lunes 5 de junio de 2006
Trenes
Por JON JUARISTI
RIGUROSAMENTE sigilosos. El expreso Madrid-Hendaya cruza lentamente Tolosa en la oscura madrugada. Alcanzas a ver el interior de un bar próximo a las vías. Allí están. La peste pardirroja de tu tierra natal, terminando la noche. Su torvo aliño indumentario habla por ellos. Imagínate entrando en el tugurio con la sonrisa boba y petulante del que tú sabes («Hola, pasaba por aquí y me he dicho: vamos a dialogar un rato con esta buena gente»). Un minuto de vida te concedo y la mitad te sobra. No son ñetas ni latin kings ni mafia rumana. Son fascistas. Quizá fascistas de barrio, querido amigo, pero, al cabo, fascistas. No voy a perder tiempo discutiendo lo que tú y yo entendemos por fascismo. Los he conocido bien. Mira la foto de grupo con Otegui, camino de la Audiencia Nacional. Con alguno compartía yo la merienda antes de que nacieras. A su lado, los reventadores de chalets, filántropos.
Te lo diré de otra forma, a ver si me entiendes: o ellos o nosotros. Ya no, ya nunca más ellos y nosotros. La imposibilidad de la conjunción no deriva de lo que han hecho, que es poca cosa si se compara con lo que piensan hacer. El suyo es un proyecto sencillamente genocida, ni más ni menos. Me dirás que exagero y te diré que lo mismo creía yo hace bastantes años, cuando oía a otros -a muy pocos- decir lo que ahora digo. El resultado, helo aquí, tras intentarlo durante tres décadas democráticas: ellos, dentro; nosotros, fuera. Lejos. Pasa el tren por Tolosa, camino de la frontera, y es el único modo, fugaz, borroso, dolorido de volver, atravesando en la noche -huyendo, ocultándote, atisbando entre las cortinas- los campos prohibidos.
La idea de que los no nacionalistas no deben vivir en una región donde la mayoría sea nacionalista ha arraigado incluso entre los nacionalistas supuestamente moderados. Aunque no sea ése su discurso oficial, se les escapa en las sobremesas mallorquinas, cuando la digestión de la sobrasada aletarga el superego. Juan Pablo Fusi acaba de publicar un ensayo apasionante sobre los no nacionalistas en tierras de penumbra: «Identidades proscritas» (Seix Barral). El título es, desdichadamente, exacto. El destino del no nacionalista en mi Transilvania vasca pasa por la proscripción, y de ahí al destierro o a la tumba, que será, en el futuro glorioso de la reconciliación socialista con el fascismo abertzale (hoy ya interlocutor necesario), la única manera de quedarse en casa para más que algunos. Para otros muchos, trenes rigurosamente vigilados mientras funcione el intercambio poblacional. Luego, las balsas, como dijo no hace muchos años un concejal batasuno de Bilbao llamado -¿puedes creerlo?- Rodríguez.
O ellos o nosotros. No hay conjunción posible. Nadie mínimamente sensato puede pensar en la reconciliación. Otegui se ríe del arrepentimiento. No condenará a ETA ni cumplirá condenas, blindado como está ante la Justicia por la miserable mentira del proceso de paz. La bestia asciende. El expreso de medianoche se desliza en silencio por las viejas ciudades vascas donde beben hasta el amanecer las camadas fascistas. Carmen Iglesias recordaba hace unos días, en este periódico, una luminosa observación de Weber: la causa de la guerra civil está en la estructura de la sociedad. Sin embargo, bajo el fascismo los términos se invierten: no hay más estructura social que la guerra civil. Por eso ellos y nosotros somos incompatibles e irreconciliables. Por eso las democracias proscriben el fascismo. No negocian con él, no lo legalizan, no convierten a sus portavoces en interlocutores necesarios. No, por lo menos, mientras se saben fuertes, porque negociar con el fascismo o legalizarlo equivale a reconocer tácitamente la derrota. Acierta Rajoy al romper puentes con este Gobierno que nos ha vendido y que se ha vendido de forma tan estúpida y mendaz, aunque, habiendo sido evidente la mentira desde el principio, la ruptura llegue un poco demasiado tarde.
domingo, junio 04, 2006
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