lunes, diciembre 18, 2006

Carlos Luis Rodriguez, Mensaje en una botella

lunes 18 de diciembre de 2006
Mensaje en una botella
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
En esto del vandalismo nocturno se está aceptando la teoría recientemente expresada por la ministra de la Vivienda. Se refiere a los okupas, y los califica como representantes de un estilo de vida. Quienes practican el botellón salvaje, mean en la calle o destrozan los portales del vecindario estarían practicando otro, y en consecuencia no merecen ser tratados como gamberros.
Si la cultura de una parte de la sociedad la lleva a la extraña costumbre de estar durmiendo a las tres de la mañana, habría otra, igual de respetable, consistente en romper cosas y montar escándalo. Lejos de tomar partido, el Estado o el Ayuntamiento ha de ser ecuánime y respetar los derechos de ambos sectores. Tan censurable sería reprimir la botellocracia como multar a los ciudadanos que descansan en sus casas.
La señora Trujillo fue portavoz de una corriente de pensamiento muy extendida, que primero fructifica en la familia, y después se extiende a la Administración. Consiste en considerar cualquier transgresión como algo progresista, y cualquier norma como sospechosa. Muchos padres que admiraron en su juventud los mitos de la contracultura, los aplican con sus hijos.
En vez de cambiar las normas opresivas que ellos sufrieron por otras normas más liberales, suprimen toda normativa. Los chavales crecen sin referencias, convirtiéndose en pequeños dictadores que tachan de autoritaria toda indicación paterna. Eso se traslada al colegio, y finalmente a la calle. Los mismos que se enfrentan al padre que quiere poner reglas de convivencia en casa, lo hacen con el concello que intenta que se cumplan los horarios de copas.
Volviendo a la ministra, se da en ella una dualidad que se repite en algunos progenitores y alcaldes. La señora Trujillo no aplica su teoría contracultural a todos los órdenes de su vida, pero se permite la travesura de simpatizar con las transgresiones. Es como si echara una cana al aire. Con ese guiño sobre los okupas nos quiere decir que ella no tiene una mentalidad autoritaria, sino que es completamente cool.
Paradójicamente, a su lado se sientan otras ministras que, después de la cruzada contra el tabaco, se meten ahora con las hamburguesas extralargas. El tabaco y la hamburguesa delinquen, al tiempo que el botellón salvaje sigue en tierra de nadie, entre la gamberrada, el estilo de vida y la expresión de una rebeldía contracultural, que les quedó pendiente a padres y abuelos de los temibles vándalos de la noche.
Sus víctimas se preguntan si hay falta de leyes, de ordenanzas o de policía. Lo esencial es la falta de una idea clara. Las dudas de ese conseller catalán sobre el desalojo de okupas en Barcelona son parecidas a las de nuestras autoridades con los desmanes urbanos. ¿Me llamarán facha? ¿Perderé electorado juvenil? Mejor ser permisivos.
Esa conclusión final es la misma a la que llegan padres y profesores ante el desafío de jóvenes habituados a crecer sin normas. Mejor ser permisivos para mantener su afecto, o evitar que me revolucionen aún más la clase. Lo malo es que esa anarquía (dicho sea con respeto a los ordenados anarquistas del príncipe Bakunin) rompe la convivencia en casa, en el aula y en la calle. Son mayoría los hijos responsables, los alumnos que quieren aprender y los chavales que se divierten tranquilamente, pero no tienen forma de imponer su estilo de vida.
No hay ministras que los alaben, ni teorías que los pongan como ejemplo, ni teleseries que los representen. Por el momento, tienen la batalla perdida.

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