viernes, agosto 18, 2006

Descanso etermo

viernes 18 de agosto de 2006
Descanso etermo
Juan Urrutia
L LEGAN las vacaciones y enjambres de españoles se dirigen en sus locos cacharros en pos de quince días o, si tienen suerte, un mes de absoluta relajación. El problema llega cuando en sus destinos encuentran increíbles ofertas de diversión garantizada saltando barrancos, deslizándose vertiginosamente por los rápidos de tremebundos ríos o recorriendo montañas montados en esos engendros de cuatro ruedas llamados quads. La cuestión es que, a mi entender, estas actividades son estupendas para quien las practica desde hace años y ha ido progresando con el tiempo. Es decir, para quien sabe tomar las precauciones adecuadas, conoce los riesgos, sus limitaciones, tiene automatizados los reflejos y reacciona en décimas de segundo en caso de peligro. Cuando una persona que jamás ha realizado dichas actividades ve una oferta que incluye saltar por un precipicio con un monitor que le dice como hacerlo por poco dinero, piensa en lo que va a fardar cuando regrese a casa contando la hazaña. Si regresa, claro, porque los nervios son malos compañeros cuando te estás ahogando en la poza de un río o despeñando desde varios metros de altura mientras las cabras contemplan con horror el espectáculo, recordando sin duda a las que años atrás lanzaban vivas desde los campanarios de ciertos pueblos. Todo se reduce al dinero: los turistas producen dinero. Nadie odia más que yo encontrar turistas apedreando vacas, pescando truchas con palos o llenando el monte de papeles y otras cochinadas, pero a pesar de eso no les deseo una muerte espantosa y truculenta, salvo en contadas excepciones. Otro asunto es el de las personas que, por su cuenta y riesgo, deciden emular a Juanito Oiarzabal, a quien sigo los pasos muy de cerca, el ha llegado a la cumbre de catorce ochomiles y yo a la de catorce ochocientos. Por poner un ejemplo que todos ustedes habrán oído alguna vez, la archiconocida ruta del Cares que todo el mundo hace en zapatillas de deporte, con los críos y sin el equipo adecuado, es absolutamente inapropiada para los niños y para adultos sin experiencia. Todos los años se cobra alguna vida, la razón: a pesar de su poca dificultad física, discurre por una garganta que, a poco viento que se levante, al pasar por la misma, se convierte en un huracán y si unimos esto a la estrechez del camino y a la tremenda caída hasta el río tenemos los ingredientes perfectos para la papilla de turista. Hasta hace poco tiempo y tras muchos muertos las autoridades no se han dignado a colocar carteles informativos al comienzo de las rutas de montaña españolas, que son muy poco respetados, avisando de la peligrosidad de realizar ciertas actividades sin el equipo necesario. Año tras año el dinero que deja el turismo evita medidas más restrictivas y permite que cualquier insensato arriesgue la vida de sus hijos y la propia de forma absurda. Ya es hora de, ya que el propósito es recaudar, se vigilen más las zonas de alta montaña en la época estival y se multe a los suicidas involuntarios. Incluso iría bien establecer una edad mínima para ciertos itinerarios, algunas personas se llevan a niños que apenas saben andar. Muchas desgracias son evitadas por montañeros que advierten del riesgo a los veraneantes, pero hay quien no se deja aconsejar y sólo reacciona ante las multas con muchos ceros. Tristemente, quizás sea esta la única forma de evitar que el desconocimiento y la insensatez trunquen más vidas en nuestros montes.

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