martes, junio 05, 2007

Eduardo San Martin, Desde una saludable distancia

martes 5 de junio de 20070
Desde una saludable distancia

POR EDUARDO SAN MARTÍN
EN más de una ocasión he tenido que responder a la pregunta de si en la dirección del PP había realmente personas moderadas, tolerantes. La duda no la planteaban observadores foráneos, poco familiarizados con la política de nuestro país, sino colegas españoles perfectamente informados que formulaban la cuestión dando casi por supuesta la respuesta. No, naturalmente. A ratos, algunas evidencias hacían mella en su escepticismo, y se mostraban dispuestos a escuchar comentarios que no dejaban de considerar excesivamente piadosos. Pero cualquier salida de tono de los dirigentes populares, y las ha habido con demasiada frecuencia, les anclaba de nuevo en un prejuicio que trascendía el carácter más o menos bronco de ciertos dirigentes populares y apuntaba a lo que para ellos era el meollo de la cuestión: en rigor, el PP no es un partido democrático.
Tal vez esta observación puede volverse del revés para describir lo que sucede al otro lado de la trinchera, y habría que concluir entonces que, en efecto, otros comentaristas, enfundados en otras camisetas, alimentan prejuicios de signo contrario en relación con el partido del Gobierno, o con la izquierda en general. Pero, en honor a la verdad, debería reconocerse que, al menos durante las últimas décadas, el juicio público sobre los dirigentes de la derecha española ha sido mucho más severo y exigente que el que se ha formulado respecto de los políticos de la izquierda. A la derecha, según afirman sus propios sus críticos, fueron «las mentiras» las que le desalojaron del poder en 2004. A la izquierda, en 1996, tuvieron que ser la financiación ilegal y los crímenes de Estado. Unas simples «mentiras» probablemente no habrían bastado. Una diferencia.
Al análisis político en España le sobra devoción y le falta distancia. Ignoro si, como prescribe la canción, la distancia es el olvido, pero sí es, desde luego, perspectiva. Alejamiento. Un espacio necesario para observar y juzgar sin el riesgo de que a uno le salpiquen las miserias, o las grandezas, de lo que observa. Un poco de equidistancia tampoco estaría de más. No en el sentido de situarse a la misma longitud entre dos puntos, ese en el que se coloca Pepe Blanco cuando equipara a ANV/Batasuna con el PP para negar a ambos la posibilidad de negociar con su partido en Navarra. O aquella sobre la que se elevan algunos pastores vascos, para quienes toda violencia, «viniere de donde viniere», se sitúa en el mismo plano moral. Esa equidistancia que tan mala prensa tiene en España, y con razón, aunque a veces se la confunda con la simple distancia.
Pero hay otra, imprescindible para moverse en las procelosas aguas del juicio político sin precipitarse por la borda, que es a la que me refería más arriba. Una equidistancia que apela a la equidad, y no a la neutralidad. La que exige no situarse siempre en el punto central entre dos realidades opuestas, sino juzgar a ambas desde la misma distancia intelectual para llegar, más adelante, a conclusiones que no tienen por qué ser parejas.
El Partido Popular ha pasado por un doloroso vía crucis desde su derrota de hace tres años. Un trance parecido al que tuvo que pasar el Partido Socialista tras sus descalabros electorales de 1996 y, sobre todo, de 2000. Desde entonces, los dirigentes del PP han cometido bastantes torpezas y han dicho más de una tontería, en ocasiones inducidos por el «fuego amigo». ¿Tendrían que vestir la arpillera de los penitentes y cubrirse de cenizas para obtener el perdón de sus pecados? ¿Alguien ha exigido lo mismo a quienes, por ejemplo, organizaron una auténtica persecución totalitaria contra sus candidatos y sus sedes en la campaña electoral de 2004? Como sucede con la risa, en España la indulgencia va por barrios. Lo que hay que exigir al PP es que abandone ciertas políticas y un determinadolenguaje porque le alejan de quienes le han dado dos mayorías electorales. Parece que están ello. Quienes suspiran por un PP moderado, y no lo hacen con la boca pequeña, deberían felicitarse por ello. No es el caso, por ahora.

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