martes 27 de junio de 20006
SU MAYOR DESAFÍO
La OTAN en Afganistán
Por Max Boot
La Organización del Tratado Atlántico Norte fue creada en 1949 para contener el expansionismo comunista en Europa. Cuando la URSS colapsó, la más extendida esperanza era que la OTAN siguiera el derrotero del Pacto de Varsovia.
No hubo tal, y el rol de la OTAN ha crecido desde el final de la Guerra Fría. La Alianza libró su primera guerra en 1995, para pacificar Bosnia; después vino el conflicto de Kosovo (1999), donde sigue teniendo desplegado un contingente de pacificación. Pero es en Afganistán, un país todo lo remoto que se puede ser desde la Fulda Gap [1], en Alemania –donde la OTAN se preparó por primera vez para luchar contra el Ejército Rojo–, que la Alianza afronta su mayor y más reciente desafío.
En el año 2003 la OTAN asumió el mando de la International Security Assistance Force (ISAF), creada para complementar los esfuerzos de la coalición liderada por EEUU en la estabilización de lo que había sido la guarida de los talibanes y Al Qaeda. Al principio, el radio de acción de la ISAF se limitó a Kabul, pero gradualmente se fue expandiendo, hasta asumir el control de las provincias relativamente pacíficas del norte y el oeste. En agosto tomará el control de las zonas, mucho más peligrosas, del sur, donde se está produciendo una importante ofensiva talibán. Si todo sale bien, la ISAF podría tomar el control de las provincias del este, igualmente inseguras, en otoño. Esto otorgaría a la OTAN el protagonismo en todo Afganistán, si bien continuarían operando independientemente, en el marco de la operación Libertad Duradera, más de 10.000 militares norteamericanos.
La semana pasada [2] volé de Bruselas a Kabul y Kandahar junto con el general de Marines norteamericano James Jones, comandante de la OTAN, para conocer de primera mano la marcha de las operaciones. Nuestra delegación –que incluía periodistas, generales jubilados y funcionarios del Gobierno– contempló cosas que invitaban al optimismo y cosas que movían a la preocupación.
Veamos el lado bueno. La ISAF es una extraña coalición en la que soldados procedentes de más de treinta naciones –entre las que se cuentan algunas que no son miembros de la OTAN, como Australia y Macedonia– trabajan juntos y en relativa armonía. En las terminales informáticas del Centro de Operaciones Conjuntas de Kabul trabajan codo con codo soldados de distintas nacionalidades. Todo el mundo se comunica en inglés. Sólo puedes distinguirlos por las banderas de sus respectivos países, que llevan cosidas en sus uniformes.
Fuimos testigos de una pequeña muestra de cooperación en acción mientras traqueteábamos por las pésimas carreteras de Kabul a bordo de vehículos manejados por el Ejército británico y protegidos por un contingente de fornidos policías militares alemanes ataviados con gorras de béisbol del fabricante de armas Heckler & Koch. Por supuesto, proteger a un grupo de visitantes VIP es una cosa y otra, mucho más complicada, es proteger al pueblo del sur de Afganistán de los talibanes y sus aliados narcotraficantes. Esta tarea recae principalmente en los 3.000 soldados británicos, los 2.200 canadienses y los 1.500 holandeses. Los demás miembros de la ISAF prefieren servir en zonas menos peligrosas.
He aquí uno de los mayores desafíos de la OTAN: lograr que los miembros aporten tropas voluntariamente, y sin poner tantas trabas a su despliegue. Además de los geográficos (muchos efectivos no operarán en el sur o en el este), también hay límites tácticos. Por ejemplo, algunos gobiernos no permiten a sus soldados emplear productos químicos como el gas lacrimógeno para dispersar muchedumbres que causan desórdenes. Esto puede convertirse en un importante quebradero de cabeza para los mandos de la ISAF a la hora de afrontar disturbios como los que sacudieron Kabul en mayo.
En teoría, se supone que la ISAF se concentra en la cara amable de la contrainsurgencia: proporciona seguridad y ayuda al desarrollo, mientras las tropas americanas se ocupan de dar caza a los malos. En la práctica, la distinción puede ser difícil de trazar. Las tropas de la OTAN desplegadas en el sur pueden dedicarse a la "autodefensa proactiva", sea esto lo que sea. Poner en práctica este vagaroso mandato dependerá de los comandantes que estén sobre el terreno, y la opinión más extendida es que los soldados británicos y canadienses serán más agresivos que sus colegas holandeses, más cautos.
Que la OTAN haya tomado el control de un país que ocupa el puesto 173, de 178, en un índice básico de desarrollo humano y cuya economía depende más de las drogas ilegales y la ayuda exterior que la de cualquier otro país es una tarea titánica. Pero un diplomático que iba en nuestro grupo entreveía un rayo de luz en esta oscura realidad. Habiendo servido en Irak, concluía que las expectativas de los iraquíes eran irrealmente elevadas porque recordaban los tiempos de expansión de los años 70 y 80. En contraste, los afganos no han conocido más que guerra y pobreza durante el último cuarto de siglo. Sus expectativas pueden ser lo bastante bajas como para que la OTAN pueda satisfacerlas.
Max Boot, investigador del Council on Foreign Relations. Sus artículos se publican en medios tan prestigiosos como The Wall Street Journal, The Times o The Weekly Standard.
[1] Línea de defensa de la OTAN.
[2] Este artículo apareció en la Jewish World Review el día 22.
Gentileza de LD
lunes, junio 26, 2006
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