martes 19 de diciembre de 2006
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Descanso en la partida
Los dos jugadores deciden hacer un descanso en la partida, y charlar. ¿Se reanudará de otra forma, con Zapatero y Rajoy siendo pareja, frente a una ETA situada al otro lado del tapete? Ni los más optimistas imaginan semejante cosa. Hecho el receso, los tahúres volverán a su sitio y se iniciará de nuevo un juego en el que no puede haber empate y donde habrá sólo un ganador.
La entrevista del viernes llega tarde. Ni el presidente puede dar marcha atrás y organizar el proceso de paz de otra forma, ni el líder de la oposición darle su apoyo cuando está convencido de que el fracaso es inevitable. Ambos están presos de sus circunstancias, por lo cual el encuentro tendrá un valor superficial. La ciudadanía, hastiada de tanto enfrentamiento, se sentirá complacida por la escena, pero esa satisfacción será enseguida defraudada por los hechos.
Una de las claves de este pulso con los terroristas es que el Estado está ausente. Hay un Gobierno, una mayoría parlamentaria y unos grupos políticos que alientan los contactos, pero ese Estado que forman Gobierno y oposición está al margen, lo que trae consigo que buena parte de la sociedad española se siente traicionada.
A esa sensación contribuye la locuacidad de los portavoces del terrorismo. Ni siquiera los ciudadanos que en un principio respaldan el esfuerzo negociador digieren los desplantes de Batasuna o las amenazas de los etarras que son juzgados. No hay ningún indicio visible que permita deducir una buena voluntad, un arrepentimiento o un propósito de enmienda de los asesinos. A día de hoy, el proceso sólo se sustenta en la fe, y esa fe se alimenta de la confianza en la habilidad, o suerte, de Zapatero.
Es algo paradójico que esa Alianza de Civilizaciones que se predica fuera no se practique en casa. Resulta que el mismo líder que confía en aunar países, por encima de religiones y culturas, no haya sido capaz de hacer lo propio con Mariano Rajoy. ¿Cómo se explica que su habilidad para implicar a turcos e iraníes en la idea no consiga el mismo efecto con los populares?
Es aquí en España, en un asunto crucial como éste, donde la alianza hubiera sido imprescindible, y sin embargo fracasa. Las culpas no son exclusivas de ninguna parte, si bien es verdad que el proyecto global del zapaterismo impide que se produzca ese juego de dobles contra ETA.
El modelo consiste en arrinconar al PP, presentarlo como una extrema derecha intolerante y formar un frente multipartidario y duradero donde el común denominador sea la oposición a los populares. Nada hay que objetar a semejante opción, tan legítima como cualquier otra. El problema es que impide que, en representación de la democracia, haya un interlocutor potente, seguro y socialmente blindado.
Con ese proyecto en vigor, ni Zapatero puede sentar a su lado a Rajoy, ni Rajoy admite sentarse con Zapatero. El presidente tiene una mayoría sobrada para gobernar los asuntos corrientes, pero insuficiente para deshacer el gran nudo gordiano de la reciente historia de España. Tal cosa supone además una incertidumbre añadida para ETA, porque no es lo mismo sellar un pacto que esté al margen de las vicisitudes electorales que acordar algo cuyo cumplimiento sólo está garantizado por un partido.
Todo lo dicho no avala el optimismo. El encuentro monclovita llega cuando la partida está muy avanzada. Hubo un tiempo en que ETA unía al país y a sus políticos. Ahora, cuando parece que la banda agoniza, los desune. Tremendo sinsentido.
martes, diciembre 19, 2006
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