martes 19 de diciembre de 2006
LUIS POUSA
CELTAS SIN FILTRO
El mejor homenaje posible
Hace veinticinco años las instituciones autonómicas echaban a andar en una sociedad que no exteriorizaba un gran aprecio por el nuevo modelo descentralizador. El temor al porvenir todavía estaba muy anclado en una Galicia tutelada por un centralismo ideológico, que convertía la planificación económica indicativa en su principal instrumento de control sobre la iniciativa empresarial. Ese contexto, fuertemente condicionado por la emigración y las enormes carencias que había en infraestructuras del transporte, tampoco era el más idóneo para que floreciese una cultura de la iniciativa y del riesgo, de la innovación y la formación de capital humano, de la gestión y la organización de las empresas.
En los primeros años de su vida, la Xunta era vista como una administración extraña y sin cometidos. De puro artificio la calificaban sus detractores.
En propagar ese descrédito competían los ambientes más refractarios al sistema autonómico de la derecha nacional y de la izquierda nacionalista. Pero la larga marcha había comenzado y, a finales de 1985, las encuestas que trataban de conocer el grado de aceptación por los ciudadanos del nuevo modelo registraban una valoración muy superior a la de cuatro años atrás: más del 60% de los encuestados le daba su conformidad. El discurso antiautonomista había perdido la batalla; la idea del autogobierno había prendido en la sociedad gallega.
Contemplado en perspectiva histórica, nada mejor avala el éxito en Galicia del sistema autonómico, frente al sistema centralista, que el hecho irrebatible de que en menos de un lustro la mayor parte de los ciudadanos lo hizo suyo, lo asumió como propio. Hoy está comúnmente aceptado que el modelo territorial, con todas sus imperfecciones y asignaturas pendientes -conversión del Senado en Cámara federal, reforma de la administración pública para acabar con la duplicidad de funciones, etc.- y siendo estructuralmente asimétrico, ha ayudado a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos y a reducir las desigualdades interterritoriales en España.
El Estatuto de 1981 cumplió con creces su papel de referencia y guía del proceso de conformación, vertebración y consolidación del autogobierno gallego. Transcurridos 25 años, la carta autonómica necesita incorporar a su cuerpo doctrinal la experiencia acumulada y los cambios habidos, y proyectarlos sobre el articulado del texto, así como avanzar en la dirección de la flecha del futuro.
Ese impulso renovador y reactualizador tiene que quedar plasmado cuanto antes para que cuanto antes también comience a aplicarse. Eso es tanto así como que los agentes políticos han de esmerarse en trabajar a favor del acuerdo y, por lo mismo, predisponerse psicológicamente a ello.
Menos Carl Schmitt y más Hannah Arendt; menos amigo/enemigo y más acción política participativa de los otros; más relaciones humanas y menos razones instrumentales. Porque el mejor homenaje que las fuerzas políticas le pueden rendir al Estatuto del 81 es reformarlo de forma consensuada. Porque su mayor éxito consistirá en garantizar la convivencia y articular el espacio de juego de la política autonómica: el poder gallego.
martes, diciembre 19, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario