viernes 28 de septiembre de 2007
¡Larga vida a Su Majestad! Jaime Peñafiel
Somos viejos compañeros porque trabajamos, desde hace muchísimos años, en la misma empresa: la COPE. Sin ser lo que se dice íntimos amigos, nos llevamos muy bien.
Personalmente comparto con él alguno de sus comentarios sobre temas muy concretos. De otros, disiento.
No estoy de acuerdo, en absoluto, con su deseo de que “lo mejor que podía hacer la institución es que el Rey abdicase en el Príncipe. Eso la mantendría con vigor renovado”.
Con mis respetos a lo que ha dicho, ¡faltaría más!, me sorprende que Federico Jiménez Losantos no haya tenido en cuenta que España es una monarquía sin monárquicos pero sí con millones de juancarlistas. Con el riesgo que ello conlleva.
Todos estos españoles reconocen que el único activo de la institución es la persona de Don Juan Carlos, a quien le preocupa, sobremanera, que los juancarlistas de hoy puedan ser felipistas mañana. Está por ver.
También es consciente el soberano, porque así lo ha reconocido en más de una ocasión, de que el Príncipe tendrá que ganarse el puesto todos los días, ya que los méritos de su padre no son hereditarios. Felipe sólo recibirá, en su día (¡larga vida a Su Majestad!) los derechos históricos y dinásticos. Pero nada más.
Abdicar, como pide Federico, también Anasagasti, colocaría a la monarquía en una situación tan delicada y peligrosa, que ni “todo el apoyo que necesite”, del Ministerio de Defensa, le serviría.
Aunque los políticos, comentaristas, ciudadanos cortesanos y “besamanos” piensen que el Príncipe está perfectamente preparado para suceder a su padre cualquier día (¡larga vida a Su Majestad!, repito), tengo que recordar que se trata de un joven que ha antepuesto, como siempre, la devoción a la obligación. “Todo empezó con Letizia”, escribía David Gistau en su columna “Jaque”, del pasado jueves, en El Mundo. Yo pienso que mucho antes. No hay que olvidar a Eva Sannum y la polémica mediática desatada por esta elección, tan irreflexiva y contraproducente que obligó a intervenir al Rey para poner fin a aquella relación sentimental que amenazaba la estabilidad de la institución.
Tampoco podemos olvidar a Isabel Sartorius. ¿Y qué decir del pulso que le echó a su padre cuando le comunicó su decisión de casarse con Letizia?: “esto es lo que hay o lo dejo todo”.
El prestigio del Rey Juan Carlos a nivel internacional es de tal magnitud que, en las diez monarquías actualmente reinantes en Europa, no existe ningún titular con el carisma del Rey de España. Salvo la Reina Isabel de Inglaterra, a quien, por cierto, habla de tú a tú.
¿Se imaginan ustedes a Felipe y Letizia? Pues más bien va a ser que no.
Por tanto, una vez más, ¡larga vida a Su Majestad! Sobre todo por el bien de la institución, porque los españoles somos mayores de edad y se nos puede dejar solos (Gistau dixit). También yo.
jueves, septiembre 27, 2007
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