jueves 17 de mayo d e2007
Responsables y flautistas
M. MARTÍN FERRAND
DEL mismo modo que Bartolo, el de la flauta, maneja un instrumento dispuesto para la monotonía de un único registro, de un solo agujero, José Luis Rodríguez Zapatero, el del PSOE, se ha instalado en la obsesión de hablar con ETA. Demuestra la experiencia que la persistencia, incluso la contumacia, de un personaje sobre una misma idea no es hija de la voluntad y no debe ser incluida en el virtuoso capítulo de la perseverancia. Suele derivarse de la falta de otras ideas alternativas. Zapatero llegó a La Moncloa para protagonizar un «proceso de paz» y en ello sigue más de tres años después. Incluso cuando se trata de promover candidaturas socialistas para su instalación en Asambleas y Concejos el líder insiste con la suya.
Supongo que, antes de un año y salvo que medien acontecimientos extraordinarios, en las venideras legislativas, los electores le pedirán cuentas a Zapatero. Tanta insistencia entra ya en el territorio de lo doloso, especialmente si se advierte la impenetrabilidad de la que ETA y sus marcas afines hacen gala. La responsabilidad en el ejercicio del poder, su exigencia, su premio y/o su castigo, es la mejor prueba de que la democracia funciona. La irresponsabilidad acredita lo contrario: un decorado democrático sin acción ni fundamento alguno en su interior. Del mismo modo que, en las grandes pruebas atléticas, los participantes tienen tasado el número de sus intentonas, en la competición gubernamental debiera establecerse un máximo de errores repetitivos. Ahorraríamos muchos disgustos.
Fijémonos, para decir lo mismo de un modo más sencillo, en el caso del anestesista Juan Maeso. Desde 1988, durante diez años, estuvo inoculando el virus de la hepatitis C en, como mínimo, 275 pacientes. Los tribunales, con su acostumbrada lentitud, han cerrado el caso con la literaria condena de 1.933 años de prisión para el desaprensivo doctor. Lo que desconsuela es que no le acompañen al trullo ninguno de quienes, profesional o políticamente, han sido sus superiores y no quisieron, o supieron, vigilar y prevenir la catástrofe. La responsabilidad del poder, en todos sus niveles, debe ser exigida para que, como nos ocurre, el poder no pierda su púrpura y su respeto. La saña del condenado pudo pasar inadvertida en las primeras docenas de casos; pero, llegados al ciento, algo no habrá hecho bien la llamada cadena de mando. Desde el responsable autonómico de Sanidad hacia abajo.
Zapatero sale ahora con el aviso de que el fin de ETA será difícil. ¿Habrá llegado por sí solo a tan luminoso corolario? Aún así, insiste. Debe intentarse de nuevo el diálogo con quienes han hecho profesión y bandera del asesinato y la extorsión. Si no le pedimos cuentas, la responsabilidad terminará recayendo en nosotros, que, por electores, somos sus jefes más directos. Podemos llegar a cómplices.
miércoles, mayo 16, 2007
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