jueves, noviembre 22, 2007

Serrano Oceja, Lecciones del Gulag

jueves 22 de noviembre de 20007
ESTADO LAICO, NO LAICISMO DE ESTADO
Lecciones del Gulag
Por José Francisco Serrano Oceja
El profesor Myroslav Marinovich, vicerrector de la Universidad Católica de Ucrania, confesó ante más de mil personas el pasado fin de semana en el Congreso Católicos y Vida Pública, silenciado por los medios alérgicos a lo no políticamente correcto y manipulado por los medios torticeramente correctos, que después de haber pasado diez años en el Gulag había pagado un alto precio por el derecho a poder decir la verdad, y recalcó a renglón seguido: "allí me encontré con Dios".
Ante un silencio que se cortaba en el aula magna de la Universidad CEU san Pablo, este profesor ucraniano, que nos había hablado del Holodomor o hambruna que Stalin planificó entre 1933-1934 para romper la resistencia del campesinado ucraniano en contra de la colectivización y la privación de los derechos históricos de la religión, nos recordó algo que por aquí olvidamos: "El principal factor del colapso del Estado comunista fue la vida espiritual del pueblo."
El filósofo italiano Massimo Borghesi acaba de publicar un excelente libro, titulado Secularización y Nihilismo (Encuentro), en el que se hace uno de los más precisos análisis de lo que han supuesto las caídas fundadoras del siglo XXI, de la postmodernidad: la del muro de Berlín y la de las torres gemelas. Frente al anuncio reiterado de la secularización, Peter Berger habla de un tiempo de desecularización que se caracteriza por las contradicciones culturales de una idea de religión que se ha enclaustrado en la vida privada y de una idea de convicción religiosa que se ha convertido en la clave del proceso personal y social identitario.
El miedo a la libertad de muchos es el miedo a que las afirmaciones de fe estén conformando la identidad de no pocos. En ese contexto, la propuesta cristiana rompe con las categorías establecidas por quienes han querido el reduccionismo de las dimensiones básicas del hombre construido por la sola voluntad de poder, que ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. La apuesta por Dios, en la vida del hombre, sigue siendo la única garantía para el progreso de la humanidad.
En el pasado Congreso Católicos y Vida Pública salieron mal parados el Estado y las ideologías que, en su interior, lo convierten en la amenaza primera de la libertad y de la dignidad de las personas. No se trata de acabar con la afirmación de un Estado laico, sino de confesar un Estado laico sin laicismo de Estado, hecho que parece imposible en la España postsocialista.
Las religiones, en este proceso de regeneración estatal, social, democrática, de la libertad, no son invitadas incómodas, ni mucho menos. Son la garantía del funcionamiento de un sistema basado en la confianza de unos principios. Una democracia, entendida como una sola maquinaria de equilibrio y contrapeso de poderes, puede acabar siendo utilizada en contra de quienes han puesto su confianza en ese sistema. La cultura democrática y el espíritu del buen gobierno del pueblo o se enraízan en la conciencia, en los hábitos morales, en las virtudes públicas y privadas de la historia, o están abocados a volverse contra aquellos a los que tiene que servir.
¿Qué debe hacer el sujeto cristiano ante esta situación? La afirmación de Dios es una afirmación de largo alcance. La iniciativa de los católicos, como dijo el cardenal Rouco Varela, es hoy la condición de la libertad de la Iglesia. Lo primero que la Iglesia requiere del mundo es un espacio, legal, político e incluso sociológico, en el que pueda proponer su mensaje, realizar el ministerio de la palabra, del sacramento, de la caridad. Lo único que la Iglesia le pide al Estado es que le deje ser Iglesia. Como nos recordó el profesor George Wiegel, la Iglesia propone al mundo una visión de la persona en la que la defensa de las libertades individuales está íntimamente relacionada con la responsabilidad de promocionar el bien común.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234010

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