lunes 5 de junio de 2006
Balada del escéptico
Por IGNACIO CAMACHO
TRAÍAS de la Feria el libro de Rosa Díez, «Porque tengo hijos», y venías del Retiro conmovido por su sonrisa amarga de desengaño y por la firme mirada luminosa de Maite Pagaza que has visto clavarse más allá de los árboles, como si quisiera superar con la vista un horizonte de tristezas y de incertidumbres. Te dejaste caer en una silla junto al velador acariciado por el sol ya cálido de junio, y cuando el camarero te servía el café has observado la calle con aire ausente, sin ver apenas el trasiego de gente de compras, los niños de paseo, el runrún apacible del tráfico y de la vida. «Tráigame un whisky», has pedido, y luego con un gesto como de excusa ante la pregunta que no te he hecho: «Creo que necesito un trago».
«Porque es que, mira, algo está fallando aquí cuando ves a las personas decentes hablar de volver a la resistencia mientras los malos salen eufóricos en la tele para decir que esto va por buen camino. ¿Por buen camino para quién? Yo lo tengo claro: todo lo que sea bueno para ellos es negativo para los demás. Ya, ya, sí, la tranquilidad para los amenazados, para los que llevan escolta, eso es objetivamente positivo pero... ¿tú crees de verdad que toda esa gente, los que han visto morir a sus hijos, a sus hermanos, a sus compañeros, van a estar contentos sintiendo que su sacrificio ha fracasado, rumiando en silencio una derrota? ¿Tú crees que va a valer cualquier cosa, que esta sociedad se va a conformar con que dejen de matar sin pedir perdón y se pongan a hacer política como si no hubiera pasado nada? ¿Tú crees que la paz, bueno, eso que llaman la paz, es un valor objetivo por encima del modo en que se logre?»
«Si todo esto se veía venir... Que ni dejan las armas ni prometen hacerlo siquiera. Que ni condenan la violencia ni se les ve asomo de arrepentimiento. Que están cada vez más crecidos y más arrogantes, y nosotros tragando. Qué digo tragando, humillando la cerviz mientras el presidente se salta sus propias promesas porque sólo le importa ya salvar su compromiso, que por otra parte nadie le pidió. La paz «como sea», a costa de lo que sea. Una declaración, una foto para ir a las elecciones, eso es lo único que parece que importa. ¿Y veremos en coche oficial a esos tíos que hace poco brindaban después de cada atentado, a los que señalaban a las víctimas, como dice Rosa Díez, y apuntaban sus horarios para que fuesen a matarlos? ¿Eso va a ser la paz? Venga ya...»
«Mira, yo no voy a ir a ninguna manifestación, ni me opondré a nada que signifique que no haya más muertos. Pero yo no vivo en el País Vasco; yo no me voy a cruzar con los asesinos de mi hermano o de mi padre. Ahora, desde luego, lo que no voy a hacer es alegrarme de una infamia, ni premiarla con mi voto. Y cada vez encuentro más gente que piensa igual. Estábamos esperanzados, pero ahora lo que nos queda es este desasosiego moral de estar asistiendo a una ignominia... ¿Escépticos? Amargados, diría yo, con una amargura espesa aquí en la boca del estómago... ¿me trae otro whisky, por favor?»
domingo, junio 04, 2006
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