viernes 2 de junio de 2006
Un debate sobre el estado de la nación... en el pasado
José Meléndez
E L debate sobre el estado de la Nación, instituido en el Parlamento español hace 23 años, es, junto al de los presupuestos generales del Estado, uno de los dos pilares de la vida parlamentaria, porque en él debe exponer el gobierno los logros de su política y someterlos al análisis de la oposición para que los ciudadanos puedan tener una idea lo más exacta posible de la realidad del país en el que viven. Pero los que seguimos durante dos días por televisión y hemos leído en la prensa las sucesivas intervenciones del presidente del gobierno y del líder de la oposición, nos encontramos que al final del debate estamos en el mismo punto de antes de su comienzo. No sabemos a ciencia cierta qué ocurre en España ni adonde nos lleva la política errática del gobierno. Pero José Luís Rodríguez Zapatero –que se está haciendo acreedor a un sobresaliente en Memoria Histórica- se encargó con un esfuerzo tan entusiasta como contumaz de que sepamos al dedillo qué ha pasado en España de los años anteriores. Quizá los más destacado en un debate mediocre, en el que, en honor a la verdad, ninguno de los dos primeros espadas de la política española estuvieron a su mejor nivel, sea precisamente la frase de Mariano Rajoy recordándole al presidente del gobierno que no estaban ahí para debatir lo que había pasado en España en los años 2.003, 2.002, 2.001 y sucesivos y su recordatorio de que en un debate de estas características lo que se pone a examen es la gestión del gobierno y no la de la oposición. Zapatero tiene una enfermiza obcecación con el Partido Popular y no pierde ocasión para recordar lo que él cree que la derecha conservadora ha hecho mal, en un catálogo de pretendidos errores que el martes extendió desde las elecciones del 14-M nada menos que a Alianza Popular, hace 27 años, pasando, naturalmente, por la guerra de Irak y las Azores. Pero sobre la realidad en la España del 2.006 no dijo nada en concreto, porque la tapó con una interminable profusión de cifras y comparaciones de éstas con las de la gestión de los anteriores gobiernos de Aznar, que el ciudadano de a pié no tiene ni medios ni ganas de comprobar si son reales o no. El debate adoleció de un sesgado matiz en su formato, porque concedió al presidente del gobierno más del doble de tiempo en sus intervenciones que el que dispuso el jefe de la oposición. Es reglamentario que el presidente del gobierno no tenga límite de tiempo, pero el del jefe de la oposición debe estar en consonancia con la importancia que sus intervenciones tienen en el debate. El presidente de la Cámara, Manuel Marin, fue inflexible con Rajoy y este tuvo que apelar a su indudable destreza parlamentaria para poder contrarrestar la verborrea aritmética de Zapatero y sus cabalísticas descripciones de lo que piensa hacer. En vista de que no sacaba nada en limpio sobre cuestiones tan importantes como el papel de España en el peligroso desbordamiento de los estatutos autonómicos, la seguridad ciudadana o la inmigración, Rajoy propuso la celebración de unos debates parlamentarios monográficos sobre estos temas, sin que obtuviera respuesta a sus demandas. Zapatero es un fabricante de promesas. En cada problema que se le presenta –o que él se crea con la inconsistencia de su proyecto- tiene una promesa como solución y crea una comisión para estudiarlo. Ha hecho comisiones de todo tipo, desde la de las víctimas del terrorismo con alto comisionado y todo hasta la de seguimiento de la sequía, que ya es hacer. Resuelve los problemas con más burocracia, membretes y tarjetas de visita para lucir los cargos. Y es un manipulador de las circunstancias. Pero los problemas están ahí, sin que los resuelvan las afirmaciones de que el Estatuto catalán sea bueno para todos los españoles, ni que haya habido más homicidios en el 2.002 que ahora, ni que se está intentando encontrar soluciones con los países africanos exportadores de emigrantes. A los dueños de los chalets desvalijados en Cataluña o Alicante, que han sufrido, además, en sus carnes la violencia de los atracadores, no les puede compensar que les digan que hay ahora menos atracos que hace cinco años y a los miles de subsaharianos que se juegan la vida en el Atlántico y son abandonados a su suerte después de los hacinamientos en los rebosantes centros de acogida, tampoco les dice nada que se manden a sus países varios diplomáticos y cinco patrulleras, mientras los verdaderos y peligrosos delincuentes del Este europeo entran legalmente por las fronteras españolas. En el triunfalista y autocomplaciente balance económico que presentó Rodríguez Zapatero, citando incluso párrafos elogiosos para España en la prensa extranjera, faltó deliberadamente una mención específica, aparecida también en la prensa extranjera especializada, a la preocupación que existe en medios económicos comunitarios –de la que, por cierto, participa el socialista Joaquín Almunia- por lo que llaman “sobrevaloración del mercado español” y que a medio plazo puede afectar a la permanencia del euro español en el concierto monetario europeo, igual que ocurre con Italia. Ni anunció medidas reales para atajar la inflación, que ya está en el 4.1 por ciento, ni el impacto que la lenta e imparable subida de los intereses pueda tener en las hipotecas, capítulo principal de la economía doméstica. Tanto el presidente del gobierno como el líder de la oposición pasaron de puntillas sobre la tregua de ETA y sus consecuencias de diálogo. Es un tema estelar en la atención nacional y parece que la ausencia de comentarios al respecto se debe a un pacto entre el gobierno y el PP, habida cuenta de que pronto habrá un debate parlamentario sobre ello. Pero el prudente silencio le ha quitado a los ciudadanos una excelente ocasión para que el PP pudiera desentrañar, al menos, en parte, cuales son las intenciones de Zapatero al respecto y cuanto estará dispuesto a ceder ante los terroristas. De momento, y mientras Zapatero y Rajoy se enzarzaban en lo que hizo Alianza Popular en 1.979, el sinuoso Patxi López, secretario general de los socialistas vascos, anunciaba que está dispuesto a sentarse con Batasuna en la formación de la mesa de partidos que Otegui y los suyos piden con tanta insistencia y ansiedad como un drogadicto pide la heroína aunque Batasuna no esté legalizada. Una careta más que cae en este trágico carnaval del País Vasco. El terrorismo y su posible desaparición es un tema que podía haberle dado al debate la chispa necesaria para que prendiera el interés de la ciudadanía, pero su ausencia lo dejó descafeinado, además de quitarle a Mariano Rajoy –mucho mejor parlamentario que Zapatero- un arma eficaz en sus argumentos. Fue, por lo tanto, un debate un tanto decepcionante, aunque tampoco cabía esperarse mucho más. Pero resultó bueno para los intereses de Zapatero, porque logró imponer su memoria histórica para debatir el pasado sin entrar a fondo en el presente y porque, al final, consiguió que los nacionalistas de Convergencia i Unió, que siempre saben venderse en el momento oportuno, se proclamasen “socios preferentes” suyos para terminar la actual legislatura, mientras Ezquerra Republicana, que en su desesperación desde que perdió el tripartito ya no sabe donde agarrarse, ofrecía también su colaboración a Zapatero. Una vez más, la España del esperpento.
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