viernes 28 de septiembre de 2007
El violador del Vall d’Hebron en la calle
Miguel Martínez
E L pasado sábado, mientras algunos se arreglaban para irse de cena con los amigos y otros nos preparábamos para ver el Barça-Sevilla, salía de la cárcel José Rodríguez Salvador, más conocido como “el violador del Vall d’Hebron”. Es de suponer que, después de dieciséis años entre rejas, bastantes más ganas tendría él de verse libre que un servidor de ver a su Barça o que cualquiera de mis queridos reincidentes de irse de cena. Dieciséis años son muchos años para verse privado de libertad encerrado en una celda, pero son pocos, muy pocos, cuando el condenado lo ha sido a trescientos once años por haber agredido sexualmente a dieciséis mujeres. Finalmente a ese, digamos… degenerado, no le ha costado más que un año de cárcel cada una de las agresiones sexuales probadas. Lógicamente le han salido gratis las otras veinticuatro agresiones que presuntamente cometió, y que, finalmente, no han podido acabar de probarse. Desde el Ministerio Fiscal se han llevado a cabo peticiones y gestiones encaminadas a prolongar la estancia entre rejas de ese, digamos… espécimen, pero parece ser que desde la judicatura se ha estimado que tal medida conculcaría los derechos constitucionales del reo. Sobre los derechos de las víctimas, que saben que ese, digamos… hijo de su madre, ya está en la calle de nuevo, no se han pronunciado; ni sobre el recurso que cuatro de las víctimas han interpuesto contra la sentencia; ni sobre la solicitud de la aplicación de la propia doctrina del Pleno del Tribunal Supremo –doctrina Parot sobre el cumplimiento íntegro de la pena- que ha solicitado la Fiscal Jefe de Cataluña. Y lo más surrealista del caso es que, al ser una causa sin preso –y lo es porque ya lo han soltado- la tramitación será más lenta y pueden pasar semanas , o incluso meses, antes de que la justicia se pronuncie sobre si debe o no ingresar de nuevo en prisión ese, digamos… interfecto. Que aquel que ha cometido crímenes horrorosos salga de nuevo a la calle siempre es motivo de preocupación, pero aún lo es más cuando los psicólogos de los servicios penitenciarios alertan –como ocurre en este caso- de que existe “un elevado riesgo de reincidencia”. Cada vez que sueltan a un, digamos… sujeto, de esa calaña nuestros políticos se afanan en afirmar la conveniencia de revisar las leyes que regulan el cumplimiento de las penas pero, como a nosotros, se les olvida hasta que les explota en la cara un nuevo caso y se ven con la gente agitada y con la alarma social llegando a niveles próximos al DEFCON 1. Por cierto, los vecinos del Vall d’Hebron pueden estar, al menos de momento, relativamente tranquilos; pues parece ser –así lo recoge el Ideal de Granada- que ese, digamos… bárbaro, ha ido a esconderse a Iznalloz, Granada, el pueblo de donde son oriundos sus padres. A los vecinos de Iznalloz recomendarles que no dejen solas a sus mujeres en la calle, que ya saben lo que afirman los psicólogos que han atendido a ese, digamos… criminal. Es fácil caer en la demagogia cuando se tratan este tipo de delitos y es evidente que los derechos de los presos han de ser cuidadosamente observados y rigurosamente garantizados, pero no es de recibo que un, digamos… salvaje, de esa índole se vea en la calle cuando lo más probable es que vuelva a atacar, existiendo –como existen- medios legales para mantenerlo guardado. Se está especulando sobre la posibilidad de aplicar en el futuro, y exclusivamente en este tipo de situaciones, lo que ha venido en denominarse “castración química”. Y un servidor, que se quiere tener por tolerante y comprensivo ante otras conductas antisociales, no sabe qué le ocurre ante los violadores –especialmente cuando son multireincidentes-, pero lo cierto es que le sale una vena de lo más reaccionario que incluso le asusta; porque uno, que es padre de una hija, no quiere ni imaginarse en la situación de los padres de las víctimas atacadas por ese, digamos… cabronazo, y a buen seguro que si en tal caso le preguntaran sobre las castraciones químicas opinaría tal que así: ¿Castración química para los animales como Rodríguez Salvador? Nada de química. Como a los cerdos. Recobrando la cordura, cosa que puede hacerse con relativa facilidad cuando uno ve los toros desde la barrera y las víctimas le son desconocidas, cabría decir que en situaciones extremas como lo es ésta, cobran mayor vigencia – se lo comentaba en el artículo de la semana anterior hablando del caso Madelein- las teorías del Positivismo Criminológico del siglo XIX: Cuando las instituciones no consigan la resocialización del delincuente, éstas deben, al menos, proteger a la sociedad manteniendo a este tipo de delincuentes alejados de la calle. ¿Que lo de Rodríguez Salvador es una enfermedad mental? Pues que lo encierren en un manicomio hasta que se cure. Y si no se cura, pues casi mejor. Más tranquilos estaremos todos.
jueves, septiembre 27, 2007
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