la electricidad subvencionada como tenemos ahora, el consumo está creciendo por encima de lo deseable, lo que explica en parte nuestro elevadísimo déficit exterior. Ya se comprende que decirle a los ciudadanos, y más aún en tiempos de vísperas electorales, que deben pagar más por el recibo de la luz, es darles un disgusto. Pero el contratiempo lo van a tener que afrontar tarde o temprano. Y a un coste redoblado.
jueves, septiembre 27, 2007
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