martes, agosto 08, 2006

El susto de la Mareta

EL SUSTO DE LA MARETA

Atención, chicos y chicas,
oídme, viejas y viejos,
escuchadme los que estáis
aquí en la plaza del pueblo.
Acercaos y os contaré
un verídico suceso
tan sorprendente y extraño
que no sé si ha sido un sueño.
Ocurrió en una isla
frente a tierra de negros,
que le llaman Lanzarote,
donde está de veraneo
el Presidente de España
con su familia al completo,
en un chalet suntuoso,
la Mareta, según creo.
Eran las doce del día
-que allí es una hora menos-
las niñas allá en la playa
castillitos construyendo;
Sonsoles, en la piscina
practicando el buceo
que, a tal fin la ahondó,
a cuenta del Presupuesto;
y Zapatero sentado
bajo un guindo muy esbelto
al cual se suele subir
para pensar algo nuevo.
De pronto, las niñas gritan:
-Mira, papá, ¿qué es aquello
que se ve en lontananza?
-Traedme el catalejo.
Y Zapatero, asombrado,
gritaba a pulmón lleno:
¡Esconderos, hijas mías!
¡Pronto, quitaros de enmedio!
¡Que le abuelita se esconda!
¡Que mamá siga en buceo!
¡Que llamen a Rubalcaba
porque lo que yo estoy viendo
son tres cayucos que vienen,
los tres llenitos de negros!
Y Zapatero, asustado,
se subió al guindo corriendo
y desde arriba gritaba:
-¡Que salgan los cocineros
y los guardias de servicio
y hagan frente a los negros!
Desde lo alto del guindo
vio el Presidente, al momento,
con sus delantales blancos
salir a los cocineros
esgrimiendo en sus manos
los cuchillos jamoneros.
Antes de los diez minutos
llegaron los pobres negros
exhaustos, muertos de frío,
tiritando y hambrientos.
Sonsoles salió del agua
para ver qué era aquello,
las niñas con la abuelita
curioseando acudieron
y, desde lo alto del guindo,
le preguntó Zapatero,
porque no estaba seguro,
al “chef” de los cocineros
si no había peligro para que él bajara al suelo
-No, Presidente, estos pobres
están todos indefensos
y lo único que tienen,
hambre desde que nacieron.
-Pues pregúntele que quieren.
El “chef” se acercó a ellos
y, con lenguaje de signos,
todos ellos respondieron
señalando a Sonsoles
y a su boca al mismo tiempo.
Allá en lo alto del guindo
el señor quedó perplejo,
creyendo que a su mujer
se la comerían ellos.
El “chef” lo tranquilizó
aquel gesto traduciendo:
-Lo que quieren es “pa ella”
según claramente advierto..
Y allí en la misma playa
entre tantos cocineros
con una enorme paella
dieron comida a los negros
y en ella participaron,
llenos de gozo y contentos,
Sonsoles con sus hijitas,
la abuela y los cocineros.
Mientras, allá en lo alto
del guindo, lleno de miedo,
Zapatero se abstraía
sumido en sus pensamientos.
Pepe López 08/08/2006

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