jueves 4 de diciembre de 2008
Apuntaciones a un texto de Arcadi Espada
Antonio Castro Villacañas
A mí me sucede lo mismo que a Arcadi Espada: no soy relativista. De ahí que considere que la explicación del origen del mundo ofrecida por la religión tiene mucho más valor que la ofrecida por la ciencia. ¿Puede tomarse en serio que la Nada un buen día explote y produzca materia en cantidad suficiente para ir evolucionando hasta dar origen al espíritu y todas sus consecuencias? ¿No es mucho más sensato creer en que el Todo decidió, llegado el momento, de algún modo fragmentarse y compartir su entidad, o darla a conocer, de modo que la creación culminase con la llegada al mundo del hombre, y sobre todo con la venida del Dios hecho Hombre? Esta conclusión no es en absoluto sofisticada y está al alcance de cualquiera capaz de reconocer lo que aprendió cuando estudiaba y rezaba y lo que aprendió cuando dejó de persignarse. A diferencia de las personas ateas, laicas o agnósticas, yo estoy siempre dispuesto a revisar mis convicciones científicas o materialistas con tal de que las nuevas, mejores por ello que las antiguas, no pretendan reemplazar a las espirituales y religiosas, sencillamente por saber que estas y aquellas pertenecen a dos planos diferentes del entendimiento humano.
Por ejemplo: está claro, por evidente, que ningún avión despega de la tierra a base de avemarías; pero también me parece que cuando un avión se estrella -por desgracia- contra el suelo de nada vale la más o menos acertada aplicación simultánea de determinadas fórmulas matemáticas, y sí vale algo, poco o mucho, eso solo Dios lo sabe, el rezo individual de sus tripulantes.
Hasta tal punto no soy relativista que considero al cristianismo, y dentro de él a lo que llamamos catolicismo, muy superior a cualquier otra variante de la religión y, por supuesto, a cualquier superstición científica.
Parece obvio pensar, si se tiene un mínimo de inteligencia y otro tanto de buena voluntad que cualquier democracia digna de tal nombre se construye sumando las creencias de sus ciudadanos tras haber eliminado de ellas cuanto puede ser ofensivo para las de los otros. El problema radica entonces en determinar qué es de verdad ofensivo en las ideologías y en las creencias. Hoy están en la primera línea de la atención pública, por lo menos en España, dos espacios que afectan a derechos fundamentales de la persona: su salud y su educación. Que determinadas parcelas de esos espacios -los colegios y los hospitales privados- no se gestionen con dinero público, de ninguna manera quiere decir que sus dueños o financiadores puedan actuar en ellos como les da la gana, pues parece evidente que tanto los centros de enseñanza como los de atención sanitaria están y deben estar sujetos al ordenamiento público en cuanto afecten a derechos de los ciudadanos y al buen orden social. Pongamos un ejemplo sencillo: el bien común exige que en ningún centro escolar se enseñe a pilotar aviones o conducir coches a base de avemarías. Pero también es cierto que los hospitales y los colegios financiados total o parcialmente con dinero público no pueden dejar de tener en cuenta los fundamentales derechos de sus discípulos o pacientes a mantener vivas sus ideas y creencias, sobre todo aquellas que constituyen patrimonio común, histórico y actual, de la gran mayoría de ciudadanos. Quiero decir, y lo digo, que por muy público que sea un hospital o un colegio quienes lo administran o dirigen no tienen ningún derecho a impedir o a dificultar que quienes reciben en ellos enseñanza o cuidados crean y practiquen que el rezo de tres avemarías o cuatro padrenuestros es un eficaz complemento -nunca un suplemento- de su educación y de su salud corporal. Es evidente que ningún colegio, sea público o privado, tiene derecho a enseñar que Cartago venció a Roma o que la suma de dos y dos no es siempre cuatro, pues todo depende de las circunstancias de lugar, tiempo o entidad de los sumandos...
De igual modo me parece incomprensible que la enseñanza de la religión, y en concreto la enseñanza del catolicismo en España, pueda considerarse inconveniente en los centros públicos cuando es evidente que la mayor parte de la cultura y la historia del mundo occidental, y en concreto las españolas, son fruto de una cierta religión y no pueden entenderse sin ella. Cierto es que la enseñanza de la religión no puede tener como máximo objetivo pedagógico el oponer el Arca de Noé a Darwin, como según parece hacen en Norteamérica algunas iglesias no católicas, pero no veo inconveniente en que alguna vez se enseñe lo mucho y muy válido que cada religión ha hecho en su lugar y a su tiempo para las respectivas convivencias, y en concreto lo que el cristianismo ha hecho en España, Europa y América, y sigue hoy en día haciéndolo en todo el mundo. Un ejemplo actual y práctico: ¿alguien puede entender el fenómeno Obama y las elecciones de Norteamérica prescindiendo de lo que el cristianismo ha signficado para los Estados Unidos desde su nacimiento hasta nuestros días?
No estoy de acuerdo con los teístas más apasionados. Tampoco con Arcadio Espada. La fe es un sentimiento, pero puede enseñarse a sentirla antes, mejor, o del modo más adecuado o conveniente. ¿Qué hacen, si no, los predicadores, los misioneros o las madres de familia? Cualquier Estado, de verdad social y democrático, no puede dejar en manos de cualquier colegio, y mucho menos en las manos del padre de un alumno, o en las de un juez, lo que se debe hacer con los crucifijos.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4944
jueves, diciembre 04, 2008
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