viernes 4 de agosto de 2006
Apuntaciones en torno a la familia y cosas así
Antonio Castro Villacañas
L AS diferentes peripecias del mariconomio oficiado por el alcalde Gallardón me llevan a preguntarme si será verdad o no que desde la llegada a España del nuevo régimen sociopolítico importado por fofos y bobones ha entrado en crisis la familia, la pareja y la moral sexual, como dice la gente de derecha, o solo un determinado modelo de pareja, de moral sexual y de familia, como dicen quienes presumen de "progres" y avispados. Estos, para presumir aún mas, afirman que el modelo tradicional de familia, de moral sexual y de pareja añorado por la derecha, no ha respetado nunca los valores fundamentales de una pareja interpersonal, de la mujer y de los hijos, y de una sexualidad en verdad humana. Cuáles sean esos fundamentales valores, como cuáles sean las características de una verdadera sexualidad humana, no los detallan nuestros progres. Ellos basan su dictamen crítico en que es un hecho la existencia de miles y miles de parejas tradicionales, católicas y protestantes, casadas de acuerdo con lo establecido por sus respectivas Iglesias, que cada año ponían y ponen fin a su enlace mediante un oportuno divorcio. Es innegable que muchos de los matrimonios religiosos y civiles que existen en cualquier parte del mundo, llegan en un determinado momento de su convivencia a una difícil situación de conflicto y fracaso, que pretenden resolver -por sentido común, dicen los progres- mediante la separación o el divorcio, algo que las Iglesias por lo general, y la católica en concreto, califican de dañino e inaceptable. Me llama la atención, en este u otros casos, que los progres, también conspicuos presumidores de la democracia, oculten con cuidado que tales conflictos y fracasos se dan -en todas partes- en un número muchísimo menor al de matrimonios civiles y religiosos que perduran hasta la muerte de uno de los contrayentes. Ello parece querer decir que facilitar la separación, el divorcio y otras nuevas nupcias, es algo deseado tan solo por unas minorías, respetables sin duda, pero no hasta el extremo de preferirlas a la mayoría. Lo democrático es configurar la sociedad y el Estado de acuerdo con las preferencias del mayor número posible de ciudadanos, sin hacerles la vida incómoda o desagradable mediante la exhibición ostentosa de prácticas y vivencias hostiles a lo que la gran mayoría de ciudadanos tiene por justo orden social. Yo, que en muchas cosas soy bastante más socialista de lo aireado por otros, me atrevo a decir que tanto los mariconomios como los entortillamientos merecen el máximo respeto mientras permanecen dentro del orden íntimo o privado, pero ninguno si desean instalarse en el ámbito público o social, porque el sentido común y la experiencia histórica nos enseñan que constituyen una grave amenaza contra la estabilidad y la perfección de los pueblos y las sociedades en que logran propagarse. Los nombres de Sodoma y Gomorra son simbólicos al respecto. El que, salvo en muy contadas excepciones, la totalidad de los pueblos, de las razas y de las religiones, desde el principio de los tiempohasta los de ahora, apenas hayan tolerado esos tipos de relaciones sexuales y casi siempre los hayan perseguido, no es algo que se haya hecho por capricho o maldad, sino por saber que esa clase de relaciones atentan contra el fundamental principio de la estabilidad y la prosperidad social, que es el de su constante y adecuada renovación humana mediante el nacimiento y la educación de nuevos seres. Parece evidente que los mariconomios y los atortillamientos no sirven para eso. Son un peligro social y como tales deben tratarse. Nadie en su sano juicio entenderá por lo dicho hasta este momento que yo propugne cualquier clase de ataque o persecución en contra de lesbianas o sarasas. Nadie tampoco podrá creer que yo niegue la posibilidad, e incluso la conveniencia, de que se reconozcan derechos civiles y sociales a las uniones que tales seres entre sí establezcan. Lo único que yo digo y mantengo, aquí y donde sea necesario, es que dichas uniones nunca deben ser equiparadas a los matrimonios y que no merecen la misma consideración social ni el mismo trato público que ellos. Por eso censuro la publicidad y el teatro con que Gallardón y algunos de sus acólitos han favorecido a los dos tortolitos populares. Si ese alcalde hubiera delegado en su concejal Zerolo la responsabilidad de oficiar una ceremonia discreta e íntima entre esos dos guiñolescos muñecos, todos habríamos salido ganando.
viernes, agosto 04, 2006
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