viernes, octubre 19, 2007

Teresa Jimenez Becerril, Encadenados al Guggenheim

sabado 20 de octubre de 2007
Encadenados al Guggenheim
TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL
Alberto Jiménez-Becerril asistió, como teniente-alcalde de la ciudad de Sevilla, a la inauguración del museo Guggenheim en octubre de 1997. Hoy, aunque quisiera, no podría acudir a ver la exposición en la que se muestran fotografías de un asesinato, que podría ser el suyo, llevado a cabo por la banda terrorista ETA en enero de 1998. El museo celebra su décimo aniversario cuando nosotros celebramos el de la muerte de Alberto y de Ascen. «Cada uno a su gusto» es el título que reúne las obras de un grupo de artistas vascos. Así es la vida, cada uno recuerda a su gusto, pero no deja de ser triste que haya quien encuentre el gusto en ofender a los que más perdieron.
¿Nos obligarán a las víctimas del terrorismo a encadenarnos a las planchas relucientes que componen el museo de Frank O. Ghery para evitar con nuestros cuerpos que reflejen el horror de una exposición que proyecta al exterior una benévola sombra de los crímenes de ETA? Bilbao ha logrado incluirse en el circuito del turismo cultural gracias a un proyecto, bien ejecutado, que ha sabido conectar con quienes incluyen la oferta de arquitectura y arte moderno entre sus motivos a la hora de programar un viaje. Es lo que busca la mayoría de las ciudades europeas que no cuentan con otros atractivos o al menos no pueden competir con ciudades como Venecia, Praga, París, Londres... Algunas lo consiguen, otras no, y Bilbao ha dado un paso de gigante.Viviendo en Italia he comprobado cómo muchos italianos han descubierto el País Vasco a raíz de la publicidad ganada por el Museo Guggenheim, y muchas son las veces que me han interrogado acerca de la oportunidad de visitarlo.
Por eso me preocupa tanto el contenido de la exhibición «Chacun a son gout», que, al menos a mi juicio, no responde al gusto de quienes aún se escandalizan de las atrocidades cometidas por ETA. La imagen exterior es fundamental, y los comisarios que organizan las muestras lo saben. Por tanto, no pueden escudarse siempre en la libertad de expresión, porque la auténtica libertad sería la de negarse a proyectar una imagen injusta de los hechos, y más aún cuando esos hechos son peligrosamente actuales. Que los nacionalistas, los batasunos y quien quiera unirse a ellos confundan diariamente los derechos de las víctimas con los de sus asesinos es algo que a los españoles ya no nos sorprende, pero que se presente una falsa realidad del País Vasco, donde los sanguinarios terroristas sean despojados de su crueldad y ésta sea adosada a quienes los combaten y mueren por ello es inadmisible. No saben ustedes lo difícil que resulta desposeer a los asesinos de ETA de su aureola de romanticismo libertario e independentista fuera de España.
El muchacho vasco, lleno de ideales, contra el guardia civil o el policía al servicio del opresor Estado español. Y otra vez a explicarle a los extranjeros que Franco murió hace más de treinta años; que con la llegada de la democracia hubo una amnistía de la que se beneficiaron prácticamente todos los etarras, no importa cuántos inocentes hubieran asesinado; que el País Vasco cuenta con un régimen autonómico excepcional; que esos chavales, no han dejado nunca, desde que tengo uso de razón, de secuestrar, extorsionar, mutilar y matar a militares y civiles; que sus víctimas no han respondido más que con la palabra, y que por ello es tan importante que se sepa la verdad. Cuando te escuchan se horrorizan y reconocen que tenían una idea equivocada del terrorismo en España. Pero los que testimoniamos somos pocos, y menos los que lo hacemos fuera de nuestras fronteras. Basta una exposición como la de Bilbao, con los buenos disfrazados de malos y los verdaderos culpables haciendo su paseo triunfal para echar por tierra todo el trabajo de las fundaciones, asociaciones y foros que buscan devolver a cada uno a su sitio.
No se trata de manipulación, ni de estrechez mental, ni de uso político: se trata de no aceptar que la mentira se pasee por una alfombra roja, ni que se brinde con champán delante del cráneo acribillado de un muchacho inocente sin que haya quedado claro que quienes lo asesinaron son unos bastardos que merecen nuestro desprecio y el de la comunidad internacional. No será con nuestros muertos como telón de fondo donde los creativos discutirán sobre el valor de una obra. Si al menos yo supiera que quienes lo hacen distinguen entre quienes han causado el dolor y quienes lo han padecido, podría incluso permitir que se expusiera el horror vivido, pero para aupar a los matones y a quienes los sostienen ideológicamente no puedo hacer otra cosa que encadenarme, aunque sea simbólicamente, a ese museo que hoy brilla un poco menos y cuyas planchas de metal no logran proyectar más que sombras en nuestros ya poco iluminados corazones.

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