viernes, febrero 23, 2007

Jose Maria Romera, En celo

sabado 24 de febrero de 2007
En celo
JOSÉ MARÍA ROMERA j.m.romera@diario-elcorreo.com

Seguro que ustedes se han dado cuenta. ¿No observan que últimamente las autoridades les tratan mejor? No sé, como con más consideración, como si de repente se acordaran de que los ciudadanos existimos. Los políticos siguen cabreados, es cierto, pero en sus refriegas empieza a haber algo de contención, esa actitud de quien se tienta la ropa porque sospecha que le están mirando y no quiere hacer el ridículo. Algo pasa. Pero la señal más visible de ese cambio es, ya digo, el trato. No sólo se dirigen a nosotros más respetuosamente, sino que incluso nos halagan, nos dan coba, nos aseguran que somos formidables. Estos días me ha parecido notar alguna palmadita en el hombro, el delicado roce de una invisible mano amiga que se me ofrecía para lo que hiciera falta. Son ellos, los políticos. Están saliendo de sus burbujas y bajan a la plaza, a mezclarse con la plebe, a hacer suyos aquellos versos de Aleixandre sobre lo hermoso y vivificador y profundo que es sentirse bajo el sol entre los demás. Algo raro tiene que estar ocurriendo para que de nuevo vuelvan la mirada hacia los ciudadanos tras meses y meses de indiferencia. Para que paralicen la 'ley del vino', por ejemplo. Un déspota ilustrado no lo habría hecho. Se habría puesto del lado del bien público, de la salud y de la protección de los menores aun a riesgo de resultar impopular. Sin embargo había que quedar bien con los productores de uva, los bodegueros, el gremio de hostelería, la juventud del kalimotxo y los simpáticos consumidores de vino. He escrito 'simpáticos consumidores' sin darme cuenta de que incurría en un pleonasmo. A los ojos del vendedor de cualquier mercancía -y qué es un político sino un tendero de ideologías que dobla el espinazo ante el comprador igual que un solícito dependiente de comercio-, los consumidores son simpáticos por definición. El cliente siempre tiene razón, y si no la tiene hay que dársela con tal que acabe pasando por caja. Líbreme Dios de malinterpretar sus amables sonrisas, sus carantoñas, sus arrumacos. Quizá los estén prodigando desinteresadamente, porque sí, sin ánimo de lucro, simplemente contagiados de otro estilo menos áspero y más cercano, o después de recapacitar y llegar a la conclusión de que no merece la pena seguir intoxicando el ambiente. Hay más pruebas. Fíjense en cómo le han obligado a retractarse a Sánchez Dragó tras haber llamado sucios a los madrileños. O en la retirada de antena de una entrevista a José María García porque sus insultos podían herir la sensibilidad del espectador. La consigna es no molestar a nadie. Así las cosas, ¿han pensado ustedes que quizá sea un buen momento para pedir subvenciones? Los políticos han entrado en celo preelectoral; habrá que aprovecharlo.

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