lunes 18 de diciembre de 2006
villa y corte
Los "okupas" de los partidos políticos
POR JOSÉ RAMÓN ÓNEGA
Los estudiosos de Leonardo da Vinci coinciden en que el genio tenía dos fascinaciones: la sonrisa de las mujeres y el movimiento de las estrellas y del mar. Cuando tocaba el laúd revoloteaban los jilgueros. Fue todo e hizo de todo porque el Renacimiento era él.
Trabajó, directa o indirectamente, para todos: reyes, duques, tiranos, burgueses, papado. Para todo el que tenía dinero o poder, que viene a ser lo mismo. Sus preferencias las marcaba la bolsa, o sea, la guita.
Eso lo hicieron casi todos y pasa en nuestros días, sobre todo en política. Cerebros y luminarias de medio pelo se alistan en los regimientos de los partidos políticos, chupan rueda de los líderes, les bailan el Danubio Azul y les pasean el perro.
Los partidos se han convertido en casas de citas, en el buen sentido y sin ofender. Al menos Leonardo se distraía con la sonrisa de las mujeres, porque él mismo era un efebo, tan bello, que las gentes se volvían para mirarle. Y tenía una inmensa curiosidad por la naturaleza y tanta o más por el cielo. Los políticos, no.
Los arribistas de ahora lamen los sillones de los jefes y les limpian la caspa de las hombreras. No miran nunca las estrellas porque están altas y ellos son miopes. Y el mar, sólo cuando se tuestan cuerpos diez en la arena y los cayucos dejan libre el horizonte.
Los partidos políticos están en crisis. Se les nota gastados y decrépitos, y esa caterva que los rodea les hace el boca a boca para prolongarles la vida. No en beneficio del bien común, sino de ellos.
Está tan manoseado el concepto partidista que muchos olvidan su origen y su finalidad. Los partidos políticos son hijos del Estado liberal. Primero fue el germen de organizaciones burguesas que buscaban el voto para los candidatos en las elecciones.
Después vino el sufragio universal y los primeros partidos socialistas introdujeron la afiliación masiva y las secciones locales. Luego los partidos comunistas inventaron las células integradas por un número reducido de afiliados y una estructura fuertemente centralizada donde nadie se mueve sin permiso. El fascismo consagró los partidos de masas, muy jerarquizados y con organización paramilitar.
En las democracias modernas los partidos son los protagonistas de la vida política y cauce esencial para la participación ciudadana en la vida pública. Pero la sociedad de consumo, la globalización, las multinacionales y el reparto de poder les están poniendo trampas todos los días para hacerles tropezar. Son sus enemigos externos, pero los internos habitan la casa de los espíritus y hacen cortes de manga a la democracia.
Lo que hacen aquellos arribistas es penetrar el tejido del partido, aferrarse al aparato como la lapa a la roca y chupar rueda. Juegan a la política desde dentro y se cargan a los que se acercan. Poseen instinto depredador y tienen la humildad del esclavo. Son los okupas del aparato.
Ya lo sabía Tito Livio, al servicio de Augusto, que cultivó la retórica y la filosofía, y después se pasó a la historia. "Las luchas entre facciones son y serán siempre para los pueblos bastante más dañosas que las guerras, el hambre, la peste, o cualquiera otra ira de Dios". Sabía de qué iba, conocía el percal.
La UCD, idea genial de Adolfo Suárez, se consumió como una tea por las luchas internas y los cabildeos de café y whisky. Había ministros que filtraban los debates secretos del Consejo de Ministros y se conocía el color de la ropa interior de las señoras de los subsecretarios. Tantas familias y de tantas casas era imposible lograr que se callasen. Una jaula de grillos.
¿Están verdaderamente en crisis los partidos políticos españoles? Están en declive y empeñados en ser el ombligo y el epicentro de todos los patios de vecinos.
Siempre me hizo gracia la expresión que utilizan algunos cuando le preguntas el porqué de una decisión o la razón de un comportamiento. Dicen: lo que el partido diga, lo ha querido el partido, o el partido sabrá. ¿Quién es el partido? ¿Una persona concreta, un colectivo, un ente abstracto sin rostro? Los que así señalan deberían dejar la política y tirarse al rock. Porque el partido son ellos y sus corifeos.
Los que integran la nómina son aditivos y esféricos. Devoran el entorno y meriendan los días a la sombra de los jefes. Son su escudo. Son la barrera a paso a nivel que impide acercarse a la cúpula, no vaya a ser que el osado le caiga bien al líder. Se ve mejor cuando se gestionan elecciones y se preparan las listas.
Entonces esta jauría de dogos se pone a la puerta del infierno como el Cancerbero de siete cabezas de la mitología. Se dividen el territorio, dan coces al aire, usan dialécticas tenebrosas y aplican ungüentos diabólicos. Eso dentro de casa, porque si salen fuera, o al balcón, tiran flores envenenadas al paso de los carruajes y dardos infectados con curare. Todo para impedir que los demás se acerquen.
Unamuno, que tenía ratos de coñón, decía con ironía no exenta de egocentrismo: "Yo solo soy un partido. Pueden tomar nota las niñas casaderas". Sí, hay una fauna en las formaciones políticas que se creen el partido, que se fugan hacia sí mismos. Pero no resisten la prueba del algodón, o sea, de las hemerotecas. Son coherentes en lo que dicen pero no en lo que hacen. Tienen bulimia política.
Son un talk show. Si Spangler creía que un pelotón de soldados acabaría salvando la civilización occidental, hay que temer que los partidos políticos, o los que aparecen como detentadores de su imagen, acabarán corrompiendo el sistema. Yo me fijaría más en estos trepas de pasillo y sonrisa oblicua.
Oyendo a nuestros políticos estos días de fríos navideños, se diría que el dictador Augusto Pinochet no era chileno, sino español, y Chile, un barrio de Madrid. Se lo apropian en un triunfante ecumenismo sin fronteras. No es extraño que fieles al dictador hayan prodigado el insulto más ofensivo: "Españoles, hijos de puta".
José Blanco aprovecha que el Miño pasa por Lugo y acusa a Aznar de no haber hecho nada para que el dictador chileno fuera juzgado en España. ¿Cuándo dejarán de culpar al otro de todo?
Tienen mérito, porque no es tan fácil ejercer de todoterreno heroico. Esa obsesión por aprovechar todas las aguas les resta credibilidad, aunque el oportunismo sea el romanticismo de ahora. Además, para hablar de tiranos, y más de los de América, hay que tener en la mesilla a Valle-Inclán y leer a sorbos Tirano Banderas.
Desaparece Loyola de Palacio, que prestigió el oficio político. Recia y cercana, segura y lejana, la estoy viendo en Torrejón tomar el Mystère y salir hacia el mundo. La última vez en la Casa de Galicia, con Fraga. Miraba horizontes lejanos.
domingo, diciembre 17, 2006
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