jueves 27 de septiembre de 2007
Palabras contaminantes
Si hablar sobre el calentamiento del planeta disminuyera las emisiones de gases de efecto invernadero, ésta habría sido una semana decisiva para frenar el cambio climático. Lo ha dicho un alto cargo de la ONU, Kevin Watkins, para subrayar la necesidad de que la organización actúe. Después de oír más de ochenta discursos sobre el particular nos hemos quedado con la duda de si las Naciones Unidas organizan ahora Juegos Florales en prosa para lucimiento de gobernantes.
La ONU puede hacer todo o nada: depende de los países. Si todos firman y cumplen los acuerdos, funcionará; de lo contrario, se convertirá en una tertulia melancólica sobre el bello mundo que podríamos dejar a las generaciones venideras si nos diera la gana. El Protocolo de Kioto fue un primer paso rácano: atajar el cambio climático requeriría reducir las emisiones en un 80 por ciento para 2050 y ese acuerdo fija unos recortes del 5 por ciento de media para 2012. Pero iba en la buena dirección. Sería magnífico que además se cumpliera, aunque no parece que vaya a ocurrir.
Para colmo, el país más poderoso de la tierra sigue boicoteándolo. EE.UU. ha organizado su cumbre paralela con el fin de consensuar reducciones de emisiones voluntarias y a la carta, sin que se impongan mediante la fuerza vinculante de un tratado internacional. Es como si le preguntaran a un asesino en serie: ¿cuántas víctimas potenciales estaría usted dispuesto a dejar vivas este año? Y al responder que dos o tres, encima se largara una perorata sobre la alta consideración que le merece la vida humana. No cuela: cuando quienes pueden legislar para revertir el cambio climático se dedican a recitar discursos, las emisiones de palabras también resultan contaminantes.
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