miércoles, septiembre 26, 2007

Puñetas...¡qué envidia!

jueves 27 de septiembre de 2007
Puñetas... ¡qué envidia!
No se si sabían que los nativos de Micronesia, cuando algo les molesta mucho, dicen «a la orden». Así como suena, en español.
No les ha quedado, a diferencia de los habitantes de Zamboanga, en el extremo sur de las Filipinas, un idioma como el «chabacano», hecho de retales del viejo castellano, pero conservan expresiones, recuerdo de una época en la que el Imperio Español se extendía por el orbe y el nuestro era un país que pesaba en el concierto mundial.
No hay en la referencia a Micronesia ánimo urticante. Líbreme Dios de criticar las reuniones de trabajo que le montan a Zapatero cuando va a la ONU o debate sobre cambio climático.
Ni siquiera hurgaré en el apresurado «Hola, cómo está», que le endosó Bush a nuestro presidente, pero coincidirán conmigo en que mortifica un poco que todo el contacto entre nuestro presidente y el de la nación más poderosa del mundo, se limite a cuatro segundos. Sobre todo cuando se compara con el empaque, la resonancia y la expectación que han rodeado, en el mismo escenario y en los mismos días, cualquier actuación de Sarkozy.
Es cierto que no somos Francia. No tenemos ni el peso demográfico, ni el poderío militar o el «savoir faire» diplomático de nuestros vecinos galos, pero tampoco somos una potencia del tres al cuarto. En la escala económica hemos subido unos cuantos peldaños desde los tiempos en que Felipe González vivía en La Moncloa, pero en política internacional pintamos mucho menos que entonces. O que en tiempos de Aznar, por lo que reflejan sus conversaciones en el rancho de Crawford en febrero de 2003.
Aquí fallan muchas cosas y entre ellas la personalidad del que más manda. Que envidia me dan los franceses. Echo en falta un tipo como Sarkozy. Alguien capaz de encaramarse a la tribuna y de proponer a los 150 países presentes en la Asamblea General un «New Deal» ecológico y económico. Alguien capaz de convocar ruedas de prensa multitudinarias en Nueva York y de proclamar, sin que el público enarque escéptico las cejas, que lideramos nosotros o no lidera nadie.

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