martes 19 de diciembre de 2006
Obligados a entenderse
La reunión entre el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el líder de la oposición Mariano Rajoy, anunciada para este viernes en el palacio de La Moncloa, debería formar parte de la normalidad política. Pero el hecho de que su misma convocatoria se convierta en noticia refleja las carencias que, en fondo y forma, viene arrastrando la relación entre Gobierno y oposición. Los protagonistas de tan esperada cita han dado muestras de acomodarse en la confrontación y el mutuo distanciamiento. Y sería penoso que el encuentro se transformara en un gesto de cara a la galería, como resultaría grave que se desvaneciera a las pocas horas entre reproches cruzados de deslealtad, o incluso se viera perjudicado antes de producirse por diatribas suscitadas por quienes puedan incomodarse por la entrevista entre Zapatero y Rajoy. La sociedad y las instituciones afrontan, en España, un amplio catálogo de problemas y vicisitudes que requeriría, si no el acuerdo total entre las dos formaciones llamadas a sucederse en el gobierno del país, sí por lo menos una gestión más moderada de sus diferencias. Pero entre los grandes asuntos destaca uno que requiere de la máxima unidad entre PSOE y PP, entre Gobierno y oposición: la estrategia democrática para acabar con el terrorismo de ETA. Zapatero y Rajoy están obligados a no desaprovechar la oportunidad del viernes para aunar criterios en cuanto al diagnóstico de la situación en que se encuentra el problema de la violencia y sobre los límites infranqueables del Estado constitucional en un eventual diálogo con quienes decidieran abandonar las armas.El necesario entendimiento entre el presidente del Gobierno y el del Partido Popular requiere que uno y otro renuncien, y para siempre, a la utilización partidista de la pervivencia del terrorismo. Justo nueve meses después del anuncio de 'un alto el fuego permanente' por parte de ETA, el temor a que la banda terrorista, lejos de ratificarse en aquella decisión, vuelva sobre sus propios pasos se hace patente como inquietud ciudadana. En estas condiciones, la pretensión de obtener algún beneficio particular del éxito o del fracaso de la iniciativa gubernamental no sólo supondría un enorme perjuicio para la sociedad democrática. Tampoco acarrearía nada positivo para cada uno de los partidos. Pero el entendimiento será imposible si el presidente de Gobierno trata de soslayar las resistencias de un mundo -el que conforman ETA y la izquierda abertzale- que continúa mostrándose reacio a poner fin a la violencia. O si, por su parte, el Partido Popular mantiene la sospecha de que el Gobierno ya ha cedido ante la amenaza terrorista. La más que deseable sintonía entre ambos dependerá de que compartan una convicción: la propia naturaleza del problema terrorista obliga a una estrategia concertada entre socialistas y populares. Entre otras razones porque ha quedado demostrada la endeblez de toda solución unilateral.
martes, diciembre 19, 2006
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