jueves, septiembre 27, 2007

Daniel Martin, Sobre la tele

viernes 28 de septiembre de 2007
Sobre la tele Daniel Martín

La verdad es que es difícil concebir un medio de entretenimiento como la televisión en un país como España, donde la realidad es un continuo homenaje al absurdo y el esperpento. Sin duda alguna, una imagen como la de José Luis Rodríguez Zapatero, solo, aislado y sonriente, tras saludar a George W. Bush el pasado lunes, vale más que todas las programaciones de todos los canales del mundo. Que unos políticos pidan que, en una monarquía, el Rey deje de ser el Jefe de las Fuerzas Armadas para que lo sea un presidente del Gobierno como el nuestro, es una broma digna de los mejores ilustradores del New Yorker.
Aun así, en España hay televisión. Según Salvador Monsalud, gracias a ella se acabaron las posibilidades de que se produzca un nuevo enfrentamiento armado entre españoles. La televisión es el nuevo opio del pueblo, medio idóneo para las democracias de “voto y olvido” que pueblan Occidente. Claro que la televisión española, ahora con más canales, es tan infumable que muchas veces apetece quemar el aparato, echarse al monte y seguir el camino de San Jerónimo.
Lo más característico de nuestra tele son los programas del corazón que, con distintos nombres, han proliferado a lo largo del siglo XXI. Tanto que ahora es casi imposible saber de quién se está hablando en cada momento. Antes había que ser torero, conde o actor para ser objeto de la atención mediática. Ahora basta con voluntad y la aptitud para el ridículo. De ahí que las nuevas musas de la pequeña pantalla sean personas tan estilosas y de moral tan intachable como Ana Rosa Quintana, Patricia Gaztañaga, Ana García Siñeriz o Jorge Javier Vázquez. Realmente, nuestra “caja tonta” es una farsa de lo más mostrenco y disparatado.
Ahora, por lo menos, parece que también proliferan los concursos. Gran Hermano al margen, con transexuales, gemelos y la alienígena Mercedes Milá, la parrilla está salpicada de programas de preguntas, sorteos y subastas que, por lo menos, cumplen con unos mínimos éticos y de entretenimiento. Y eso a pesar de que los presentadores —Carlos Sobera, Jorge Fernández, Luis Larrodera, Christian Gálvez, etc.— desdigan la definición aristotélica del hombre como ser racional. España puede considerarse plenamente como país desarrollado desde que tiene el sempiterno Jeopardy en su programación televisiva.
Lo más difícil de seguir en nuestra televisión son las series. Hay tantas, y son tantos los protagonistas sin carisma, nombre ni rostro reconocible, que es imposible distinguir Cuestión de sexo de Herederos o El Comisario de Hospital Central. A veces, zapeando, no sabes si sigues con la que estabas viendo o si has cambiado de canal. Así de grises y monótonas son sus tramas y estrellas. Sólo Cuéntame, con Imanol Arias en una España que pudo ser, y Escenas de matrimonio, donde José Luis Moreno vuelve a recuperar el humor más grueso de la revista aderezado con tacos e insultos, gozan del mínimo de personalidad para ser auténticamente reconocibles.
Lo peor de la televisión española, aparte de los programas de Pablo Motos y El Gran Wyoming, son los informativos que, la mayoría de las veces, ni siquiera lo son. Sólo el de Cuatro da noticias, aunque de una manera tan sesgada y tendenciosa que Iñaki Gabilondo recuerda a Federico Jiménez Losantos en sus peores días. El resto de informativos se dedica más a las varietés que a la auténtica información. Lorenzo Milá ya no sabe a qué especie animal recurrir para no repetirse en su Telediario. Y, por favor, que alguien le dé a este chico un antiácido.
Sin entrar a hablar de las retransmisiones deportivas, que mi psiquiatra me ha prohibido pensar en Andrés Montes por mor de mi salud mental, en nuestra televisión tenemos, no obstante, y al margen de alguna serie norteamericana, un programa nacional de indudable calidad. Sé lo que hicisteis..., de La Sexta, es un programa que parodia y se burla de los programas del corazón. Lo mejor, unos guiones magníficamente trabajados que, cuando son interpretados por el soberbio Ángel Martín y la crecida Patricia Conde —buena vasalla cuando tiene buen señor—, alcanzan unos niveles de excelencia que ya querrían muchos programas extranjeros. Sé lo que hicisteis... es tan bueno que ha sobrevivido al paso de semanal a diario y sigue haciendo reír a carcajadas.
Gracias a este programa, quizás ya sea gratuito decir que tenemos la peor televisión del mundo. Enhorabuena a todos. Ya sólo falta quitar la etiqueta al cine. Y comenzar a arreglar la realidad política para que no la sigamos confundiendo con una trama de película de los hermanos Marx. Con Zapatero, tristemente, en lugar de Groucho.
dmago2003@yahoo.es

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