viernes 28 de septiembre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Cumple con regalo
En 1982, con sólo un mes de diferencia, nacen dos criaturas: el BNG y la mayoría absoluta. El nacionalismo germina en una organización compleja, destinada a ir recogiendo los restos de diferentes naufragios, sin por ello cuestionar el patronazgo de la UPG. En la mayoría absoluta socialista, desemboca una izquierda pragmática, un centrismo harto de la crisis de UCD y, en suma, una sociedad española ansiosa de líderes fuertes y siglas disciplinadas.
Así pues, el BNG aparece en un mundo políticamente adverso, en el que queda muy poco espacio para su mensaje. Sólo una minoría de creyentes previamente convencidos podía comulgar entonces con una visión de Galicia todavía marcada por teorías revolucionarias, que presentaba al Estado como un enemigo a batir.
Un Estado que Felipe González iba a reconvertir con su carisma. Un Estado al que muchos gallegos miraban con la esperanza con que un hijo ve al padre justo, capaz de ayudar al hermano menos favorecido mediante lo que después se llamaría discriminación positiva. Dicho de otra forma, la mayoría absoluta hace verosímil la idea de un Estado reequilibrador que actúa a favor de las comunidades necesitadas.
Aparte del radicalismo, el gran problema de aquel BNG era ser visto como algo inútil por buena parte de los gallegos progresistas. Su utilidad era romántica, histórica; algunos lo consideraban incluso como una herramienta eficaz en las protestas, un recurso circunstancial para situaciones especiales. Ahora bien, la política en serio, el Gobierno mayúsculo, los grandes asuntos, pertenecían a otra categoría superior en la que el BNG no estaba incluido.
Un error duradero del nacionalismo primerizo fue considerar esto como una virtud, y acentuar el espíritu de secta. El BNG era algo más que una organización política de la que los electores entran y salen según el momento y la conveniencia. Había una mística especial que convertía a la sigla en un gueto rodeado de gentiles.
Veinticinco años después, aquellas dos criaturas han evolucionado de forma diferente. El BNG ha salido de Matrix y ya no ve en Galicia a un pueblo de réprobos a los que hay que convertir, sino una sociedad a la que es preciso adaptarse y seducir, bailando con ella si es necesario un pasodoble en una verbena de mayores.
En cambio, la mayoría absoluta se desvanece en el horizonte, y con ella el mito del Estado paternal que trata a sus vástagos más pequeños con un amor especial. Aunque Zapatero quisiera ser Felipe, no podría. Ya no se mira la necesidad de este o aquel sitio, sino su capacidad de presión, de acuerdo con unas reglas que recuerdan a las que rigen en política internacional.
Si esa force de frappe existe, los presupuestos se adecuan a la variable más favorable, o se conceden las competencias de tráfico. Sin ese factor diferencial, habrá como mucho propinas, y el ministro del Interior saldrá a la tribuna para negarle a Galicia esa competencia, esforzándose más bien poco en argumentar el rechazo.
Si el mundo del 82 era poco propicio al BNG, el que ahora se va formando, parece hecho a su medida. Un Estado que cambia el reglamento para convertirse en un espacio competitivo, donde queda poco margen para la función reequilibradora de antaño, un dios antes generoso que ahora sólo da lo que se le arranca. Loosing my religion. La religión antigua esta en crisis, y ése es el mejor regalo de cumpleaños del nacionalismo que nació un lejano septiembre.
viernes, septiembre 28, 2007
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