viernes 28 de septiembre de 2007
Apuntaciones sobre la soledad de la República
Antonio Castro Villacañas
C ON esto de la memoria histérica conviene puntualizar muy bien las cosas. Sirva esta de ejemplo: casi siempre que ahora, en España, se habla de la República, quien hace uso de la palabra, sea de forma oral o escrita, se refiere a la Segunda; es decir, a la que oficialmente presidió nuestro destino colectivo desde el 14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936 en la totalidad de la Nación, y desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939 solo en una parte, progresivamente disminuida, de ella. Muy pocas veces, casi nunca, se referirá a la Primera, esa que duró un abrir y cerrar de ojos en el último tercio del siglo XIX; menos aún a la Tercera, esto es, a la que puede venir en los inicios del XXI, y algo más, pero tampoco demasiado, a la República en general; quiero decir a la República como idea o forma ideal de gobierno... Hecha esta advertencia, mis apuntaciones de hoy están inspiradas en un libro que Ángel Viñas (economista, historiador y alto funcionario en internacionales organismos) ha publicado no hace mucho con ese título -La soledad de la República-, primero de una trilogía dedicada a examinar la situación de dicha Segunda República durante la guerra 1936-1939, sobre todo en relación con las coordenadas internacionales europeas existentes en aquella época. Es, por tanto, un libro triste, ya que analiza la evolución de los acontecimientos producidos dentro de España en dicho periodo, que con toda evidencia demuestran -incluso contra la voluntad del autor- el constante deterioro de la República (Segunda o Tercera, según se valore la forma de gobierno que rigió en una parte -menor cada día- de España a partir del 18 de Julio) y su progresivo desprestigio internacional. El libro, conviene decirlo cuanto antes, es una obra digna de su autor, que con ella demuestra ser un gran investigador, dueño absoluto de una apabullante mina bibliográfica y de un magistral número de adecuados documentos, procedentes de diversos archivos, entre ellos algunos rusos, que don Ángel Viñas ha trabajado con el necesario rigor y suma inteligencia. Todo ello ha producido un libro sumamente interesante, muy bien escrito. Que el señor Viñas haya trabajado mucho y bien no quiere decir que el contenido de su obra, y sobre todo las conclusiones que de dicho contenido extrae el autor, puedan convencer a cuantos la lean. Yo, por ejemplo, no creo que la Tercera República (recuerdo: la surgida tras el 18 de julio) se fuera obligada a buscar amparo en la Unión Soviética en el inmediato mes de septiembre al verse abandonada -es la tesis que mantiene Ángel Viñas- por todas las potencias democráticas, que fueron las primeras puertas donde llamó en busca de auxilio... Hay en este punto tres aspectos que bien merecen ser comentados: 1, cuál fue la actitud de las democracias ante el Alzamiento; 2, cuál fue su actitud ante la Tercera República; y 3, por qué ésta tuvo que pedir auxilio a potencias extranjeras. Respecto del primer interrogante, parece evidente que en los archivos de los Ministerios de Asuntos Exteriores de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos (únicos países democráticos en condiciones de prestar una ayuda eficaz a cualquier pedigüeño) deben existir informes y documentos relativos a la situación de España durante los años 1931-36, procedentes de los adecuados servicios de sus embajadas en Madrid. Que yo sepa, esa importantísima fuente de información no se ha utilizado por ninguno de los diversos autores que han publicado libros sobre nuestra Guerra, y si ello puede explicarse en razón de que tales archivos suelen ser secretos durante algún tiempo, teniendo en cuenta que ya han pasado 71 años desde que se dió en el tetuaní Llano Amarillo la voz de ¡adelante!, es muy posible que parte de esa documentación, si no toda, esté ya en condiciones de ser examinada por las personas que acrediten unas mínimas serias cualidades investigadoras. Yo estoy seguro de que -con distintos matices, como corresponde a las lógicas diferencias existentes entre las citadas democracias- hay una base común en dichos archivos respecto de la poca o mucha información recibida por sus propios Gobiernos a través de los pertinentes servicios. Esa base sólo puede ser el constante deterioro de la democracia republicana instaurada en España a partir del 14 de abril de 1931: la quema de iglesias, conventos y colegios; la oleada de huelgas y altercados de índole anarquista; el trágico final de Casas Viejas; lo que fue la sanjurjada; el fracaso del golpe de Estado que en octubre de 1934 protagonizaron los socialistas con los separatistas catalanes y los comunistas astures; la progresiva desintegración política y social de la República desde que el Frente Popular se hizo con el Poder en febrero-marzo de 1936; el asesinato de Calvo Sotelo, punto final de una numerosa serie de muertes violentas a lo largo de aquella primavera trágica, e inicio de la mucho más trágica y violenta que tuvo lugar en el cálido verano de 1936... ¿Es que alguien de sano juicio puede creer que el Deuxiéme Bureau, el Intelligence Service, o quienes precedieron a la CIA, no se enteraron de lo que pasó y estaba pasando en la República Española desde el 14 de abril de 1931 al 29 de septiembre de 1936? ¿Es de inteligentes -o de tontos- pensar que la "segunda bis", o su equivalente, del Ejército francés protector de Marruecos en aquellos años, no sabía las razones del estado de ánimo en que se encontraban sus compañeros de armas en la zona española del común Protectorado? Otro ejemplo más: ¿se puede concebir que los correspondientes servicios británicos no supieran nada respecto del avión y el piloto que tras prestar servicio al Príncipe de Gales alquiló un periodista con claros antecedentes para trasladar al general Franco desde Canarias a Marruecos? ¿Alguien puede creer que dicho piloto no informara a nadie de tal viaje antes de realizarlo, y sobre todo tras llevarlo a cabo? Las democracias occidentales no ayudaron de manera efectiva, antes o después del 18 de julio, a los sublevados en Marruecos, Canarias o la Península. Pero tampoco hizo nada especial en favor del Poder establecido aunque reconociera su legitimidad. Esa inicial neutralidad, de naturaleza más curiosa que política, se transformó inmediatamente en recelo, ante la creciente constancia de que el alzamiento militar había producido de hecho la muerte de la II República. En la zona dominada por los rebeldes, al haber asumido el Poder autoridades exclusivamente militares; y en la España libre de tal tutela, por haberse disuelto el Poder -en virtud de diversas causas- de forma anárquica entre multitud de células absolutamente politizadas, todas republicanas pero en su práctica totalidad independientes de hecho entre sí y respecto del Gobierno establecido en Madrid... La III República, nacida de facto tras el 18 de Julio, caracterizada entre otras cosas por la forzada ausencia de oposición política, se fue construyendo a lo largo de la guerra, pero en los meses de agosto y septiembre de 1936 gozaba de muy poco crédito tanto dentro como fuera del territorio que teóricamente dominaba, en razón de la básica descomposición socio-política citada. De hecho, en aquellos meses no hubo un auténtico Ejército republicano, pues prácticamente desde el primer momento había sido relevado de sus funciones por las Milicias anarquistas, socialistas o comunistas... Ángel Viñas, pues, no debería mostrarse tan extrañado de que las democracias occidentales se mostraran remisas a vender armamento a personas que no estaban en condiciones de garantizar si iba a ser usado en el restablecimiento del desorden vigente antes del 18 de Julio, en la defensa del establecido tras el Alzamiento, o en la construcción de uno nuevo filosoviético o semianárquico -pero en todo caso poco democrático- a juzgar por los antecedentes habidos en aquellos meses... El único país que en aquellos momentos -septiembre de 1936- podía ayudar de manera efectiva a la Tercera República era la Unión Soviética, que además en buena parte convergía ideológicamente con muchos de los dirigentes republicanos. Ángel Viñas se complace en describir las vacilaciones de Stalin a la hora de recibir y atender las peticiones de la República, por entender que ello implicaría a la Unión Soviética en una contienda tan lejana de sus fronteras como de sus intereses inmediatos. Ello le lleva a defender la figura de Juan Negrín -primero ministro de Hacienda y luego Jefe del Gobierno de la III República- contra las de Indalecio Besteiro y Francisco Largo Caballero sus compañeros socialistas no filosoviéticos. El "oro de Moscú" fue un factor decisivo -junto a otros de índole ideológica- para que Stalin decidiera (en el mes de septiembre de 1936, recordémoslo) intervenir en la guerra de España. ¿Hay alguien, pregunto de nuevo, que todavía se crea la versión de Negrín, según la cual sólo la URSS aceptó hacerse cargo del oro español, amenazado según él de caer en manos de Franco? ¿Alguien cree que no pudo llevarse a Suiza? Termino. El libro de Ángel Viñas es en su conjunto muy estimable, pero no aporta conclusiones nuevas. Se limita a demostrar con datos discutibles determinadas interpretaciones largamente arraigadas en personas progresistas, todas ellas partidarias de la Tercera República. Es decir, de la gobernada por Negrín, el socialista más filosoviético de cuantos dirigían el partido fundado por Pablo Iglesias.
jueves, septiembre 27, 2007
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