sabado 2 de febrero de 2008
Diez años y un día
Miguel Ángel Loma
E L impacto que en nuestra sociedad suscita cualquier acto criminal, por muy tremendo que sea, se agota en brevísimo plazo: lo que es portada en las noticias de hoy, mañana pasa al olvido ante el protagonismo que adquiere otra salvajada nueva de similar o peor naturaleza. Pero esto no ocurre así para todos...
En el corazón de los familiares y amigos de las víctimas, el recuerdo se mantiene vigente aunque el transcurso del tiempo vaya mitigando un dolor que, de otro modo, haría imposible la vida diaria. Y en el caso concreto de las víctimas de actos terroristas existen circunstancias adicionales que mantienen especialmente vivo ese recuerdo y hacen que la herida siempre esté amenazando con abrirse. Porque, a diferencia de lo que sucede con el resto de horrores, los causantes del dolor y sus voceros continúan ahí, respaldados por individuos y partidos que, para mayor burla, invocan continuamente los derechos humanos de los autores de los crímenes. Cada nuevo atentado, cada asesinato, cada herido, cada mueca amenazante de un terrorista, cada palabra de sus «defensores», cada rueda de prensa, cada grito y cada eco, son capaces de levantar en un momento de debilidad el recuerdo del drama como si hubiese sucedido ayer mismo.
Se han cumplido diez años de aquel treinta de enero en que Ascen y Alberto fueron cobardemente asesinados en la noche de una calle de Sevilla. Para muchos la fecha habrá sido una triste efeméride del recuerdo de dos víctimas más del terrorismo, ahora ya casi perdidos en el tiempo; mientras que, para sus familiares y amigos, aquel treinta de enero se nos ha vuelto a hacer presente, con un sentimiento más sosegado.
Pero lo que sí debería constituir para todos este décimo aniversario es una ocasión para reflexionar que cualquier cesión ante los criminales significa alimentar a la bestia. Que las muertes de Ascen, Alberto y de todos los demás no fueron el resultado de trágicos accidentes y aciagas circunstancias, sino el meditado y voluntario fruto de unos hijos de Caín que siguen movidos por un odio del que se siguen enorgulleciendo. No se trata de que nos contaminemos de su odio, sino de que sigamos recordando que ceder ante el chantaje de los criminales significaría que todas esas muertes no sólo no habrían servido de nada, sino que haría a los asesinos más fuertes y a nosotros unos cobardes indignos de mantener viva la memoria de las víctimas.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4413
sábado, febrero 02, 2008
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