miércoles, octubre 10, 2007

Serrano Oceja, La gran persecucion

jueves 11 de octubre de 2007
CATÓLICOS EN LA GUERRA CIVIL
La gran persecución
Por José Francisco Serrano Oceja
Escribir también es imaginar. Imaginemos que, el próximo 28 de octubre, recién nacido el día, se encontrara un alto representante del Gobierno –léase la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega–, circunstancia bastante improbable, paseando meditabunda por el Coliseo de Roma, con un cardenal de la Iglesia española, por ejemplo, el cardenal Primado.
La mole del Coliseo se impone ante sus ojos más allá de las aventuras de la historia. El cardenal, con la finura y elegancia que le caracteriza, mientras pasean, recuerda la historia de Roma, la caída del Imperio romano, Nerón, las persecuciones de los primeros siglos, la sangre de los cristianos que aún clama contra la pretensión de los poderes totalitarios por ocupar todos los espacios de libertad en la vida de las personas.
Imaginemos que, mientras habla el cardenal Primado, la vicepresidenta del Gobierno permanece callada, absorta con las explicaciones del purpurado, mientras oye decir que quienes se empeñan en derribar los muros de la Iglesia en la historia no han aprendido una lección elemental: los que confiesan a Jesucristo con su vida hasta el extremo son la esperanza de una Iglesia cuyas puertas no podrá derribar ningún poder terreno. Así es la fe; así es la razón del martirio, semilla fecunda. Entonces, la vicepresidenta del Gobierno siente un escalofrío. Se da cuenta de que la ceremonia de la beatificación de los mártires de la persecución religiosa del siglo XX, a la que asistirá en unas horas, no es una acto de grandilocuencia de la Iglesia frente al Gobierno socialista, ni un tour de force, ni un pulso, ni una forma de legislar socialmente con la memoria de los vencederos de otra historia.
La beatificación de esos 498 mártires es un tiempo nuevo para una Iglesia que viene después de la caída de los imperios, de las ideologías. Piensa en silencio Fernández de la Vega que es posible que el poder, la voluntad de poder, tenga hoy nuevos rostros y sea capaz de llevar adelante nuevas formas de hacer política, social, por supuesto. Pero no se da cuenta de que lo que de verdad representa una permanente novedad en la historia es la confesión de fe y la coherencia de quienes están dispuestos a morir perdonando. El perdón de la Iglesia y de los cristianos es, al fin y al cabo, el motor permanente de la historia.
Dicen que Juan Pablo II se sintió conmovido por la persecución religiosa en la España de los primeros años del siglo XX cuando le hablaron del elevado número de mujeres martirizadas. Comprendía que una revolución sangrienta, alentada por la ideología marxista-leninista, quemara iglesias y matara curas. Pero lo que le producía una singular reflexión era el odio a la vida de fe de unas mujeres sencillas, inermes, en muchos casos octogenarias y enfermas, que se habían dedicado a la oración o a la acción con los más pobres y desarraigados. Quizá por eso escribiera aquello de que "los mártires españoles no son héroes de una guerra humana en la que no participaron; afrontaron su trágico destino como auténtico testimonio de fe, dando con su martirio la última lección de su vida".
Tengo que confesar que el título de este artículo está prestado del libro, del mismo título, escrito por el historiador Vicente Cárcel y editado, no sé si ahora reeditado, por la editorial Planeta Testimonio en el año 2000. Es, sin duda, una de las mejores aportaciones a la divulgación de lo que supuso ese acontecimiento sin igual en la historia del catolicismo. El historiador italiano Giorgio Rumi escribió hace tiempo que "el héroe desconocido de toda la sangrienta historia de la persecución religiosa española, que forma parte de nuestro ser europeos, es el muerto por motivos de fe. Por ahora, solamente Juan Pablo II lo ha reconocido públicamente, sin las rémoras y los cálculos de la oportunidad política".La agenda de la Iglesia en España, y de la Iglesia universal, no se escribe al son de la agenda política del Gobernó, ni mucho menos. La agenda de la Iglesia, sus mensajes, sus acciones, derivan de un escenario que se construye con la tramoya de una propuesta de la fe cristiana marcada por los tiempos del Espíritu. La persecución religiosa fue la mayor tragedia conocida por la Iglesia en España. Los defensores de la República, de antes y de ahora, que necesitan del fuego como arma propagandística contra la monarquía, la Iglesia, lo simbólico y, por tanto, lo más real, debieran pensar que quien está empeñado en repetir la historia se encontrará, quiéralo o no, con la memoria de un Coliseo que frenará cualquier fuerza destructora.

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