Idoia Rodríguez, el ejemplo contracorriente de una joven soldado
Eduardo Arroyo
Hizo frente a la comodidad de moda en nuestro tiempo. La muerte le alcanzó, pero ya ha entrado en la imperecedera y sagrada hermandad que une a todos los soldados de honor.
24 de febrero de 2007. Hoy íbamos a escribir de otras cosas. Los lectores de este espacio ya saben cuales son nuestros temas favoritos pero esta vez se impone cambiar de tercio. La "actualidad" de un tema no es ni mucho menos síntoma inequívoco de que enseñe algo o de que ayude a mejorar el mundo. También hay "actualidad" como estratagema periodística al servicio de los tiranos. Con frecuencia las cosas sencillas son más ilustrativas de lo que podemos hacer en la vida y esperar de ella. Y al fin y al cabo escribimos por creer sinceramente que, en algún lugar o en algún corazón alejado, estas modestas aportaciones quizás puedan traer luz a esta época atormentada. Por eso hoy faltaríamos al deber si no hablásemos sobre nuestra soldado caída Idoia Rodríguez Buján.Tenía 23 años. Su padre nos asegura que "su máxima ilusión era ser soldado profesional" y, hombre sencillo, su expresión nos dice que es verdad.Es muy seguro que en estas horas difíciles serán pocas las palabras que den consuelo a aquellos que con sobrados motivos lloran a sus muertos. Pero no menos necesario que las lágrimas es hacer justicia al modo en que vivió Idoia mucho más que al modo en que murió.Porque, aunque como soldado no participó en grandes batallas, en una época de confort y de diversión, Idoia eligió el peligro con alegría, plena de joven vitalidad, hasta convertirlo en una "ilusión". Porque mientras que millones gastan fortunas en ropas efímeras, Idoia eligió un uniforme sencillo y vivir con pocas cosas. Porque en la apoteosis de los que pactan con sediciosos y en una sociedad podrida de doblez, ebria de chusma que se desgañita en "tertulias" y "debates" televisivos, Idoia escogió el honor y la adustez del lenguaje militar. Pero por encima de todo demostró algo que casi todos han olvidado hoy y que constituye un distintivo de todas las comunidades de hombres libres que han existido bajo el sol: la vocación de servir. Idoia escogió servir sin preguntar, aunque para ello tuviera que ir a un infierno incomprensible, como el que para Idoia y sus camaradas diseñaron las camarillas de políticos al uso.Cuando reflexionamos sobre todo esto, no sabemos si llorar por Idoia o llorar por ver en lo que nos hemos convertido. Posiblemente Idoia, como soldado, sabía que la muerte nos espera a todos y que tan solo es una cuestión de calendario. Pero es doctrina militar que, antes que la certeza de la muerte, debe preocupar la vida que se lleva. Al fin y al cabo la muerte no es más que un telón que se cierra y que solo en contadas ocasiones redime una vida ya perdida. En eso también ella nos enseña algo, en eso también se cierra un telón breve pero inmaculado. Tras una corta vida contracorriente, Idoia ha abandonado este mundo envuelta en la belleza singular del "acto de servicio", algo que parece odioso a muchos pero que sin duda es mejor que morir en una cama, de puro asco y decadencia.Nada de esto fue extraño en el pasado. Por entre los siglos, resuena la máxima de un célebre capitán español que aconsejaba morir "en una barraca, pobre como un soldado, con solo un sobradillo en el morral para imitar la pobreza de Cristo". Hoy causa asombro la muerte de alguien que ha caído, no por escapar del riesgo sino por buscarlo, de alguien que prefirió ser un sencillo soldado a la comodidad intoxicante de un "ciudadano que ejerce sus derechos". Desgraciadamente, con frecuencia en la guerra mueren los mejores. Sin embargo, no me cabe la menor duda de que Idoia vive, sí, en el seno de los justos, pero también en la memoria de sus camaradas; en esa hermandad sagrada que une a todos los soldados de honor a través de los tiempos. Su ejemplo contrasta con la podredumbre de la época sin perder ni un ápice de su capacidad regeneradora y, gracias a él, aún en la tristeza del momento, cobran vida de nuevo las palabras del poeta: "Donde abunda el peligro crece lo que salva". No, Idoia ni vivió ni murió en vano.
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