jueves 22 de noviembre de 2007
CINE
Fados, de Carlos Saura
Por Juan Orellana
El veterano cineasta aragonés Carlos Saura retoma su ya larga serie de musicales que alterna con producciones sólo en apariencia más convencionales. Después de Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986), irrumpió en los noventa con un formato nuevo que ha evolucionado mucho desde entonces y que podríamos denominar "musical fotográfico". Sevillanas (1992), Flamenco (1995), Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005) culminan ahora con Fados, y representan en conjunto una contribución excepcional a la historia del cine español.
Estos proyectos han estado jalonados por otros de corte casi experimental –Goya en Burdeos (1999), Buñuel y la mesa del Rey Salomón (2001)– y algunos de ficción más al uso –Pajarico (1994), El séptimo día (2004)–.
Luz, música y danza son los tres pilares que Saura ha conjugado estos años y que en Fados alcanzan una singular madurez. No se conforma con elaborar una sucesión de ejemplos musicales –como era el caso, por ejemplo de Sevillanas–, sino que bajo la seña "fado" Saura propone un cóctel de elementos históricos, identitarios y musicales, que permiten que el film contenga unitariamente fados tradicionales, flamenco (Miguel Poveda), rap, ecos jazzísticos, guiños de tango, encuadres videocliperos, imágenes documentales de archivo... con un resultado caleidoscópico que quiere ser tan portugués como universal.
La película quiere hundir el fado en sus raíces africanas, coloniales, de principios del siglo XIX, y no limita su extensión. Cabo Verde, Mozambique, cantantes y bailarines afros comparten espacio fílmico con la exótica Mariza o el austero Camané. "Todo es fado", que decía Amalia Rodrigues (1920-1999), la ya desaparecida reina del fado que a su vez es objeto de uno de los homenajes más bellos del film, junto al de Alfredo Marceneiro (1891-1982) o al de Lucilia Do Carmo (1920-1999). Cuando se proyectan las imágenes de Amalia, la diosa del fado, todo el equipo del film se sienta en el suelo en silencio para admirarla respetuosamente.
La puesta en escena se vertebra en los principios que Saura ha ido cimentando estos años: juego de espejos, paneles traslúcidos, virtuosa articulación luminotécnica, transparencias, y una jugosa combinación de planos analíticos con encuadres coreográficos generales. En esta ocasión se enfatizan en el baile las formas sensuales, afro-brasileiras, y los colores cálidos y crespusculares.
Personalmente, y esta es una apreciación muy subjetiva, quiero llamar la atención sobre tres secuencias musicales: La de Fados do Porto, el homenaje –con Chico Buarque– al famoso canto Grandola Vila Morena que fue pistoletazo de salida de la pacífica revolución de los claveles, y la escena de la Casa de Fados, que es sencillamente antológica. En definitiva, Fados tiene tanto de experimentación y hallazgo estético como de consolidado estilo personal, y es una bella y audaz aproximación al mundo de la música popular lusa.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234006
jueves, noviembre 22, 2007
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