viernes 6 de junio de 2008
El silencio que rodea el crimen
Ignacio San Miguel
L O que más ha extrañado en el crimen de Astetten es que se haya prolongado durante veinticuatro años y no haya despertado ninguna sospecha. Esto último es lo que resulta difícil de aceptar. Empezando por la propia esposa del criminal. Su marido le cuenta que su hija ha sido captada por una secta y ella lo cree a pie juntillas y no hace nada para averiguar dónde se encuentra su hija. Su marido va construyendo un gran sótano en el jardín con diversas habitaciones y su mujer ni siguiera le pregunta su utilidad. Ni nadie se interesa por el tema. Ni los inquilinos de la gran casa que tenía Fritzl, ni los vecinos del pueblo. Nadie sabe nada ni se entera de nada durante veinticuatro años. O no quiere enterarse. Esto último parece lo aceptable, pues no tenemos por qué pensar que los austríacos sean estúpidos.
Este silencio, este vacío que se ha hecho en torno a este crimen, evoca otros crímenes y otros silencios. No a gran distancia de Amstetten, en la misma Austria, se encuentra el antiguo campo de concentración de Mauthausen. Allí también hubo un crimen, pero un crimen inmenso, mucho más horrible que el de Amstetten. Y también hubo silencio. Igualmente, resulta poco comprensible que nadie supiera lo que ocurría en el campo. Llegaban los judíos en vagones de mercancías y los conducían a su encierro, usando las porras y los látigos si lo consideraban oportuno. Y resulta que nadie era testigo de aquella brutalidad. ¿No había ningún vecino del lugar que viera la escena y luego la contara? Resulta imposible de creer. Tampoco resulta admisible que ningún miembro del personal que operaba en los campos de concentración comentara lo más mínimo de lo que ocurría tras los opresores muros a nadie del exterior, explicando el origen del humo espeso, negro y viscoso que vomitaban las chimeneas de los hornos crematorios. Y esto no sólo en Mauthausen, sino en Treblinka, Dachau, Auschwitz, Buchenwald, etcétera, campos de Austria, Alemania, Polonia…
Se ha convertido en un tópico decir que el gigantesco genocidio lo realizó el pueblo más culto de la Tierra. Es una contradicción en los términos porque un pueblo culto no se dedica a bestiales matanzas. Si se trata de decir que Alemania está en primera línea en cuanto a personalidades destacadas en filosofía, literatura, música y ciencia, no habría nada que objetar. Pero todos los pueblos tienen sus elites. Rusia produjo también grandes personalidades, pero Antón Chéjov se quejaba en su correspondencia de la depresión que le provocaba el embrutecimiento del pueblo ruso. Y así ocurre en otras naciones, incluida Alemania.
Los nacionalistas alemanes, nazis o no, tenían una cultura parcial, puramente alemana, con gran amor por los mitos germánicos, y la figura a la que adoraban como su representante máximo era Richard Wagner. Despreciaban la cultura cosmopolita, es decir, la auténtica cultura, que si bien floreció notablemente en Alemania, fue gracias a las producciones judías. Pero los nacionalistas odiaban a los judíos y al cosmopolitismo. Este odio estaba muy extendido en la Alemania de aquella época. Y este odio, pero sobre todo el terror y, aún más, el invencible deseo de comodidad y de no complicarse la vida, extendieron un horrible manto de silencio sobre el genocidio, casi tan aborrecible como este.
El terror envilece al hombre, puede hacerle abyecto como un perro. Pero puede llegar a ser entendible, aunque no justificable. Lo que resulta inadmisible es la tendencia avasalladora a la comodidad que nos puede llevar a soportar cualquier canallada que se cometa a nuestra vera, convirtiéndonos en incapaces para una denuncia sencilla y clara. Esta actitud merece un castigo.
Un rasgo que aprecio en los judíos es su espíritu justiciero. No es gente que olvide lo que se hace en su favor, ni lo que se hace en su contra. Sin duda, no olvidan el Holocausto. ¿Por qué habrían de olvidarlo? Cuando los mandatarios extranjeros visitan Israel, tienen que pasar la prueba de visitar obligadamente el museo del Ho9locausto y ver fotografías, documentales y restos que son muestra palpable de lo que fue aquello. Me parece muy positivo.
Por el contrario, en Alemania y Austria da la impresión de que predomina un deseo de silencio, de olvido. No quieren admitir que están marcados por el signo de la infamia. Prefieren no referirse a este tema. Es algo parecido a la táctica del avestruz. Piensan que no hablando nunca de un tema desagradable, éste desaparece. Así ocurrió con el silencio que rodeó los crímenes monstruosos. Ocupándose cada cual intensamente de sus asuntos particulares, pensaban que no había responsabilidad que les alcanzase. Ahora prolongan aquel silencio y su máxima aspiración ha de ser que llegue el día en que aquellos horrores sean considerados como meras habladurías. Pero eso no ocurrirá nunca.
Es de alabar el gesto de Angela Merkel cuando ante el Parlamento israelí declaró que Alemania se avergonzaba de lo ocurrido en aquellos funestos años. Sin embargo, los alemanes, más que avergonzarse, parecen huir de la vergüenza, refugiándose en el silencio y en sus asuntos estrictamente particulares.
En la hermana Austria, el degenerado Fritzl estaba tan segudo de que nadie se sentiría movido a investigar sus asuntos “estrictamente particulares” que se permitía el lujo de viajes de varias semanas a Tailandia para dar libre curso a su inmunda lujuria.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4660
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