lunes 25 de febrero de 2008
Los conciliadores del derrotismo
Ignacio San Miguel
D E forma inevitable y fatal, ha salido a la luz el artículo conciliador. El clásico artículo conciliador. Su autor ha sido el jesuita Norberto Alcover. El tema del artículo, publicado en ABC, es la confrontación Iglesia-Gobierno que ha provocado el documento episcopal previo a las elecciones. El artículo es ponderado en casi toda su extensión, y no habría nada que objetar al mismo, si no fuera por su parte final contemporizadora. Termina así: “Tal vez resulte imposible conciliar radicalmente las respectivas cosmovisiones, pero… La construcción de la democracia exige renuncias, tal vez dolorosas, por parte de todos los protagonistas. No hay otra salida.”
No tendría tampoco mayor importancia si se tratara de un simple artículo que expresara una opinión particular. No; se trata de una opinión extendida de forma notable en la sociedad. Se trata de la opinión que proclama que hay que llegar al compromiso y a la conciliación ante todo y por encima de todo. El señor Alcover no pone ningún reparo al documento de la Conferencia Episcopal, pues mantiene fielmente la doctrina católica. Únicamente tiene alguna duda sobre las dos líneas que se refieren al terrorismo. Así, pues, ¿qué renuncia dolorosa tienen que hacer los obispos? ¿Deben renunciar a parte de la doctrina católica en aras de la “construcción democrática”? ¿Puede acaso la verdad religiosa hacer concesiones a la mentira de la oportunidad política? ¿Tienen que renunciar a aconsejar a los católicos ante las elecciones?
Si nos paramos a reflexionar un poco sobre la decadencia de la religión y las ideologías de la derecha, comprobaremos que ha sido debida a una continuada serie de concesiones a la izquierda a través del tiempo. Y el proceso siempre es el mismo. En las distintas controversias que se producen, de manera inevitable aparecen los conciliadores con el mensaje de que ambas partes deben dialogar y no encastillarse en sus posiciones, aconsejando que se hagan concesiones mutuas. Y la parte que está débil y cansada, y que es la que representa el poder y las normas, cede y hace las concesiones, y la otra parte lo que hace es recortar sus exigencias esperando mejor ocasión. Un ejemplo político lo constituye el sistema autonómico español. Fue, ante todo, una concesión a los nacionalismos periféricos. Los conciliadores trabajaron intensamente. Los partidos nacionales (sobre todo, de la derecha), fueron generosos en aras de la paz y la concordia que los conciliadores tienen como fin supremo de la existencia. Los separatistas, según su propia opinión, también fueron generosos. Pero ellos no concedieron nada ni renunciaron a nada. Lo que hicieron fue reducir sus exigencias hasta cierto punto. Es decir, se llevaron parte del botín y dejaron para más adelante conseguir el resto. Así ha sido. Y ahora nos encontramos con nuevos estatutos arrancados a la debilidad del poder central que convierten, empezando por Cataluña, a las autonomías separatistas en casi unos Estados dentro del Estado.
En el ámbito eclesial, los conciliadores realizaron una labor inmensa en el último Concilio y en el postconcilio con el objetivo de “abrirse el mundo”, es decir, conciliarse con el mundo. El resultado fue la marxistización de la mayor parte del clero (unos más y otros menos), la apostasía silenciosa y su adhesión actual al progresismo. Un ejemplo de éste nos lo da el citado Alcover, quien, después de dar por bueno y correcto el documento de la Conferencia Episcopal, aconseja renuncias, aunque sean dolorosas, pues, según él, no hay otra salida. Y es que suele ser muy propio de los “progresistas”, que no les importe dónde esté la razón y la verdad, pues su idea fija es el acercar posturas en pro de la conciliación y la paz que consideran que son los bienes supremos de la Humanidad. El abrazo de la verdad y la mentira no parece repugnarles.
La abrumadora victoria de las ideologías de izquierda ha intimidado a los partidos de derecha, provocando un acomplejamiento que les impide manifestar sus auténticos valores con la debida contundencia. Esto ocurre de forma acusada en España. Los conciliadores han ejercido su influencia de forma poderosa en esta cuestión: “No conviene”, dicen, “tocar determinados temas, porque nos perjudicaría. La sociedad ha cambiado. Debemos acomodarnos a ella. Las actitudes numantinas no son prácticas y no rentan. Sólo conseguiremos ser acusados de retrógrados, Hemos de demostrar, por el contrario, que podemos ser tan progresistas como ellos…” etc., etc.
De allende el Atlántico nos llegan mensajes de decepción. En el mundo iberoamericano, al que pertenecemos, se había mirado a España, desde el establecimiento de la democracia, como el ejemplo a seguir. Sin embargo, en medios conservadores, ven con preocupación cómo, ante las próximas elecciones, el Partido Popular insiste una y otra vez en la mala gestión económica del Partido Socialista, pero no se menciona el principal destrozo de la gestión socialista, que es la transformación de la sociedad, en especial de la familia, lo cual conduce a una profunda desfiguración moral de España. El PSOE va imponiendo en el plano legislativo la ampliación del aborto, el “matrimonio” homosexual y el divorcio exprés, y no consta que el Partido Popular esté alzando como bandera electoral la rectificación de estos aspectos.
Opinan que en España se está aplicando, lo mismo que en Brasil, Chile, Paraguay, etc., y aún en mayor medida que en estos países, una estrategia de transformación social, cultural, mental y familiar de la población, usando una relativa estabilidad económica como anestésico que paraliza las eventuales reacciones, mientras las naciones van siendo desfiguradas en el plano social, familiar y moral.
Y este es el resultado de la renuncia a mantener unas posiciones firmes en la defensa de los valores tradicionales. Es el resultado de la labor de los conciliadores que hallan en la derrota propia la mejor de las soluciones. Pero vayan a decirle esto al señor Alcover.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4459
domingo, febrero 24, 2008
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