sabado 7 de junio de 2008
Pepiño, ese filón
Óscar Molina
M E he resistido en estos últimos meses a confesar públicamente mi simpatía hacia Barack Obama para no interferir en lo más mínimo en el proceso de elección que estaba desarrollando el Partido Demócrata”(Pepiño Blanco, en su Blog)
Pepiño es un filón. A uno ya le da hasta apuro sacar partido de alguien así. Es como abusar, como quitarle a un niño un caramelo…pero claro, es que el personaje no da tregua, es inasequible al desaliento en una labor de descrédito propio que empieza a parecer una promesa.Ahora me explico la nube de periodistas del Washington Post, CBS, Fox News, CNN o New York Times, entre otros cientos de medios de comunicación estadounidenses, que han venido haciendo una incansable guardia a las puertas de Ferraz y de la residencia personal del Sr. Blanco. Los desventurados plumillas consolaban sus eternas imaginarias de veinticuatro horas en la esperanza de ser los portadores de la primicia que sin duda les encaminaría al “Pulitzer”: sonsacar al “Adelantado de Lugo” algún gesto, frase, una mínima señal… que diese la pista sobre quién era su elegido. No ha podido ser, los zascandiles reporteros desconocen de qué pasta está hecho el armazón ético de Pepiño, y por supuesto ni se imaginan hasta qué punto es celoso de su hermetismo quien tiene la enorme responsabilidad de decantar un proceso electoral con tan sólo un pronunciamiento.Hace unas semanas hubo rumores tendenciosos e infundados que señalaban la posibilidad de que el aclamado intelectual José Blanco se pronunciase sobre el asunto, pero fueron cortados de raíz. De ello se encargó el propio Presidente Bush, que pidió a Zapatero a través del teléfono rojo un desmentido sobre tan graves perspectivas. Para entonces, y en previsión de las revueltas sociales resultantes, ya estaban movilizadas la VI Flota, el Hospital Monte Sinaí de Miami, los hombres de Harrelson, la agrupación de Paramédicos de Missouri y la Confederación de Pastores de la Iglesia del Advenimiento del Séptimo Día por la tarde. Afortunadamente la cosa no fue a mayores, y el proceso de primarias en el Partido Demócrata pudo continuar sin la decisiva interferencia del galardonado filósofo José Blanco.
A él no le gusta contar todo esto, pero quienes le conocen en la intimidad relatan que la meteórica carrera atlántica del laureado pensador comenzó bien pronto. A los ocho años, el hoy respetado analista, entonces prodigio, ya cursaba estudios en la “University of Texas at Austin”, donde obtuvo (de largo) mejores calificaciones que George Bush Jr. Esto despertó una tremenda e incurable manía del tejano hacia nuestro Pepín que a día de hoy se mantiene, entremezclada con el lógico temor reverencial hacia alguien tan influyente.
Más tarde, ganó una beca como modelo de escultura clásica, y con ella marchó a Harvard. En el verde Boston encontró la inspiración para aprender el dialecto arapahoe, octava lengua que consiguió dominar y obtuvo menciones especiales y numerosos premios por sus comentarios e investigaciones acerca de las obras de Shakespeare, Poe, Robert Frost, Walt Withman o Charles Bronson, entre otros. Posteriormente encabezó el departamento de español de la Universidad de Nuevo México, donde escribió la biografía Rocky Balboa y publicó ensayos en español; entre ellos se encuentran “Lo que revela un abrigo de visón. Teoría y Práxis”, o “Sobre la inutilidad de pronunciar dos consonantes juntas. Estudio aplicado y paradigmático de los vocablos “corruto” y “ditamen”.
Pero la auténtica vocación de D. José fue siempre la política, y abrumado por las incesantes invitaciones acabó acudiendo a las reuniones clandestinas que el “think-tank” secreto del Partido Demócrata celebraba en Pasadena. Allí deslumbró a los jóvenes congresistas y compromisarios con su verbo fácil y fluido, y estableció las bases teóricas que hoy conforman las líneas maestras del pensamiento del partido. De él dijo Kissinger “no he visto a nadie tan clarividente desde George Foreman”. Declinó la dirección de la CIA, la Presidencia del Organismo Asesor de Estrategia Internacional, la Comisión Especial de Geopolítica y la Silla Honoraria en el Comité Organizador del Bicentenario de la Independencia de los Estados Unidos. De vuelta a España siguió vinculado al Partido Demócrata, a cuyos candidatos designa en la sombra, y encontró un trabajo a Mónica Lewinsky.
Dicen que los telegramas llegados a D. José Blanco desde la candidatura de Hillary Clinton son incontables, en agradecimiento por no haber revelado sus preferencias y así haber mantenido viva la llama de la victoria en estas primarias. Dicen que la propia Hillary jamás se sintió a gusto encabezando su candidatura, sabiendo como sabía que no era la elegida del reconocido erudito.
Ahora que D. José ha colocado sus piezas en el tablero con proverbial cautela, sólo falta que Zapatero no le desee suerte a Obama.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4665
sábado, junio 07, 2008
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