miercoles 21 de noviembre de 2007
La lección de Tarancón
M. MARTÍN FERRAND
BAURA escribió en su día que, muy probablemente, las cosas hubieran ido mejor para España si, para preparar la Transición, la Providencia hubiera ejercido su poderosa influencia y el cardenal Vicente Enrique y Tarancón hubiera ocupado el lugar de Carlos Arias Navarro. Por no dejar sedes vacantes -el mayor de todos los peligros políticos- éste se hubiera revestido con la púrpura de aquél. No fue así y aún lo seguimos pagando. El casting no es lo que mejor funciona en la tragicomedia nacional y eso daña mucho al espectáculo e impide que los espectadores, los ciudadanos, terminen por creer y aceptar el argumento de la función.
Tarancón fue una pieza clave -providencial, si atendemos a su oficio- para que la sociedad española sirviera de base para el cambio «de la Ley a la Ley» (Torcuato Fernández Miranda) que nos permitió, sin mayores alborotos, saltar de una dictadura políticamente hemipléjica a una democracia parlamentaria en la que todo el cuerpo nacional tuviera capacidad de movimiento. Los más radicales en la nostalgia y el inmovilismo gritaban contra el cardenal -«Tarancón al paredón»-, pero el buen sentido y su mejor ejemplo sirvió, en inteligente cooperación con todas las fuerzas democráticas del momento, para zanjar la cuestión y, con ansias de libertad, empezar una nueva etapa en nuestra convivencia.
Ahora, quizás a manera de despedida, el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, nos propone el ejemplo del legado de Tarancón: «concordia, pluralidad y diálogo». Sólo cabe decir amén. La crispación de estos últimos años carece de sentido y, aunque el propio Blázquez admite culpas de la Iglesia en la Guerra Civil, ese era ya un asunto olvidado que revive, ignoro en beneficio de quién, por un montón de razones que, en respeto al centenario del nacimiento de Tarancón, conviene pasar por alto. A la Iglesia no le cupo tomar partido en la Guerra Civil ni en sus preparativos y de ahí que sea discutible un nuevo examen de su conciencia colectiva, un mero ejercicio autocrítico en un lenguaje más laico. Los católicos escaparon de la quema de la República y luego, en aplicación de la españolísima y fatal ley del péndulo, pasearon a Franco bajo palio e incurrieron en excesos que sí necesitarían revisión y disculpa.
Los españoles somos, creyentes o no, fundamentalmente cristianos. Cristianos en la civilización y en la cultura. En ese marco no es bueno cultivar el rencor y, menos todavía, fijar la vista en los agravios del pasado. Según la prédica de Blázquez, conviene seguir a Tarancón y «trabajar por una España nueva en la que no queden resquicios para los fantasmas del pasado». Me lo dijo Tarancón, mientras nos fumábamos un magnífico cigarro -un «Rey del Mundo»- en la colonia del Metropolitano, en un convento de clausura en el que unas monjas sabias y piadosas le prestaban albergue y discreción para sus encuentros.
http://www.abc.es/20071121/opinion-firmas/leccion-tarancon_200711210245.html
martes, noviembre 20, 2007
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