viernes 2 de junio de 2006
Apuntaciones en torno a la Constitución de 1978
Antonio Castro Villacañas
L A derecha liberal española -esto es: una parte del PP- encuentra su marco de referencia en la Constitución, a la que consideran plasmación y marco de referencia de un nacionalismo cívico, racional, defensor de la cohesión nacional solidaria, respetuoso con la varia pluralidad de pueblos que componen España, y cauce de convivencia que, por la fuerza de la heterogeneidad cultural, forja y hace funcionar un mecanismo atenuador de cualquier clase de conflictos. Los "pepes" liberales creen que hay dos elementos capitales en el sistema institucional y jurídico creado en la Tra(ns)ición: la forma en que se abordó el problema de la distribución territorial del Poder -es decir: según yo, la brecha constitucional por la que se puede vaciar de atribuciones al Estado Español y desintegrar España- y las reservas mentales con que la izquierda y el nacionalismo aceptaron el pacto de convivencia de 1978 -esto es: a mi juicio, el que los vencidos en 1936-1939 aceptaran cuanto entonces se les entregó, para con ello y desde ello ir planteando en lo sucesivo nuevas y sucesivas reivindicaciones que les permitieran ganar la guerra y volver a la República del Frente Popular-. La Constitución de 1978 y el proceso político que la creó significan que las fuerzas políticas y sociales vencedoras en la guerra 1936-1939 renunciaron para siempre -por orden del Jefe del Estado y del Presidente de su Gobierno- a sus pretensiones históricas, sociales y políticas, en cuanto a la forma del Estado, las relaciones de éste con la Iglesia, el papel y la consideración del Ejército, la solución de los problemas culturales y laborales, etc., mientras que los nacionalistas y los socialistas nunca han renunciado a sus programas máximos -la secesión y la república socialista-, con lo que desde su discusión en el Parlamento y mediante la política realizada desde su proclamación como Norma Fundamental del Estado, se han ido minando los cimientos de la convivencia nacional, permitiendo así que trozo a trozo se vayan constituyendo diversas "realidades nacionales" en el hasta ahora único territorio español. Otegui ha hecho público que Batasuna y Eta, Eta y Batasuna, lo que en realidad quieren conseguir es una República Socialista Vasca. Eso lo sabíamos ya, desde antes de la tra(ns)ición, cuantos nos preocupábamos de estas cosas. Por eso lo sabían también, como es lógico, quienes se beneficiaron personalmente de ella y la hicieron como la hicieron, a sabiendas de quienes iban a ganar con tal mejunge y de quienes iban a salir perdiendo. Como es notorio, entre los primeros se encuentran la familia real y la izquierda, y entre los segundos se hallan la derecha y España. De ahí que José Luis Rodríguez Zapatero tenga tanto interés en conseguir un acuerdo con Otegui, parecido al logrado con buena parte de la Esquerra y con buena parte de la Convergencia. Es decir, con quienes buscan una República Independiente Catalana y sólo difieren en que unos la quieren burguesa y otros socialista. Excuso decir que Zapatero está, en el fondo, mucho más cerca de esta solución que de la patrocinada por Pujol y Mas, aunque por razones tácticas haya pactado ahora con los mercantiles y conservadores. Al leonés de un solo abuelo le gustaría pasar a la historia como fundador y constructor de la URSI; es decir: de la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas. De ahí el que Carod, Puyol, Maragall, Mas, Otegui y Zapatero, con sus seguidores, hayan celebrado lo deMontenegro como un satisfactorio precedente de lo que desean suceda en Vasconia, Cataluña, Galicia, etc. Como se hizo a partir de 1975, sin romper abiertamente con la Ley, caminando dentro de ella con tanta astucia como mala idea, se puede transformar un Estado en otro muy diferente. Un sector significativo de intelectuales afines a la izquierda catalana se han dado cuenta de la maniobra patrocinada por el PS catalán y el PS español, y no parecen dispuestos a permitir que consagren un Estado confederal o federal. Es de suponer que, con mas o menos dificultades y reticencias, a ellos se unirán pronto otros intelectuales izquierdistas del resto de España que no aguantan el discurso anacrónico y retrógrado del nacionalismo separatista ni que en su servicio se hayan dejado en la cuneta los valores solidarios y universales para sustituirlos por una ambición totalitaria. La Constitución de 1978, tan celebrada por Pepes y pepinos, nos ha conducido a que las fuerzas políticas por ella amparadas hayan adoptado una deformada visión de la auténtica realidad española y de las verdaderas realidades catalana, vasca, andaluza, valenciana, etc. La verdad es que de los Estatutos aprobados y por aprobar, y de las diversas intervenciones públicas de sus patrocinadores, se desprende un intervencionismo desaforado de los partidos y los miembros de una clase política, que entre sí se entiende y apaña ignorando las auténticas ncesidades y aspiraciones de su pueblo. Hay quienes confían en que la capacidad de maniobra de nuestro Presidente del Gobierno puede conseguir uncierto acomodo de las reivindicaciones nacionalistas al texto constitucional. No estoy entre ellos. A mí me parece que el nacionalismo separatista es insaciable, como se demuestra con la histórica progresión de sus demandas y logros. Por eso entiendo que la Constitución de 1978 tiene la culpa de casi todo lo que nos pasa.
jueves, junio 01, 2006
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