miércoles, noviembre 21, 2007

Lorenzo Contreras, El drama del indiferentismo

miercoles 21 de noviembre de 2007
El drama del indiferentismo
Lorenzo Contreras
La proximidad, ya casi la inminencia, de las elecciones generales, ha logrado acentuar los clásicos males políticos de la sociedad española. El “efecto Zapatero” se deja sentir intensamente, cada vez más, en tal sentido. Sobre todo se ha subrayado, pese a la profundidad de ciertos problemas, el fenómeno del indiferentismo ciudadano ante el futuro de nuestra convivencia. Exclusivamente interesa, eso sí, a la franja gris de la sociedad, todo lo que afecta al funcionamiento “vegetativo” del organismo nacional, desde la vivienda a la cesta de la compra, pasando, naturalmente, por la seguridad en todos los órdenes, incluida la callejera. Lógico. ZP ha abordado, para su beneficio político, la empresa de conseguir, pese a ciertos altibajos, que ETA reduzca el nivel de terrorismo, sin dejar por eso de amenazar, extorsionar e incluso matar a "moderada" escala. A la gente común, la más común, le trae al fresco el asunto de los precios políticos que por chantaje se pagan o pueden llegar a pagarse. Rehén de los nacionalismos, y no sólo del más radical de ellos —el de ETA—, el presidente intenta a toda costa llegar al 9 de marzo, fecha de elecciones, sin tener que presidir algún entierro importante, y menos afrontar una matanza posible, aunque resulte fruto accidental de los “daños colaterales” de acciones con explosivos dirigidas contra objetivos industriales o comerciales, por ejemplo, y no directamente contra personas. Lo importante es que la opinión menos exigente, que es la mayoritaria, llegue a creer que Zapatero representa en cierto sentido una novedad positiva para la democracia convulsa que arranca de 1978.
Para garantizar ese efecto, el “efecto ZP”, el protagonista de la obra, y sus colaboradores más significados, necesitan reducir otro efecto, el de la crítica política, mediante estudiados mensajes poco compatibles con la verdad estricta de los acontecimientos. Los fracasos en política exterior nunca se confiesan como tales en el sentido de autocrítica, sino al contrario, como notables éxitos de nuestra diplomacia. Los fracasos internos, por ejemplo en infraestructuras y precios, se convierten en meros contratiempos de un camino próspero y prometedor. A la inversa, los errores y fallos de la oposición se magnifican con el concurso de los enormes dispositivos mediáticos que el Gobierno controla.
Todo ello redunda en deformación de la realidad y, por consiguiente, en arraigo de la mentira política. De la mentira sistemática, que en cualquier régimen que se repute democrático es el peor de los pecados y el que más votos debe costar a quien los comete. A Nixon le costó la presidencia de Estados Unidos, sin ir más lejos en el tiempo.
Cabe insistir: el peor pecado de nuestra sociedad es el indiferentismo político. Siempre se dijo que en España lo que no ha hecho el pueblo se ha quedado sin hacer. Hay ejemplos de ello en nuestra agitada historia. Pero hoy por hoy, y es ya un hoy muy largo, el pueblo “no hace”. El ciudadano común se encoge de hombros y, cuando se ve ante el compromiso de pronunciarse, suele votar “marcas”, es decir, partidos, con independencia de su ejecutoria. Esto significa que la franja indecisa de la sociedad, la más consciente tal vez, la que menos comulga con los productos de la intoxicación política, experimenta el casi irresistible reclamo del abstencionismo o el voto en blanco. Un reclamo, una tentación que dificulta cualquier vuelco electoral, salvo que una gran tragedia, como la del 11M, manipulada o aprovechada ante los errores de unos o las malicias de otros, determine un cambio drástico.
Ahora asistimos a una precampaña electoral en la que el marketing es el tirano y la opinión pública la esclava.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=21/11/2007&name=contreras

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