martes, octubre 30, 2007

Angeles de Irisarri, Lumen de lumine

martes 30 de octubre de 2007
Lumen de lumine
ÁNGELES DE IRISARRI. Novelista
AUNQUE tenga disgusto, que no se crea el Rey Don Juan Carlos que está solo en esta España del disparate, a la que nos ha venido abocando la política irresponsable del Gobierno central, del partido que lo sustenta y de sus aliados.
Que no, que tiene el respaldo de la inmensa mayoría del pueblo español. De la gente que quiere vivir en paz, trabajar y prosperar, ganar, eso sí, mucho más de mil euros al mes; formar una familia, mantenerla, tener hijos y comer tres veces al día; comprarse un piso, pagar la hipoteca sin quebrantos; viajar para ver mundo y hasta permitirse algún lujo, como comprarse una joyita, o tal o cual, y los que ya tienen lo antedicho, por edad y por haber trabajado duro a lo largo de su vida laboral, percibir una pensión digna y morirse en paz, pagándose el entierro con holgura y, a ser posible, sin que la hacienda pública les saque las entretelas a sus herederos. Lo de morirse es porque no queda otro remedio, evidente.
Vivir y morir en paz, en esta España nuestra que tantos siglos costó hacer, es lo que desea la inmensa mayoría de la población, la que con su disposición, trabajo y anhelo, nos ha llevado a alcanzar una cota de bienestar y un nivel de renta inimaginables hace treinta años. Treinta años en los que se han sucedido catástrofes naturales, por eso de que la tierra bulle en su interior o porque el cielo desata sus furias o porque el mar se embravece, o porque se hielan o se agostan las cosechas y se pierde todo; además que el accidente, ya sea colectivo ya personal, siempre está ahí, amenazante. Treinta años en los que ha habido relevo generacional, en los que unos han crecido, otros madurado y otros envejecido por el inevitable correr del tiempo.
Y en medio de esto, que va y viene o se presenta de sopetón, los españoles, después de la dictadura, hemos sido capaces de, olvidando el pasado, darnos un sistema de gobierno acorde con el de los países de la misma mentalidad y entorno geográfico para vivir el presente lo mejor posible y para recibir el futuro mejor preparados. Una Monarquía parlamentaria, un sistema democrático, por el cual el pueblo soberano interviene y elige las cámaras con el propósito de que los electos gobiernen bien, legislen lo que sea menester, distribuyan igualitariamente la riqueza, ahorren para mañana, para cuando vengan mal dadas, para todos. Sin distingos de clase, de raza, de sexo, de religión, de familia, de padre, de madre; de longitud, de latitud, etcétera. Cuyo Jefe del Estado es el Rey que, sin alharacas, lideró el movimiento de la Transición y la concluyó felizmente con el concurso de casi todos los españoles, creando un Estado de ciudadanos iguales ante la ley, con leyes que cumplir, con los tres poderes bien definidos, con libertades, sin más reservas que no incomodar al vecino.
Pero claro, en este largo y, a la par, corto tiempo, los cargos principales del aparato del Estado han sido ocupados por hombres probos y capaces, por hombres probos e incapaces, por hombres ímprobos y capaces y por hombres ímprobos e incapaces, mientras la Jefatura del Estado, es decir, la Corona, se ha mantenido, cumpliendo fielmente el papel estabilizador de las instituciones, las que le había asignado la Constitución, cierto que, cuando fue menester, cuando el Ejecutivo estuvo preso en el Congreso de los Diputados, por el golpe del 23-F., tomó las riendas de la situación, ejerció su autoridad y llamó al orden y, por fortuna, todo volvió a su cauce en pocas horas, quedando en un susto y en un triste episodio, lo que es muy de agradecer.
Y lo reconoció la gran mayoría de la población, la que, siendo contribuyente nata, paga sus impuestos, la que no vive de prebendas, la que no solicita subvenciones, la que vota gratis, ya sea por empatía o por simpatía, la que trabaja para que todo funcione mientras transcurre el tiempo, con sus dificultades y problemas cotidianos, pero, más o menos, razonablemente bien. Y en esto tuvo lugar el fatídico 11 de marzo, que llenó España de muertos y de dolor. Y en esas llegó ZP.
Llegó Rodríguez Zapatero, recordémoslo, después de un criminal atentado terrorista, fue investido presidente del Gobierno central y formó gobierno. Enseguida, empezó a revolver en el lodo. El que otrora parecía un hombre tímido y moderado, pues hasta se le llamó «Bambi», se despojó de su piel de cordero, por utilizar una figura literaria, y destapó la caja del rencor y del trueno, por sorpresa, sin llevarlos en la mochila de su programa electoral, es decir, haciendo de su capa un sayo, creando problemas donde no los había e incrementando los existentes. Y, como si fuera la luz de la luz, entró en un «proceso de paz» con la banda terrorista ETA, con unos asesinos, con el triste bagaje de casi mil muertos a sus espaldas, en busca de no-se-sabe-qué, debilitando el Estado de Derecho y poniendo en riesgo sus bien asentados cimientos. A más que, se dedicó, con sus aliados, los insaciables nacionalistas, a la reforma del Estatuto Catalán, en un afán de repartir «naciones», como el que reparte besos, y en una carrera sin pies ni cabeza. Pese a que muchas voces, las de la gente sensata, las de la buena gente, le advertían lo mismo que, siglos atrás, hicieran con el caballero de Olmedo: «Que no se fuese, que no saliese...», pero le dio un ardite.
Y Rodríguez Zapatero, ZP, en abreviatura, se convirtió en perito en líos, en profesional del desvarío, creyéndose quizá la luz de la luz. El caso es que en esta España nuestra, la que tantos siglos ha costado hacer, no caben iluminados ni salvadores, pues se necesitan buenos gestores que lejos de cualquier -ismo, cumplan las leyes y las hagan cumplir. Además, no creo que haya peor cosa en la vida, para el buen gobierno de las naciones, que, cuando los asuntos van relativamente bien, se creen arbitraria e imprudentemente frentes de controversia, que sólo aportan incertidumbre y desasosiego al panorama social y económico, con el quebranto institucional que todo ello comporta.
Y es que contra los cargos públicos que muerden la mano que les da de comer o son profesionales del barullo o supeditan sus intereses particulares a los generales, puerta, gracias por sus servicios y adiós. Cierto contra ellos ya se manifiestan las personas, con algo más de dos dedos de frente y algo más de dos neuronas, es decir, con sentido común, se oponen a los desbarros y a las estridencias, a la creatividad en materia política, a la memez, a la desfachatez, al cinismo, a la mentira, a la trampa, a la añagaza, a todo lo que vaya contra lo que se ha demostrado útil en los últimos treinta años, los mejores, quizá, de nuestra larga Historia. La gente que se lleva las manos a la cabeza por esta campaña que, últimamente, los «quemafotos» y otras especies vienen desarrollando contra la Monarquía, sin causa ni motivo, sin otro motivo que abroncar, alterar, trastocar y deteriorar la convivencia pacífica detodos los españoles. La misma que, es de esperar, sepa responder, en las próximas elecciones generales, con una buena dosis de antibiótico al dañino espectro bacteriano, que pulula por España en estos graves momentos. De otro modo, que Dios nos ampare.

http://www.abc.es/20071030/opinion-firmas/lumen-lumine_200710300245.html

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