jueves 1 de noviembre de 2007
El cielo... ¡ni te lo imaginas!
Alfredo Amestoy
R EALMENTE es el único tema, asunto o “negocio” que merece la pena. Los jesuitas de Deusto – Deusto, la mejor universidad de Economía y Empresa –, a la salvación le llamaban “el negocio de la salvación”. O sea que, en Bilbao, igual que a la muerte se le llamaba “el peor negocio”, a la salvación se le consideraba un negocio magnífico. Y ¿quién lo puede poner en duda? Se trata de la mejor inversión. A cambio de un brevísimo tiempo de ciertas renuncias, algunas obras buenas y de “querer a los demás, como te quieres a ti”, así de sencillo, toda una eternidad, o sea “per secula seculorum”, de plena felicidad, con “todo el bien sin mezcla de mal alguno”. Esto sí que es una buena operación, un “pelotazo” muy superior a comprar el Palacio Real por un euro. Y ésta no es una hipoteca de esas que uno paga para que lo disfruten los herederos. Esto, es algo, lo único, que nos vamos a llevar al otro mundo. Entonces… ¿qué pasa? ¿ Por qué no hay colas para hacer este negocio, como hay colas para sacar el carnet de conducir, para el pasaporte, para obtener el permiso de residencia y poder vivir y trabajar en España? No es fácil la respuesta. Pero, después de mucho meditar, he llegado a la conclusión de que la gente no se preocupa en absoluto del último viaje y de asegurarse un futuro sin problemas, porque no lo ve claro. Porque para ese viaje no se necesitan alforjas … ni “papeles”. No hay que rellenar impresos, ni firmar solicitudes, ni pasar la tarjeta de crédito. Es decir, la gente no se fía ahora de lo que es gratis, ni de un trámite en el que no hay ni documentos, ni escrituras, ni notarios, ni registradores… Naturalmente, la Iglesia nos podría decir que ¡claro que hay documentos y escrituras! Nada menos que ¡las Sagradas Escrituras! Y firmadas por muy acreditados notarios. Y es verdad. Pero la Biblia tiene mucha letra “pequeña”. Y ya se sabe que nadie lee la letra pequeña. Razón: quizás porque en la letra pequeña- en contratos o en prospectos - siempre se dice lo que no se debe hacer y se advierte de riesgos, incompatibilidades o contraindicaciones. En cuanto a la letra grande, tampoco parece que se lee demasiado. Como nos descubre Benedicto XVI en su “Jesús de Nazaret”, si hay algún mensaje claro, y reiterado con insistencia, ese es la promesa del Reino de Dios; concepto repetido 122 veces en el Evangelio, para que nadie pueda alegar que él no se enteró. “VER O NO VER” ESTA ES LA CUESTION LO que Jesús promete, el Reino de Dios, es como en el negocio turístico, un “destino”, un lugar donde finaliza el viaje. Porque aquí hay “viaje”. Y ¿cuál es el “paquete” de la oferta? Pues resucitar, que es algo que no incluye “agencia” alguna. Naturalmente, para “resucitar” hay que morirse antes. Esto se da por hecho y ni figura en los contratos. Lo que sí figura en el contrato cristiano es que para entrar en el Reino de Dios, en el cielo, hay que arrepentirse de todas las fechorías y barrabasadas que hemos podido hacer y sólo con el corazón “más limpio que una patena” podremos ver a Dios. Esto como es muy duro- muy “fuerte, muy “fuerte”- es como si fuese la letra pequeña del contrato, y nadie la quiere leer. A este epígrafe le pasa lo mismo que al seguro de viaje; que al ser un poco caro pocos lo suelen suscribir, pretextando que “todo puede ocurrir, pero lo más probable es que no ocurra”. Es decir, hacerse o no hacerse un seguro en el fondo es hacer una apuesta. Así funcionan los seguros de vida, las rentas vitalicias y todo lo que, como el casamiento y la mortaja, del cielo baja. O sea que reservar plaza en el Reino de Dios ¿ es una apuesta? Teóricamente, sí. Puesto que hay que creer en esa oferta y hay que tener fe. Fe es, por definición, creer en lo que no vimos. Y, posiblemente, tan importante como la duda “hamletiana”, “ver o no ver” sea la cuestión. Hoy y siempre. En el minucioso inventario que del Nuevo Testamento hace el Papa, sobre que hay 122 alusiones al “reino de Dios”, a cuánto pan “multiplicó”, o qué cantidad de agua convirtió en vino – exactamente 520 litros -, debían constar también las múltiples ocasiones en que Jesús hace referencia a los ojos, a la vista y a la visión, consagrando la alta función, la más espiritual, que el Creador otorgó al órgano no en balde considerado “espejo del alma”. Si aquí el alto precio, la dura prueba, es “creer sin ver”, el gran premio será, curiosamente, “ver”. Porque la unanimidad y coincidencia entre teólogos, padres de la Iglesia y papas, en torno a esta cuestión es asombrosa. SAN PABLO , REDACTÓ EL MEJOR ANUNCIO SOBRE EL CIELO. POR ejemplo, han pasado casi siete siglos desde Benedicto XII a Benedicto XVI y este Papa mantiene lo que escribió su predecesor en la Constitución Benedictus Deus del 29 de enero de l336, cuando aún ni Copérnico, ni mucho menos Galileo, habían demostrado que la Tierra era redonda y “se movía”: Los bienaventurados ven a Dios. Pero ¿qué es lo que ven? “Ven la divina esencia con visión intuitiva y aún facial y, viéndole de este modo, gozan de la misma divina esencia y con tal visión y gozo son verdaderamente bienaventurados”. Esta visión “facial” la había anticipado San Pablo en la epístola a los Corintios cuando precisa que “le veremos cara a cara”. Y es en la misma epístola donde mejor se concreta y más se materializa el “espectáculo” poniendo sonido a la luz y convirtiéndolo en “audiovisual”. Un publicitario no redactaría mejor el anuncio de una producción de Broadway: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó al hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. Cuidado: no sólo hay “luz y sonido” sino que hay “cosas preparadas”. Es decir, para que lo entendamos todos, además debe haber un buen catering. No es irreverante pensar que la gloria, en resumidas cuentas, es como un lugar donde todos los días hay un fiestón, una boda fabulosa… No olvidemos que no ha habido boda como la de la Caná y que, a pesar de Judas, la cena que quiso celebrar el Señor es la cena más importante de la historia. Luego… hay que suponer que las celebraciones celestiales serán memorables. La pena es que en la gloria nada pueda ser “memorable”, porque allí no existe la “memoria histórica”. En la eternidad no existe ya ni el futuro ni el pasado. Solo Dios es “sempiterno”, pero hasta lo “eviterno” – que es lo que ha tenido un principio – como los propios ángeles, se convierte en “eterno”. Al margen de “figuraciones” y “transfiguraciones”, no olvidemos la gran Transfiguración, que fue el único anticipo celestial, una pequeña muestra, que Jesús ofreció a los “enchufados” de siempre, Pedro, Santiago y Juan, y que les pareció tan fantástico que querían quedarse para siempre en el monte Tabor no sabemos si renunciando a probar bocado. La verdad es que, como también les ocurre a los flamencos, “los bienaventurados no comen”. Ni comen ni beben. Por una sencilla razón que se explica en el Libro del Apocalipsis: “ya no tendrán hambre ni sed, ni descargará sobre ellos el sol ni el bochorno”. A PESAR DE WOODY ALLEN, EN EL CIELO NO SE COME SAN JUAN que, por cierto, tal y como les pidió Jesús, guardó el secreto de lo que pasó en el Tabor y en su evangelio silencia todo lo que vio allí, no da pistas que nos permitan comprender esta inmaterialidad al tiempo que la resurrección, que se nos insiste no se limita a las almas sino que incluyen los cuerpos. La ausencia del hambre y, por tanto, la supresión de la comida, que nunca desdeñó el Señor, y lo destaca Benedicto XVI en su “Jesús de Nazaret”, no se compadecen con la importancia que El quiso conceder al pan. Gran protagonista evangélico, como metáfora y como realidad (en las tentaciones, en los milagros y naturalmente en la Eucaristía). El pan nuestro de cada día no nos lo tendrá que dar Dios “hoy”… porque en el cielo no existirán ni el “hoy” ni el “mañana”. Pero ya se sabe que en el mundo judeocristiano nos cuesta renunciar a los placeres de la mesa. Más judío que nadie, Woody Allen, en un trabajo reciente escribe con humor- por qué no- sobre el “más allá” y, al referirse a la gastronomía, dice que “quienes aspiren al paraíso deben sacrificarse antes aquí convencidos de que por su sufrimiento les proporcionarán una recompensa en la otra vida; una vida donde las costillas de cordero asadas causan furor. Pero si la otra vida, como yo afirmo, es un eterno retorno a esta vida, los bienaventurados deberán cenar a perpetuidad a base de escasos carbohidratos y pollo hervido…sin piel”. Está claro que a todo el mundo le gusta imaginar cómo se vive allí. La verdad es que creyentes, agnósticos o ateos, nadie renuncia a fantasear en torno a cómo será “la otra vida” y cómo se resolverá ese aburrimiento que si aflige al ser humano en una vida tan breve como es ésta preocupa mucho más al plantearse toda una eternidad sin entretenimientos ni pasatiempos. Y, además, ¡! sin tener que trabajar ¡! Porque se ha demostrado que la especie humana, ociosa, no sobreviviría más de un siglo. Así, cada uno en lo suyo, trata de situarse en el otro mundo. Desde el ruin barquero – que puede soñar con sustituir a Caronte – a un primer ministro. Winston Churchill, por ejemplo, confesaba que “si el gobierno de “allá arriba” fuese una Monarquía Constitucional, había la posibilidad de que el Todopoderoso pudiera darle algún trabajo”. Siempre ha permanecido abierta a la especulación la configuración del cielo. Igual que en “El libro de todos los santos” Adrianne von Speyr se recrea en la visión de Mozart en el cielo, “tocando para el Señor y el diálogo entre los dos, con música de Mozart en la oración más pura”, del mismo modo ¿quién no ve como posible el encuentro de Luciano Pavarotti con los ángeles, que le recriminan dulcemente su pretensión de haber querido cantar “como ellos”? SI EN EL CIELO LA POLICÍA ES INGLESA, EN EL INFIERNO ALEMANA. EL cielo – el menos oscuro y más confesable objeto de deseo – es una página en blanco donde todo el mundo puede fabular sus historias. Y uno mismo tiene publicadas algunas de ellas. Hipótesis como, por ejemplo, “ ¿van los animales al cielo? , “el encuentro en el cielo de Tip y Coll”, o la cuestión más importante: “ En el cielo no hay televisión”. Esta última afirmación está en la línea de la que hizo Alvaro de Laiglesia en su celebrada novela “En el cielo no hay almejas”, otra preocupación por la cocina en la Gloria, argumento tan recurrente en la gastronomía terrenal donde a lo más delicioso se le llama “gloria bendita” y tantas especialidades de la repostería conventual reciben el nombre de “glorias”, siendo el producto más paradisíaco el “tocino de cielo”. El humor ha encontrado también en el cielo uno de los mejores decorados para situaciones divertidas e infinidad de chistes pocas veces con malicia y siempre con simpatía, prueba evidente de que para todo el mundo, incluidos los intelectuales más descreídos, el cielo es si no un destino real, tabla de salvación, sí la “Insula barataria”, la “Arcadia feliz” o el Shangri- La. La necesidad de materializar el anhelo y convertir la utopía en algo al menos virtual nos lleva, a veces, a las versiones más histriónicas. La autora católica Rebeca Reynaud cuenta que un amigo se preguntaba, en broma, cómo será el cielo. E imaginó lo mejor. Que allá los cocineros serán franceses; los mecánicos, alemanes; la policía, inglesa; los trovadores, italianos y los organizadores, suizos. A diferencia del infierno donde los cocineros son ingleses; los trovadores, suizos; la policía, alemana, los mecánicos, franceses y la agencia organizadora es italiana. A propósito de la agencia de viajes, lo que está claro es que, al igual que no hay billetes de ida y vuelta al cielo, ni viajes en grupo, ni vuelos charter, ni excursiones de jubilados, como el billete es individual y el viaje puede ser a la carta, a la medida, muy personalizado ( como se dice ahora), el cielo sea también algo muy particular. A lo mejor hay libertad para imaginar cada uno su cielo; porque, lo mismo que no hay dos sueños iguales, también el paraíso de cada uno puede ser diferente. “Que fea me parece la tierra cuando miro al cielo” y “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”…Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz miraban al mismo cielo, pero a lo mejor el cielo que veían era distinto. Y eso que no ha habido dos almas más gemelas. EL CIELO DE LOS MUSULMANES, DE LOS BUDISTAS Y NUESTRO SÉPTIMO CIELO. TAMPOCO es el mismo el paraíso que aguarda a los musulmanes que el que esperamos los cristianos. Ni el nuestro tiene algo que ver con el de los budistas, un cielo de veintisiete pisos; más alto que el nuestro, que no debe tener más de siete, porque el no va más, la llamada corte celestial, con el Pantocrator, los serafines, tronos y dominaciones, estará- digo yo- no me hagan mucho caso- no en el tercer cielo, hasta donde fue arrebatado San Pablo, sino en el séptimo cielo ; el “panangélicum”. Todo lo contrario del “pandemonium”, que estará en el “séptimo infierno”. “De tejas arriba”, la proximidad de los ángeles quizás sea, después de la visión de Dios, el aspecto más sugestivo. No olvidemos la definición “oficial” del cielo: “mansión en la que los ángeles, los santos y los bienaventurados, gozan de la presencia de Dios”. Los ángeles son los primeros vecinos de la mansión. Moisés, Elías y todos los profetas, serían muy posteriores y los apóstoles…unos recién llegados. Si hablamos de la antigüedad y de la veteranía puede ser curioso, sorprendente y revelador ( para los humanos, no para Dios para quien no existe el tiempo y todos somos iguales), que a excepción de San José, que murió como no ha muerto ni morirá otro ser humano – en los brazos del Hijo y de la Madre de Dios- el primer santo y canonizado en vida por el propio Redentor, de hecho el primer redimido, fue … el buen ladrón. Junto al “Ahí tienes a tu hijo y ahí tienes a tu madre”, las últimas palabras que Jesús dirige a otro hombre antes de terminar su existencia humana fueron las que dijo al buen ladrón: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta afirmación de Jesús momentos antes de abandonar la Tierra, constituye la máxima confirmación de la gran promesa, expresada con cuatro palabras: “Hoy”, no en el futuro, o el día de mañana, sino hoy, esta tarde, antes de que anochezca. “Estarás”; no se trata de un viaje y de iniciar un itinerario; “llegarás, entrarás, estarás, tomarás posesión”…”Conmigo”; porque no te llevaré y te dejaré al cuidado de alguien y no te volveré a ver , ni me volverás a ver…no; “estarás conmigo”; no con Moisés o con Elías… Y no en el cementerio; a la espera del Mesías , como el resto de los judíos; no. “Estarás en el paraíso”. Las palabras, unidas al lugar y al momento, en mi humilde opinión, quizás representan la escena más emocionante que se ha producido en la historia del mundo. Escena humana. El “Hágase en mí según tu palabra”, es una escena “divina”. Es algo que dice María al dictado de Dios. EL BUEN LADRóN, EL SANTO SUPERSTAR SI en la escena del Gólgota incorporamos al tercer personaje, al tercer crucificado, ya la emoción pierde dulzura y adquiere patetismo. Es la demostración de que “no todos somos elegidos”. Y que el paraíso tiene puertas que no están abiertas de par en par. Hay que recordar, junto a las promesas, las advertencias. Por ejemplo: “Si no sois mejores que los escribas y los fariseos no entrareis en el reino de los cielos”. No sé si es acertado referirse ahora a un matiz que a uno le parece interesante: el buen ladrón y el mal ladrón no encarnan el premio y el castigo de forma radical. El extremismo no puede caber en la justicia divina ,como no cabe en su obra, en la propia Naturaleza, donde no existen la noche ni el día absolutos. No termina de anochecer cuando ya empieza a amanecer. Entre el castigo severo y el premio gratuito hay algo que Jesús utiliza en una ocasión especialísima. Tras proclamar las Bienaventuranzas y como resumen y corolario exclama: “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa es grande en el cielo”. ¿Y qué se va a recompensar? Quizás el amor y sólo el amor. Que es de lo que vamos a ser examinados al atardecer. Se habla de la gran generosidad del Señor. Dicen los estudiosos que Cristo en muchas de sus intervenciones tiende a sobrepasar la necesidad. Lo mismo en el vino del milagro de la boda que en el pan y en los peces de la “Multiplicación”. Y no deja de ser una tremenda magnanimidad la mostrada en el pago de los salarios, en el trato indulgente al hijo pródigo, y más aún, en el desconcertante anuncio de que “los últimos serán los primeros”. De regir este criterio en el paraíso, alguien que llegara hoy allí ¿ podría estar tan cerca de Dios como los propios apóstoles? Esta cuestión ha interesado a los teólogos que, además de coincidir en la existencia del filtro para una plena purificación, que eso debe ser el famoso purgatorio, subrayan que la gloriosa beatitud y la esperada “lumen gloriae” con la visión de Dios y la consiguiente delectación o gozo, se alcanzará solo tras el juicio universal. Respecto a este Juicio se ha especulado que sería- que será – el medio para equiparar a las almas de los nacidos antes y después de la Redención de Jesucristo. EL CIELO NOS ESPERA, PERO EN LA TIERRA TAMBIÉN PODEMOS PREVERLO… Y PROBARLO TODO es comprensible, incluso ese juicio particular previo, antes de obtener la “gloriosa beatitud”, tras la resurrección de los cuerpos. Cuerpos, que aquí está la plenitud celestial, gozan ya de “impasibilidad” – el cuerpo ofrece total sumisión al alma-;”claridad”– el cuerpo se torna lúcido y traslúcido-; “agilidad” y “sutilidad”- ingrávido, el cuerpo adquiere, además, penetrabilidad, y se cita el ejemplo del cuerpo de Cristo que no encontró resistencia para penetrar con las puertas cerradas en el interior del Cenáculo. Naturalmente este espectáculo, de miles y millones de seres, ya “almas en gloria” desborda la imaginación humana, incapaz de concebir tanta maravilla. No hay “realidad virtual” capaz de recrear ese ámbito. Quizás, como hemos dicho antes, corresponde a cada uno imaginar su cielo particular. Será el que más se aproxime al que uno desearía. Porque “el cielo que siempre puede esperar”, nos espera. ¿O es cierto que, lo mismo que solemos decir que aquí está el infierno y aquí pagamos muchas de nuestras culpas, también tenemos “aquí” un poquito de cielo…? Podemos preverlo y, con suerte, probarlo. Las palabras de San Pablo, las más explícitas y expresivas sobre la gloria “eterna”, hablan también, según la Iglesia, de nuestra vida sobre la Tierra en el sentido de que aquí puede estar el comienzo del cielo, en la Paz, el Perdón y la Unión con Cristo. Algo de esta eterna alegría brilla ya en medio de los cuidados y angustias de la vida. De modo pleno florecerá en el paraíso que tenía Dios ante los ojos al crearnos. Y escrito está:”el reino que para vosotros está preparado desde la creación del mundo”. Amén. Y que ustedes y nosotros lo veamos.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4241
jueves, noviembre 01, 2007
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