viernes, agosto 04, 2006

El fracaso de los politicos

viernes 4 de agosto de 2006
El fracaso de los políticos
José Meléndez
Y A se sabe que las encuestas de opinión pública, en lo que se refiere a la política, no son fiables por dos razones principales: porque solo reflejan el sentir de un electorado en un momento determinado, sujetas a un gran número de influencias ocasionales y por su indesechable condición de género propicio a la manipulación, que siempre subyace bajo la valoración de su honestidad. Pero el hecho cierto es que este tipo de encuestas acierta mas veces que yerra y ofrece un análisis que determina el verdadero sentido de las respuestas recibidas si se estudian comparándolas unas con otras, o sea, muestran de manera casi inequívoca las tendencias del electorado. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hecha pública el pasado 29 de julio muestra que el PSOE aventaja al PP en un 3.7 por ciento de la intención de voto. Si la comparamos con los resultados de la encuesta realizada el trimestre anterior, en el mes de abril, veremos que el PSOE ha subido 3 décimas, mientras el PP ha bajado 1.3 puntos porcentuales. De febrero a abril, el PSOE había amortizado ya, al parecer, el efecto negativo del Estatuto catalán, con una subida también de 3 décimas sobre la de febrero y esta de ahora se produce cuando existe una tregua de la banda terrorista ETA, se le habla constantemente de paz al electorado y se dan una serie de circunstancias que el bien organizado aparato propagandístico del partido gobernante se encarga de maximizar, frente a una modesta contrapartida de la oposición que los terminales políticos y mediáticos del gobierno se encargan de asfixiar. Por tanto, todas las circunstancias indican que la encuesta se ha llevado a cabo en un momento teóricamente propicio para el gobierno. Dejando a un lado la peculiar característica de los españoles que se amoldan a lo que tienen con una evidente indiferencia –por eso estuvo Franco cuarenta años en el poder y cada vez que quería reunía a un millón de personas en la Plaza de Oriente- las cifras que quedan reseñadas son elocuentes por cuanto significan que ni el gobierno ha abierto brecha empujado por unas condiciones ciertamente favorables ni la oposición del PP ha conseguido que sus mensajes lleguen a la masa de votantes. Y esto, que es desalentador por sí solo, no tiene mas que una lectura: el fracaso de los políticos. Eso lo revela la propia encuesta en sus datos que ofrece sobre la valoración de éstos. De todo el gobierno, compuesto por diez y seis ministros con su presidente a la cabeza, solo consigue el aprobado de la opinión pública la vicepresidenta Maria Teresa Fernández de la Vega, que se ha convertido en el paraguas protector de José Luis Rodríguez Zapatero, sin el cual quizá le soplaran otros aires al aprendiz de brujo de León. El esforzado trabajo de esa enjuta mujer de hierro vestida para Vogue, incansable en tapar los agujeros y limpiar los vericuetos por donde transita la demagogia de su jefe, es impagable y merece el elogio que dedicó el israelí Ben Gurión a su ministra Golda Maier, de quien decía que era el mejor hombre de su gabinete. Nadie le iguala en el gobierno que tenemos. De ella para abajo, todos los que tienen la alta y difícil tarea de gobernarnos, exhiben un clamoroso suspenso, incluido el propio Zapatero. Y cabe preguntarse, ¿cómo un electorado potencial, que rechaza la labor de sus gobernantes, anuncia su intención de voto a favor del partido que los sustenta? ¿Es que los electores están realizando un peligroso e irresponsable ejercicio de masoquismo colectivo? Mas bien parece que el electorado ha perdido la confianza en los políticos y parece darle igual ser gobernado por unos o por otros, porque la oposición del PP no sale mejor parada en la encuesta que nos ocupa. Esos 3.7 puntos que separan al PSOE del PP no reflejan un avance de los socialistas, que es de apenas 3 décimas, sino un retroceso de los populares, que bajan 1.8 puntos con respecto a la encuesta anterior. Y si el presidente del gobierno cosecha un suspenso rotundo en su gestión, el líder de la oposición, Mariano Rajoy lo tiene también, y más acentuado porque en la valoración publica es sobrepasado no solamente por Zapatero, sino por dos personajes de tan escasa relevancia política como Gaspar Llamazares y el catalán Joseph Durán i Lleida.. Ni Llamazares ni Durán i Lleida van a sacar a todos los españoles de ninguna crisis. El primero porque sigue aferrado a unos postulados políticos ya caducos, que perdieron su oportunidad y que ya, en el momento en que vivimos, no tienen eco en ninguna parte del mundo como no sean los escasos bastiones comunistas que quedan. Y el segundo porque su gestión política está exclusivamente encaminada hacia una región, Cataluña, pasando olímpicamente de las necesidades del resto de España. Es, por tanto, hora para la reflexión, para que los políticos que tienen la obligación de velar por los intereses del pueblo español se empleen, con decisión y altura de miras, en la tarea de hacer una honesta autocrítica y traten de corregir y enderezar los caminos por los que han transitado hasta ahora. Desde que llegó al poder, Zapatero viene desarrollando una política sectorial, de ganarse a los diversos sectores de la opinión pública para asegurarse su voto. Ha favorecido a los nacionalismos porque en ellos encuentra no el voto de la gente, que ese va a sus partidos nacionalistas, sino el apoyo de estos en el Parlamento. Y del mismo modo ha favorecido a los homosexuales, a la legión de ciudadanos que han visto sus matrimonios rotos o están en trance de romperlos, a los no creyentes, a los inmigrantes por considerarlos un sustancioso caladero de votos, a la izquierda radical que, de otro modo, se vería aislada y ahora a esa mitad de españoles que perdieron la Guerra Civil, inyectándoles un tardío y embustero ánimo de victoria, desenterrando temerariamente unos fantasmas que el buen sentido de una nación nueva parecía haber olvidado para siempre. Y esta política parece que le funciona, de momento, porque disfraza la negativa realidad de su gestión y sus objetivos, como es el gobernar apoyándose en la mentira, en las contradicciones y en el incumplimiento de las promesas. Las pruebas de esto abundan en la forma en que ha llevado la tramitación del Estatuto catalán y está llevando la negociación con ETA. Pero sus incondicionales, y bastantes más que no lo son, le siguen, porque en nuestro país parece que existe una forma de entender la política bastante parecida a la lealtad sin límites con que siguen los hinchas del fútbol al equipo de sus amores. Ese clásico grito de los seguidores béticos de “viva er Betis manque pierda” está muy bien y es muy loable para ser proferido en un estadio, pero es aberrante aplicarlo a la política porque esta es infinitamente más seria que un partido de fútbol. El panorama tampoco es halagüeño para el Partido Popular. Cierto es que tanto Zapatero y sus segundos, así como los terminales mediáticos del partido y los grupúsculos parlamentarios que le apoyan a cambio de prebendas,, se han entregado por completo a una entusiasta y constante labor de desprestigio y desgaste en busca de su aislamiento y cierto es también que, mientras la izquierda cierra filas y silencia por cualquier medio sus reyertas internas, la derecha española gusta de airearlas de forma que todo el mundo se entera y tiene mucho más eco un lance de esgrima en el PP que un sutil navajazo en el PSOE. Pero la realidad está ahí. El PP no sube y a su líder se le estima poco. Por tanto, tendrán que revisar por completo su estrategia. Quizá los populares se han empleado demasiado en temas que son de una indudable y extraordinaria importancia, como es la unidad territorial, la constitucionalidad de las leyes o la dignidad del Estado pero que no llegan a calar debidamente en un electorado más inclinado a que le hablen de sus problemas cotidianos. La oposición no consiste en decir que no a todo lo que haga el gobierno, sino en aportar alternativas atractivas. Nadie puede negarle al PP que es un partido coherente y observador escrupuloso de sus postulados, pero tiene que transmitir estos a la ciudadanía con nitidez y decisión. La distancia de 3.7 puntos que le separa del PSOE es perfectamente batible cuando los comicios generales impongan su ley, pero es también susceptible de ser agrandada si el PSOE acierta y el PP no. De la forma en que los dos grandes partidos nacionales revisen sus estrategias, admitan sus errores y acierten con las políticas que realmente le interesan a los ciudadanos, como la economía, el paro, la vivienda o la inmigración, se perfilará el vencedor en las próximas convocatorias electorales, porque, de no ser así estaremos siempre en manos de fracasados.

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