lunes, octubre 27, 2008

Javier Blazquez, Enfermedad y sociedad

Enfermedad y sociedad

27.10.2008

F. JAVIER BLÁZQUEZ-RUIZ| PROFESOR TITULAR DE FILOSOFÍA DEL DERECHO EN LA UNIVERSIDAD PÚBLICA DE NAVARRA

L a historia de la medicina muestra claramente cómo los conceptos de salud y enfermedad han modificado permanentemente con el paso del tiempo su significación.
En épocas precedentes el dolor y la enfermedad estaban relacionados con el universo religioso, con las creencias populares o con diversas concepciones de mundo que le aportaban simbolismo y en gran medida fundamentación. Pero ahora, tal y como advierte explícitamente A. Quintana, el dolor se ha convertido en una especie de tabú porque no encuentra un apoyo o fundamento como dispensador de sentido, como heroica entrega a la nación, o en términos religiosos como mérito e inversión para la salvación.
De ahí que el dolor y la enfermedad aparezcan con frecuencia, en la sociedad actual, como una especie de sin-sentido, como una realidad extraña y ex-céntrica. A veces da la impresión de que emergen e irrumpen intempestivamente en nuestras vidas, haciendo frente y quebrando la capacidad de previsión, de predicción, de prevención que caracterizan al conocimiento científico.
Ante lo cual nadie pone en duda que la misión histórica de la medicina es prevenir, intervenir en el desarrollo de las enfermedades y curar, evitando el proceso de deterioro del organismo, cuando es posible. Pero conviene precisar que ni el término de la vida o muerte debe ser considerado como un fracaso, ni el dolor y la enfermedad son precisamente inhumanos.
De hecho la actitud de ocultar y enmascarar el dolor, o negar la existencia de la enfermedad a través de eufemismos o silencios, sólo conduce a provocar la negación de la realidad y a propiciar finalmente el autoengaño personal. Tal y como señala Szasz, Th., «la vida humana es inimaginable sin sufrimiento. Sin dolor y pesar no podría haber placer y goce; así como no podría existir vida sin muerte, salud sin enfermedad, belleza sin fealdad».
Obviamente no es cuestión de justificar el dolor ni el sufrimiento otorgándole o confiriéndole ahora un nuevo sentido o significado, intentando sustentar su razón de ser en una nueva dimensión de carácter espiritual, o de índole material, o construyendo nuevos mitos. Pero a su vez no podemos negar tampoco que el dolor, alguna forma de dolor, ha sido y será siempre inherente a la naturaleza humana. Y que por tanto no cabe plantear, como si de un nuevo mito se tratase, la idea de la civilización tecnológica cuyo objetivo sea la superación de todo obstáculo que se oponga al bienestar absoluto.
Por consiguiente, ante la actitud de negación, la conducta a tomar ha de ser bien distinta. Es preciso incorporar e integrar en el horizonte de nuestras expectativas la virtualidad y realidad del dolor y del sufrimiento humano. Para aprender a afrontarlo y, en la medida de lo posible, mitigarlo, asumirlo y superarlo. Sin eufemismos ni mentiras, ni tampoco desde la frustración derivada de un falso e injustificado optimismo tecnocientífico.
Para lo cual quizás va a ser preciso en lugar de re-negar, aprender a mirar de otro modo, a percibir el cuerpo y nuestra corporalidad de otra manera. Es decir, a comprender y aceptar positivamente la propia naturaleza humana. ¿Cómo podemos intentar lograrlo? «Para ver claro -decía Saint Exupéry-, basta cambiar la dirección de la mirada». El planteamiento parece obvio inicialmente, pero no tanto. Porque «es cierto que el mundo es lo que vemos, sin embargo tenemos que aprender a verlo», tal y como afirmaba también insistentemente el filósofo Merleau Ponty.
En otras palabras, hemos de ser conscientes de que la fragilidad es inherente a la naturaleza humana. Y la fragilidad incluye un cierto grado de limitación y de vulnerabilidad. De ahí que el control y dominio de uno mismo ha de ser un aprendizaje continuo y un objetivo prioritario a la hora de comprender y asumir la realidad corporal que nos constituye.
Sólo así podremos evitar que la salud pase a convertirse en un objeto de culto o en un nuevo producto de mercado generado por la sociedad de consumo, con el consiguiente gasto sanitario voraz e incontrolado. Y sólo de este modo evitaremos convertirnos en 'adoradores del cuerpo humano' y devoradores de recursos sanitarios. En definitiva, en creyentes de una nueva religión que rinde culto -obsesivo a veces- a la estética del cuerpo y mitifica el estado de salud incólume.
A este respecto son elocuentes las lúcidas palabras de Hans Jonas, quien hace varios lustros expuso con claridad el riesgo de someternos ingenuamente, al firmar «en aras de la autonomía humana, de la dignidad que exige que nos poseamos a nosotros mismos y no nos dejemos poseer por nuestra máquina, tenemos que poner el galope tecnológico bajo control extratecnológico».

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20081027/opinion/enfermedad-sociedad-20081027.html

No hay comentarios: