viernes 2 de junio de 2006
La España del futuro
Ignacio San Miguel
E L aprobado Estatuto catalán y los próximos que se aprobarán de otras Autonomías, han de remarcar necesariamente un rasgo que siempre ha existido en España y que es el particularismo. Un rasgo que nunca fue exclusivo, pues de serlo la historia de España hubiera sido distinta de lo que fue, pero que pudo estar siempre presente y que ahora sale fuertemente reforzado. Necesariamente ha de ser así, pues al atenuarse la solidaridad efectiva entre regiones que siempre ha existido, las Autonomías van a ir centrándose sobre sí mismas cada vez más, perdiendo la visión de conjunto. Contra las ideas y los sentimientos de la mayor parte de la población, los políticos dominantes, presididos por un hombre de psicología anormal, basándose en una mayoría escasa de votos, y despreciando al resto como no existente, están forjando a marchas forzadas un nuevo régimen político de carácter casi confederal, en el que las Autonomías se van convirtiendo en naciones semi independientes. Es natural que las tendencias particularistas se vean reforzadas de manera enorme con esta nueva situación política. El particularismo, que aboca al localismo o aldeanismo, tiene como base un sentimiento que un político español del pasado veía con un recelo que la situación actual demuestra que era justificado. Este político sostenía que el amor a la patria chica, si no se mantiene dentro de muy modestos límites, puede ser perjudicial, negativo. Este amor al terruño es de naturaleza puramente sensitiva, podría decirse corporal; no nace del espíritu, de la razón, del intelecto. No capacita para el ideal grande y generoso; por el contrario, por sus cortos alcances y egoísmo, enturbia y esteriliza los ideales. Este político era José Antonio Primo de Rivera, figura por la que siempre he sentido simpatía. Era culto e inteligente y con más altura de miras que los políticos actuales. Ya sé que decir estas cosas no es políticamente correcto, pero el acierto de su consideración sobre los nacionalismos de vía estrecha está resultando evidente en estos tiempos. El hecho de proceder de una zona determinada de España adquiere ahora una relevancia definitoria que resulta desagradable. Se atribuyen taxativamente a las personas, la mayoría de las veces de forma equivocada, rasgos diferenciales derivados de su lugar de origen. Si eres vasco debes tener un determinado carácter (la mayoría de las veces no coincidente con la realidad), ser un poco bruto, gustarte el vino y simpatizar con los nacionalistas; si eres catalán, estás condenado a ser laborioso, poco generoso y ferozmente catalanista y del Barça; no serás gallego si no eres ambiguo; y si eres serio, sobrio y seco, no puedes ser andaluz, etc. Estos prejuicios han existido siempre y proceden de un fondo de realidad, aunque es un fondo engañoso y no muy consistente. Pero ahora se han convertido en rasgos distintivos, esenciales, preeminentes, que hay que tener en cuenta en todo momento, pues lo que se valora en la actualidad no es lo que nos une, sino lo que nos distingue. Manifestarse como español a secas es mirado con recelo las más de las veces, y pronto surge la tentación de las descalificaciones acostumbradas. Sin embargo, la visión de conjunto que tiene el español auténtico supone una amplitud espiritual liberadora, expansiva, máxime cuando se extiende allende los mares. De la misma manera que la mirada del águila es abarcadora de perspectivas infinitamente más amplias que la de los animales domésticos que apenas levantan la mirada del suelo que pisan, el espíritu del español de verdad se expande en una concepción abarcadora que trasciende fácilmente los límites de su entorno habitual. El nuevo Estatuto de Cataluña ha sido un error muy grave. Si ha existido desde hace mucho tiempo un poso de recelo y animosidad entre los catalanes y el resto de los españoles ¿qué habrá de ocurrir a partir de ahora sino una acentuación de ese sentimiento? El Estatuto no remedia nada y lo complica todo. Cataluña saldrá ganando en dinero, en primera instancia por lo menos, pero perderá otras cosas de más valor que, a la larga, también incidirán en la economía. En el plano cultural, son muchos quienes se quejan de que Barcelona ha dejado ya de ser la capital española de la cultura; de que, por el contrario, se ha aldeanizado y empobrecido. Es lógico que así sea, pues la visión alicorta de un nacionalismo de vía estrecha había de llevar necesariamente a ese resultado. Y lo perjudicial del Estatuto de Cataluña se puede aplicar a los nuevos Estatutos de las demás Autonomías que se preparan. Ninguna región de España tiene entidad suficiente en los ámbitos cultural, histórico y económico para constituirse en una nación de fuste. Puentear a España para unirse a Europa independientemente, como desean los separatistas, es un proyecto a la desesperada, de resultados inciertos y precarios. El resultado más lamentable de la evolución regresiva de los acontecimientos sería la proliferación de taifas recelosas unas de otras, con una sobrevaloración estúpida de su idiosincrasia, como si algo de todo punto admirable se tratara; y, quizás, con pueblos limítrofes que se correrían a pedradas de cuando en vez, como en las novelas de José María de Pereda. ¿Acabará siendo así la España del futuro?
jueves, junio 01, 2006
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