domingo, febrero 25, 2007

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lunes 26 de febrero de 2007
La muerte, un negocio lucrativo
Félix Arbolí

M E hallaba sumido en serias reflexiones, al contemplar la vacía habitación de mi recientemente fallecida suegra, cuando decidí tomarme un respiro y bajar a mi tertulia vecinal, para saludar a mis compañeros de tertulia y saborear el delicioso café con leche mañanero en uno de los pocos días soleados y templados de febrero, con ánimos de elevar mi ánimo y olvidar los oscuros pensamientos que me dominaban. Nada más llegar, cortesía obligada, me dieron el pésame, ya que mi suegra era una persona muy conocida y querida en el vecindario del que había formado parte durante sus últimos setenta años. Toda una vida, como cantaría el inolvidable Antonio Machín. No me gustaba llamarla “madre política”, porque no encuentro justificación mezclar política y tratamientos familiares. También me resultaba un tanto distante designarla como “la madre de mi mujer”, como si se tratara de una persona ajena a mi ambiente propiamente familiar. No obstante, recuerdo que a ella no le agradaba mucho la palabra suegra. Ignoro el por qué. Hablando de la muerte de una persona amada, final que todos vamos a tener más tarde o más temprano, independientemente de la edad, la procedencia, el dinero y la mayor o menor inteligencia e importancia del individuo, alguien planteó el primer tema a debatir. ¿ No les parece un absurdo esta teatralidad que existe en todo lo relacionado a la muerte de un ser humano? Jesús, el de la tienda de deportes y más joven de los contertulios, recogió la pregunta. -Yo no le llamaría teatralidad, sino negocio en el más amplio sentido de la palabra. Un negocio que, en este caso y desgraciadamente, nunca puede fracasar porque no le faltará nunca clientela. - ¡Hay que ver lo que supone en el terreno económico para una familia la muerte de uno de sus miembros!-atajó Fernando, el joyero. - Algo más de tres mil cuatrocientos euros,- aseguré yo- y lo se por reciente experiencia. Sin adentrarme en lujos y caprichos innecesarios. - Pues a mi, -intervino Arturo-, que me quemen y lancen las cenizas al aire. Es la mejor y más barata solución, creo yo. Después de muerto, ¿qué me importa lo que puedan hacer conmigo?. - Eso no te librará de una serie de gastos y detalles que supongan unos miles de euros. Puede que no llegue a la cifra anterior, pero poco te ahorrarás. - ¡Es una vergüenza que comercien con la muerte de un ser humano y ahoguen a la familia con esos gastos, abusando de su dolor y el deseo de ofrecerle un final digno a ese familiar que se ha ido!. – comentó un tanto indignado Jesús-. - Son normas que se ha impuesto una sociedad que se mueve en torno a las apariencias, el posible “qué dirán” los vecinos y conocidos y esa manía de exhibirnos ante los demás como si fuéramos suficientes económicamente y magníficos en nuestra manera de honrar a nuestros seres queridos en su último viaje. Aunque luego tengamos que estar sufriendo las consecuencias de ese dispendio innecesario durante unos años. Pero nos parece que si no lo hacemos, nos remordería la conciencia al no honrar debidamente nuestros deberes de cariño y respeto hacia esa persona. ¡Como si al muerto le preocuparan ya esas cuestiones!. Creo que lo único que necesita es que nos acordemos de él con cariño y gratitud por las cosas buenas que pudo hacernos y le dediquemos nuestras más sinceras oraciones para que Dios le acoja entre los elegidos. Lo demás, son mascaradas absurdas que, a veces esconden rencores hacia el difunto o veladas satisfacciones ante la tanto tiempo esperada y deseada herencia. Las llamadas lágrimas de cocodrilo, están muy presentes en algunos velatorios, donde se habla, se discute y se dicen graciosas ocurrencias, una vez que se ha pasado por el obligado y en muchos caso nada sentido trámite de dar el pésame a los familiares. Por ello, es preferible que sea la familia exclusivamente, los más allegados, los que acudan a esta ceremonia y su posterior itinerario. Al resto de compromisos es mejor avisarles para el correspondiente funeral días después, donde el que acuda, aunque lo haga por pura cortesía u obligada asistencia, al menos tendrá que seguir la ceremonia religiosa y ser un miembro más que interceda por al alma del difunto, que es el fin que se persigue. Mi intervención, fue la más larga y oída con bastante interés por los presentes. -Todo es comparsa y cinismo en este mundo artificial e insensible que hemos adoptado en nuestra habitual manera de vivir. Hasta en esos momentos tan solemnes y trágicos. Ya no existe límite alguno para que los mercaderes de la muerte hagan prósperos negocios a nuestra costa. ¡Hasta en esas efímeras y costosas coronas de flores que para nada le sirven al muerto, ni a los vivos, a excepción del vendedor de tan macabro producto. ¡Y vaya precio que tienen!-aclaró Luis, el Teniente de Marina guineano. Es que ya no puede uno ni morirse sin buscar una ruina a su familia. Hay que estar pagando esas sociedades durante años y años, pensando en el fatídico final, para no amargar por partida doble a los que se quedan en tierra. Y si haces cuentas, te sale el asunto por una millonada como el asegurado sea longevo. Pero ya se sabe que hoy todo está mercantilizado, hasta los servicios religiosos. Sin por ello decir, que debamos prescindir de ellos, únicos que pueden favorecer a ese ser, que ya no es. Por cierto, he de aclarar que el sacerdote que protagonizó los de mi suegra fue acertado en sus palabras, omitiendo todo dramatismo al hecho y confortando a la familia con alusiones y augurios de paz, esperanza y ventura eterna para el alma de ese cuerpo que aún estaba presente a los pies del altar. He asistido a algunos que parecían recitar una aprendida y rápida perorata, sin demostrar o aparentar al menos la emoción y la entonación oportuna a un asunto que tanto influye entre los familiares en ese momento de tragedia y dolor. En fin, vistas las cosas, es mejor vivir al máximo, sin escatimar, ni privarse de capricho o diversión alguna y cuando te toquen retirada, ir limpio de alma. Que del bolsillo ya se encargarán los comerciantes que viven de la muerte. La tertulia, se dedicó a otros temas, menos fúnebres y el fútbol y sus famoso “derby” madrileño, acaparó la atención de unos y otros.

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