lunes, diciembre 18, 2006

Jose Maria Lassalle, Cambiar para ganar

lunes 18 de diciembre de 2006
«Cambiar para ganar»
POR
JOSÉ MARÍA LASALLE
CON este lema David Cameron ganó hace un año la presidencia del Partido Conservador. Después de tres liderazgos frustrados y otras tantas derrotas electorales, los conservadores comprendieron el 6 de diciembre de 2005 que hacía falta inyectar aire fresco a su partido y disputar a la izquierda una centralidad política perdida desde que Tony Blair asumió el discurso de la «Tercera vía» como relato legitimador del «nuevo laborismo». De ahí la apuesta audaz de Cameron por un estilo de hacer política, por unas ideas y mensajes que han conseguido sacar a los conservadores del ensimismamiento resignado en el que estaban instalados y, de paso, cambiar el escenario político británico en tan sólo un puñado de meses.
Arropado por la generación de los «tories de Notting Hill», David Cameron ha ganado posiciones dentro del complejo, pero decisivo, caladero electoral que engloba las clases medias urbanas surgidas de los 90, así como los universitarios y los jóvenes profesionales que, a pesar de recelar de la clase política y de sus «tics» tradicionales, sin embargo, tienen una enorme capacidad de influencia en la opinión cibernauta, siendo especialmente activos en todo lo que tiene que ver con la llamada agenda global. En este sentido, Cameron ha hecho lo que ninguno de sus antecesores se atrevió a hacer: transformar la imagen y la fisonomía de un partido que ha afrontado la ruptura simbólica y generacional con los iconos y el lenguaje básicamente «ideológico» que construyó la hegemonía electoral conservadora durante casi dos décadas, pero que, desde la derrota de John Major de 1997, necesitaba una adaptación a los cambios de mentalidad experimentados por la sociedad británica a partir de entonces.
Con su lema «Cambiar para ganar», Cameron no ha hecho «blairista» al conservadurismo, ni tampoco ha imitado su estilo -tal y como le criticaban los sectores que aglutinaba David Davies dentro del partido-. Ha fijado una agenda propia adaptada a los nuevos tiempos y, sobre todo, a un relato y unas formas de comunicación política que hacen posible en estos momentos que la mayoría de sus compatriotas estén dispuestos a votar a los conservadores en el seno de una sociedad tan próspera, optimista, pujante, abierta, compleja, tolerante y plural como es la sociedad británica de diciembre de 2006. De hecho, Cameron ha conseguido este cambio sin forzar ni traicionar nada. Ha acudido a la versatilidad y a la flexibilidad de ese liberalismo anglosajón que constituye el sustento teórico del Partido Conservador. Así, ha construido un proyecto renovado, tanto en su diseño intelectual como en sus planteamientos. Sin duda ha contribuido a ello la educación recibida por los nuevos «tories» de la mano de ese entorno de pragmatismo tolerante personificado por Michael Oakeshott o Isaiah Berlin; circunstancia que explica que hayan conseguido desalojar a los laboristas de la centralidad del espacio político británico en tan poco tiempo, recurriendo para ello a un liberalismo de registros diversos que ha sabido reivindicar al Partido Conservador como el partido de la libertad del siglo XXI.
Por lo pronto, los nuevos «tories» han dado una mayor visibilidad al legado «whig». Con esta maniobra han restado apoyos a los liberal-demócratas de Campbell y han recuperado un concepto político olvidado desde John Stuart Mill en la cultura política británica: la felicidad. De este modo, han sabido conectar con el liberalismo de la compasión que tan importante fue en el desarrollo de la Ilustración anglosajona. Su reivindicación de líderes como Gladstone y Palmerston frente a Churchill o Thatcher no debe tampoco pasarse por alto. Son guiños hacia un proyecto reformista, inclusivo, social y utilitario que defiende la búsqueda de soluciones armónicas y no rupturistas. Esto es, un diseño liberal que entiende la política como un estilo de vida que se proyecta a través de convicciones que son actitudes personales, intelectuales, estéticas y políticas. Algo, por cierto, que casa muy bien con la personalidad de Cameron y su equipo, pues, no tienen que hacerse perdonar pasados ni aparentar lo que no son. Su educación sentimental es la que es: nacieron liberales y crecieron instalados en la seguridad intelectual de no tener que avergonzarse de defender sus valores ni impostar ortodoxias para hacer olvidar lo que fueron en otros momentos.
Consciente de ello, el Partido Conservador de Cameron defiende una libertad en sentido amplio, positiva y negativa a la vez, sin prejuicios trasnochados, revisiones economicistas ni rigidez moral intervencionista. Adaptado a los nuevos tiempos, parte de la idea de que el rechazo político al intervencionismo ha de extenderse a todos los ámbitos de la existencia humana. Su apuesta por la igualdad de oportunidades no elude la acción positiva del Estado si está presidida por la eficiencia y si se orienta hacia la generación de espacios -públicos o privados- que fomenten la libertad y la responsabilidad individuales. Por otro lado, su reivindicación inclusiva de la felicidad y los sentimientos permite desplegar a los nuevos «tories» de Cameron un discurso propio en ámbitos de debate como la ecología, la lucha global contra la pobreza o la inmigración. Temas que van de la mano de una defensa de la seguridad y de los valores de Occidente frente al islamismo que, sin embargo, se plantea dentro de posiciones en las que el realismo no está reñido con la autocrítica, tal y como ha puesto de manifiesto el propio Cameron durante su reciente visita a Irak, recordando a sus aliados norteamericanos aquello que decía Burke de que nada hay que temer «más que nuestro propio poder».
De este modo, los «tories» abordan en el mejor de los escenarios la que será, probablemente, su última legislatura en la oposición. En un año de liderazgo, Cameron han logrado que el Partido Conservador sea consciente de su responsabilidad, de ser una alternativa creíble: un proyecto de gobierno capaz de estar a la altura de la ejemplaridad moral de una sociedad que ha sufrido el zarpazo del totalitarismo islamista pero que, sin embargo, sigue en pie y dejando bien claro a sus agresores que no está dispuesta a renunciar a ser una sociedad abierta modélica, capaz de progresar y de contribuir a la felicidad del mayor número dentro y fuera de sus fronteras. Todo un cambio para ganar. Una apuesta valiente por una alternativa basada en la centralidad liberal, la eficiencia y el optimismo en sus propias posibilidades.

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