jueves 1 de febrero de 2007
Tricornios
BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com
En mis pupilas infantiles aún se dibujan como seres mágicos y terribles que arrastraban pesadas alas grises de murciélago prehistorico, alas a ras del barro permanente de los caminos; avanzaban con la contundencia de calzar buenas botas en tiempos de alpargata, con la arrogancia del aura poderosa que envolvía sus uniformes; crujían los helechos a su paso y el apretón de mandíbulas en los vecinos. Caminaban de dos en dos, precedidos por el olor acre de los capotes y el brillo mojado sobre el charol de sus tricornios. Tricornio. Palabra sin inocencia teñida por el ruido de disparos con eco y el olor a pólvora que asustaba a los lobeznos.No formaban parte de la comunidad, por algo vivían en casas apartadas, como la del cura, verdes y amarillas; incluso sus hijos, en caso de compartir pupitre en la escuela, sufrían el silencio aislante de los otros niños. Ellos tenían casa, comida y el agradecimiento de sus amos por defenderles el pazo, el latifundio y los injustos privilegios.Por entonces, para mí resultaba más fácil interpretar la mirada de las vacas que los larguísimos mutismos adultos. Ignoraba las escasas salidas al hambre para los jóvenes de mi tierra; algunos, para eludir las dentelladas de la posguerra, entraban en el Cuerpo de la Guardia Civil, con la misma resignación con que otros preparaban la maleta de cartón y cruzaban un océano; unos cuantos salían a la mar en barcos ruinosos, enfrentando tormentas a cambio de salarios miserables y bajo estricto régimen militar, sin poder negarse a embarcar bajo pena de cárcel.Claro que las elecciones son personales y pocos tienen madera de héroes cotidianos.Verlos manifestarse tricornio en testa y algún puño en alto, abandonando el dúo vigilante y exigiendo libertades, tuvo el efecto de conmocionarme. Primero, porque tienen derecho y la promesa del presidente a tenerlas, siendo además un modo éste de integrarlos en la legalidad democrática para evitar tentaciones. Compartir hipoteca con el vecino solidariza un montón, y además los guetos de sus casas verdeamarillas se cotizan en el mercado del ladrillo a riñón el metro cuadrado. Segundo, no lo pude evitar, me senté de golpe en el duro suelo escuchando desde otra memoria de tricornio reluciente una orden inapelable: '¿Se sienten, coño!'. Digo yo, ¿no podían protestar vestidos del ciudadano que aspiran a ser? Coño, que algunos tenemos agudizada la memoria histórica y débil el corazón.
jueves, febrero 01, 2007
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