miercoles 21 de noviembre de 2007
Sexo con España
IGNACIO CAMACHO
LA erótica del poder resulta tan transitoria como el poder mismo, pero la política es una pasión tan intensa que suele rodearse de metáforas de lujuria. La más conocida es la de los extraños compañeros de cama, que viene a sugerir una inclinación prostituyente de sexo de conveniencia, urgente y efímero, casual y pasajero, contractual y remunerado. El pacto, consustancial al juego político, se identifica a menudo con un fornicio eventual y utilitario, desprovisto de sentimientos y emociones, y a veces incluso deshabitado de ardores o entusiasmos; una coyunda ocasional, prosaica y sin pálpitos, porque la política es incestuosa de puro sectaria: sólo proporciona verdadero placer amoroso en familia. O sea, en el partido, en la tribu cohesionada por la ideología y refractaria a la contaminación de la mescolanza, la transacción o el consenso.
En este ámbito de metaforismo carnal acaba de entrar con notable ruido el ciudadano David Madí, uno de los «jóvenes lobos» tardopujolistas de ese nacionalismo catalán que antes se conocía como moderado, y que ahora le disputa el espacio a los talibanes del independentismo. En un libro cargado de adrenalina política y ajustes de cuentas que lleva el expresivo título de «Democracia a sangre fría», el cerebro de las estrategias perdedoras de Artur Mas derrapa por la pendiente del soberanismo y define con eficaz crudeza pragmática el estado sentimental de la catalanidad rampante intramuros de Convergencia: «No sé si alguna vez ha habido amor, pero en la relación con España sólo nos queda el sexo».
Le ha faltado añadir que se trata de sexo mercenario, según la consabida tradición del pactismo catalán. Ya saben, pues, Zapatero y Rajoy el horizonte que les espera después de las elecciones: encamarse con los nacionalistas para un revolcón ramploncete y desapasionado con chirrido de bisagras y previo depósito del precio tasado en la mesilla de noche. Un erotismo utilitario y codicioso, materialista y algo sórdido, de cortejo breve y seducción escasa. Los anclajes en el Estado y otras ensoñaciones integradoras son pura zarandaja, quincallería sentimentaloide; los herederos de Pujol sólo pretenden un restregón interesado y bajo tarifa expresa. No es que nadie lo ignorase, pero tan explícita sinceridad resulta de una aspereza más bien acre. En las últimas décadas, las alianzas de Gobierno con CiU se inspiraban en un mutuo juego de dulces mentiras a lo «Johnny Guitar» -«miénteme, dime que siempre me has querido»-, pero la nueva generación nacionalista parece de un pragmatismo pedestre. No ha lugar para el romanticismo, esa antigualla. La cosa va de aquí te pillo, aquí te mato, y luego cada cual a su avío, que en el caso del soberanismo es la autodeterminación con algún esporádico apareamiento casi adulterino. Por qué llamarlo amor cuando quiere decir otra cosa.
Al menos no cabrá llamarse a engaño. Y ya dejó escrito el gran Groucho que lo que se dice extraños compañeros de cama no los produce la política, sino el matrimonio. Ya saben, esa carga tan pesada que Oscar Wilde sugería soportarla al menos entre tres.
http://www.abc.es/20071121/opinion-firmas/sexo-espana_200711210247.html
martes, noviembre 20, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario