viernes, agosto 18, 2006

Alto el fuego en el Líbano

viernes 18 de agosto de 2006
Alto el fuego en el Líbano
Miguel Martínez
V EMOS en la prensa estos días cómo todos, sin excepción, se congratulan del alto el fuego que, un mes después de que el ejército israelí y Hezbollah iniciasen su particular intercambio de regalos, parece que pondrá fin –a saber durante cuánto tiempo- a ese rosario de muertes y destrucción. Este alborozo general, aunque tranquilizador, no deja de resultar curioso, pues, después de oír los comentarios sobre esta guerra de ciertos opinólogos estrella del país –algunos a sueldo de la Conferencia Episcopal, por poner un ejemplo- lo coherente por parte de éstos habría sido mostrarse indignados por la prontitud de la resolución del conflicto, que no ha permitido que Israel aniquile por completo todo aquello que le pueda resultar amenazador, en el presente o en el futuro, a su integridad territorial. Y resulta además sorprendente, mis queridos reincidentes, ver cómo, una vez establecida una fecha para el alto el fuego, unos y otros apuran al máximo el límite establecido para soltar apresuradamente los últimos bombazos a ver si así se mata el mayor número posible de enemigos antes de tener que empezar a trabajar por la paz. Así uno se imagina a Olmert o a Nasrala diciéndoles a sus colaboradores: “A ver, nos obligan a dejar de matarnos los unos a los otros pero, hasta que eso ocurra, y tenemos tiempo hasta el lunes por la mañana, soltad todos esos misiles -que caducan a final de mes y ya no se pueden devolver- donde más pupa hagan. Que aprendan que con nosotros no se juega”. Sobre si algún bando ha resultado beneficiado por esta guerra, se llega a la conclusión de que –salvo los fabricantes y traficantes armas, que esos siempre son neutrales y contrarios al matrimonio (vamos, que no se casan con nadie)- todos han perdido más que ganado por mucho que se empeñen ambos en declarar lo contrario. Económicamente el ataque ha costado a Israel más de 15.000 millones de dólares. Se supone que a Hezbollah le habrá resultado algo más económico porque, además de utilizar material de saldo, siendo ellos terroristas trabajarán en negro y no pagarán I.V.A. Sólo en gastos militares –no hablemos ya de lo que costará la reconstrucción- se han dilapidado en un mes sumas superiores al producto interior bruto de la mayoría de los países del Tercer Mundo. Estratégicamente ni unos ni otros están como para lanzar cohetes –si es que aún les quedan-. Israel ha de tener claro que ni la guerrilla ha sido desarticulada, ni se tiene la certeza de que haya sido inutilizado su arsenal, ni se puede asegurar que Siria e Irán no repongan a sus socios cuantos misiles y bombas sean menester . Hezbollah y el Líbano, por su parte, han de tener en cuenta que la resolución 1701 de la ONU, por la cual se decreta el alto el fuego, tiene menos garantías que un cedé comprado en el top manta. Bastará que un tarado se inmole en territorio judío para que el Estado de Israel se sienta legitimado para pasarse esa resolución por donde se pasó las cuarenta y tantas anteriores y retome sus prácticas de tiro sobre Beirut. Lo que sí parece claro es que Hezbollah ha ganado simpatías entre los enemigos de Israel, pues no en vano ha plantado cara a uno de los ejércitos más potentes del mundo sin despeinarse demasiado, pues gran parte de los despeinados (entiéndase víctimas) han sido civiles que han cometido el enorme crimen de vivir donde, presuntamente, se escondían terroristas. Habrá quien opine que ellos se lo han buscado, que de todos es sabido que eso de vivir cerca de terroristas, o de armas de destrucción masiva, resulta terriblemente dañino para la salud; aunque mucho me temo que eso de ganar simpatías entre los enemigos de Israel contribuya de alguna manera en el proceso de paz, que le da a uno en la nariz que los israelíes no se van a cortar un pelo en atacar de nuevo sólo porque la milicia consiga más adeptos entre los que ya son sus enemigos. En cuanto a víctimas personales, ese millar largo de personas a las que unos y otros (más los unos que los otros) han mandado al otro barrio, seguro que ya descansan en paz. Por fin van a reposar en sus tumbas (o bajo los mullidos escombros de Beirut) con la convicción de que su muerte no ha sido vana y con la certeza de que la resolución 1701 de la ONU (que, como Hacienda, somos todos) va a propiciar que israelíes y palestinos convivan desde ahora en armonía, juntitos y a partir un piñón. Lástima que esa resolución de la ONU llegue treinta y tantos días tarde y que la mayoría de ellas no sean para algunos -y me van a perdonar mis queridos reincidentes por ser tan agorero- más que papel higiénico.

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