viernes 28 de septiembre de 2007
Los signos de los tiempos
Ignacio San Miguel
U NA tremenda bofetada ha sido asestada a la Iglesia, a los católicos y a cualquiera que tenga algo de decencia y no esté sumido en el embrutecimiento moral. La exposición pornográfica en la iglesia de Santa María de Gracia, en Ibiza, es de una obscenidad que escalofría, con bochornosas escenas en que Juan Pablo II y Jesucristo realizan actos de indecencia delirante. Sin embargo, ha sido una lección para la Iglesia, si la quiere aprovechar. Me refiero al hecho de que esta iglesia de Ibiza fue cedida hace diez años para usos culturales. Pero ¿acaso desconoce la Iglesia la naturaleza de gran parte de la cultura actual? De ninguna manera. Pues acostumbran los eclesiásticos a referirse con aire sesudo a “los signos de los tiempos” y a “los vientos de la Historia”. Sin duda, para adaptarse a esos signos y a esos vientos. Para ir acordes con ellos. Su preocupación absorbente es la subsistencia de la institución, sin tener en cuenta que ésta no es más que un medio, un simple instrumento, para extender un mensaje, y que este mensaje puede no estar de acuerdo ni con los signos de los tiempos ni con los vientos de la Historia. Se creen muy hábiles, deformando tranquilamente el mensaje según las modas del momento: pero su habilidad es nula y no hacen más que recibir estacazos. Con la cesión de la iglesia de Ibiza pensaron que se adaptaban muy bien a los tiempos presente. Muy bien ¡pues ahí tenéis cultura, ya que sois tan inteligentes! El asunto de Ibiza, como las obras de teatro representadas en Madrid, como el libro blasfemo y pornográfico en Extremadura, como la “Guía para chicas” en Castilla La Mancha, las dificultades en la clase de Religión, etc. son otros tantos síntomas del pago que está recibiendo la institución eclesiástica por la última de sus adaptaciones: la adaptación al pseudoprogresismo. Llevan mucho tiempo queriendo complacer al pueblo, deseando evitar cualquier roce, ronroneando palabras de amor. El amor está muy bien, pero la doctrina católica, tiene también sus exigencias ¿no es así? ¡Ah! Pero esto podría desasosegar al pueblo. No hay que crispar, no hay que crispar. Por tanto, nada de aborto, ni homosexualismo, ni nada que pueda inquietar a la soñolienta audiencia. Las palabras del gran católico francés Léon Bloy hacia 1900, vienen como anillo al dedo: “La inmensa desgracia es que, al cabo de más de mil años, la Tradición de los Padres se ha perdido completamente y el significado de la Palabra divina ha sido reemplazado por una increíble y diabólica estupidez sentimental.” Estupideces sentimentales, eso es lo que se oye casi exclusivamente en los púlpitos. Ya se sabe cuál es la cosecha: templos vacíos, o, por lo menos, vacíos de jóvenes. Son de una torpeza enorme en sus adaptaciones a los signos de los tiempos y a los vientos de la Historia, aparte de la traición que suponen a la doctrina que profesan. En tiempos del Concilio predominaba la idea de que el comunismo era irreversible y de que había que llevarse bien con la Unión Soviética y los demás regímenes comunistas. Y eso que Pío XI había definido al comunismo como doctrina “intrínsecamente perversa” y su sucesor Pío XII había refrendado ese juicio. Así que convinieron con las autoridades soviéticas en el famoso Pacto de Metz, que no se haría ninguna mención condenatoria del comunismo en el cónclave. Y así fue. A cambio, las autoridades comunistas permitieron a los jerarcas ortodoxos asistir al Concilio. A partir de entonces y hasta la llegada de Juan Pablo II, las relaciones entre la Iglesia y la más monstruosa tiranía de la Historia fueron poco menos que idílicas. Además, la mayor parte del clero se había más o menos marxistizado y habían creado la Teología de la Liberación, de fundamento marxista. Prácticamente se abandonó a su suerte a los fieles católicos que soportaban toda clase de vejaciones en los países comunistas. Que se lo pregunten a Armando Valladares, fervoroso católico y disidente cubano, que permaneció veintidós años encarcelado en Cuba. Allí, en su silla de ruedas a que le había confinado el tratamiento recibido, tuvo que enterarse de las numerosas palabras de elogio de la jerarquía católica al régimen de Fidel Castro, entre las que destaca la carta del Cardenal Paulo Evaristo Arns, de Saö Paulo, dirigida en 1989 a un “queridísimo Fidel”, en la que afirmaba discernir en “las conquistas de la Revolución”, nade menos que “las señales del Reino de Dios.” Para desternillarse de risa. ¿Y todo para qué? La Unión Soviética se derrumbó y Juan Pablo II desmontó la Teología de la Liberación. Pero no es ese el fondo de la cuestión. Lo sangrante es que los marxistas de siempre no han agradecido a sus homólogos del clero los servicios prestados. Los desprecian olímpicamente, o bien se sirven de ellos cuando les conviene. ¿Y acaso la izquierda española ha agradecido al clero los servicios prestados en las postrimerías del régimen anterior? Servicios que, en puridad, constituyeron una traición, pues hasta entonces habían sido uña y carne con ese régimen. Y no faltan curas en la actualidad que se quejan de falta de reconocimiento. De esto se podría tratar largo y tendido. Ahora la tónica general son los mensajes melosos y dulzarrones, muy propios del pseudoprogresismo, con repuntes del marxismo tradicional aquí y allá. Ante estas reacciones hostiles y hasta blasfemas que se están dando como respuesta a tales condescendencias, lo lógico sería pensar si no se estará echando carnaza a la fiera, con lo que aumenta su apetito. Y se debería reflexionar sobre si tanta maniobra y adaptación tienen alguna compensación en el aumento de la adhesión del pueblo. Muy al contrario, las estadísticas confirman lo ya señalado. Aquellos en quienes menos confían los españoles son los políticos y los clérigos.
jueves, septiembre 27, 2007
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