¿Qué pacto educativo?
JUAN MANUEL DE PRADA
Lunes , 12-04-10
EL ministro Gabilondo, que es el Feliciano de Silva de la tropa zapateril («la razón de la sinrazón que a mi razón se hace...», etcétera), quiere promover un pacto por la educación; lo cual, traducido al román paladino, quiere decir que desea enviscar a la oposición en uno de esos galimatías inextricables a los que es tan propenso, como el cazador envisca en la liga pegajosa a los pajarillos incautos. Y ya se sabe que, cuanto más agita las alas el pajarillo, más se envisca en la liga del cazador. Gabilondo es el hombre que, sintiéndose inspirado, puede llegar a formular logomaquias frailunas de este jaez:
-Se puede ser ciudadano sin ser religioso, salvo que sea obligatorio ser religioso para ser ciudadano, pero también creo que se puede ser ciudadano siendo religioso. Pero ya sólo con esta distinción se vería que no se puede identificar sin más una cosa con la otra. Y además ocurre otra cosa: que la libertad religiosa supone también un espacio de elección, de opción, y yo creo que ser ciudadano no es una opción, una decisión, sino que es consustancial en un espacio democrático al hecho mismo de ser hombres en común. Y de ahí se deduciría que, lo de ser ciudadano o no, no es negociable, y lo de ser religioso o no, no es resultado de las opciones religiosas de cada uno.
Etcétera. Con un hombre capaz de formular logomaquias de este jaez se puede jugar a las charadas, se puede jugar a los trabalenguas, se puede jugar a los cadáveres exquisitos; se puede, en fin, poner a prueba el límite de resistencia de las meninges; pero cualquier pretensión de alcanzar un pacto se quedará empantanada en la primera cláusula... que, inevitablemente, quedaría redactada al modo marxista (de Groucho): «La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte». Como a nadie se le escapa, el pacto educativo que promueve el ministro Gabilondo es una modalidad de pacto la mar de simpática en la que la parte contratante de la primera parte (o sea, el Gobierno) establece «el texto de consenso», convenientemente aderezado con una farfolla retórica ininteligible, y las otras partes se limitan a aceptarlo, por agotamiento de las meninges. Para que nadie se lleve a engaño, nuestro Feliciano de Silva ya lo ha advertido, en su particular jerga logomáquica:
-Ya sé que hay más ideas buenas en educación, pero también hay ideas que, al ponerlas en un texto de consenso, se pierde ese consenso y entonces no son las ideas que nos parecen interesantes.
Y las ideas que a un ministro de progreso parecen interesantes ya sabemos cuáles son. Son las que, en sucesivas reformas educativas impulsadas siempre por ministros de progreso, han ido ajustando las clavijas de un proyecto monolítico que ha acreditado su fracaso, tanto académica como pedagógicamente, y cuyo objetivo final e irrenunciable consiste en completar una ingeniería social: postergación de las Humanidades, exaltación del igualitarismo y negación del principio de autoridad, utilización de la enseñanza como vía de adoctrinamiento e infiltración ideológica; a lo que en breve sumarán una asignatura de educación sexual, que es como finamente denominan la corrupción de menores. Contra tal proyecto de ingeniería social no hay consensos que valgan: hace falta una auténtica conversión del sistema educativo; y tal conversión exige penitencia -reconocimiento de los yerros cometidos, para lo que es preciso en primer lugar identificarlos y luego renegar de ellos, mediante un propósito de enmienda-, pues sin penitencia no puede haber verdadera conversión, que los griegos llamaban metanoia, esto es, «cambio de mente». O sea, exactamente las ideas que a nuestro Feliciano de Silva, plusmarquista de la logomaquia, no le parecen interesantes.
www.juanmanueldeprada.com
http://www.abc.es/20100412/opinion-firmas/pacto-educativo-20100412.html
lunes, abril 12, 2010
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